Eco, renunciando a cada una de sus partes en negación, se hizo consciente a sí mismo de que no había campo para el retiro; con el tirón que le hicieron a las amarras y el sonido sordo de una puerta sellada, se le formó un nudo en el estómago, como si sus vísceras supieran exactamente en qué instante iban a matarle. Un hombre de aspecto asqueroso, lleno de sangre y con el arma en alto, dio dos zancadas en cuanto hubieron cerrado.
Olía, en el interior de la tumba, a algo raro; Eco ya sabía qué era, así que sonrió. Extraño era poco habitual en un sitio al que, supuestamente, solo se adentraban las almas que podían ascender o bajar, almas que aún no habían decidido si se arrepentían y entregan su ser a la justicia divina, o se iban con los pies por delante, a un sitio del que, con esa mueca burlona y con el gesto entorpecido, Serena Shakespeare pertenecía; ella derrumbó la madera gruesa y de armazón metálico del que estaba hecha la puerta.
Se encogió en sí mismo, sonriendo, sin poder evitar lanzarle una mirada de sapiencia al sujeto que lo acababa de apartar de Charlie y Nazareth. Los mercenarios de Occultus eran bastante imbéciles, tal y como había señalado Serena cuando pisaron suelo norteamericano.
—No han dejado de seguirnos —dijo entonces, en el aeropuerto de Boston—. Eso quiere decir que quieren algo... Y no lo tenemos nosotros.
—Pero Nazareth, sí.
La demonio asintió, confiada.
Suspiró y lo miró como si fuera a despedirse.
Y eso hizo en seguida, poniéndole una mano en el hombro. Aún no conocía la índole de su ser sobre la Tierra, pero algo le decía que entre sus órdenes no estaba la de dejar que In Principio cayera en las manos equivocadas. Le pertenecía al infierno; eso decía. Debía de regresar a los aposentos de Lucifer, como le señaló antes de cambiar de rumbo. Ambos planearon una finta rápida y Eco se vio obligado a ocupar el papel de la carnada.
Entró en el baño del aeropuerto, presuroso por llevar a cabo el acto de permanecer dentro al menos diez minutos, para que los hombres lo aguardaran, mientras Serena cambiaba de capucha con una anciana que, incluso, le ofreció su paraguas. Entre el gentío que estaba llegando de todos lados en el aeropuerto, los hombres la perdieron de vista y se rindieron. Eco siguió hasta la mansión de los Kramer y le entregó todos los documentos a Charlie, incluidos los archivos firmados por Dune, que constataban su participación en la mentira sobre su última novia.
No les explicó que los estaban siguiendo. Él había sido un cazador para Occultus; tomó una decisión rápida, y se adelantó con ellos. Serena haría lo demás. Después de que Eco arribara con Charlie y Naza a Dunross, tras haberse detenido junto con Poppy en su departamento, hubo que enviar un par de mensajes. Poppy se encargó de ello.
Poppy, que se le acercó en el interior de su tienda de simbolismo galés. Lo miró a los ojos y dijo—: Te perdono por todo lo que tengas que hacer.
Le había puesto una mano en el pecho.
Y luego se apartó.
A Eco, que no estaba habituado a que la gente se introdujera en su espacio personal, no fue como si le hubieran devuelto la vida. Eso decía la gente romántica. Él no lo era; era un cazador que descendía de una larga línea de cazadores sanguinarios. Habían amado de forma posesiva, violenta y furiosa; su madre y él eran la prueba de ello. Y jamás le había mentido; estaba destinado a ser el guardián de algo.
Algo importante que, cuando Poppy centró su mirada rojiza encima de sus ojos azules, le arrebató el alma.
—Detenlaaaaa —gritó uno de los hombres.

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Mujeres Impías
ParanormalUna visión recurrente, en la que aparece un hombre que le recuerda al esnob y poco accesible Dune Swift, hace que Poppy Adie, una reconocida semióloga escocesa -además de bruja y oscurantista-, se planteé todos y cada uno de sus talentos en el mundo...