Capítulo 1

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La Ciudad debía engalanarse para la visita de Edouard Lapierre, presidente de la República Francesa de París. Hacía bastante más de tres siglos que no se habían registrado visitas internacionales en todo el mundo y esta iba a ser una ocasión única que tal vez tardase muchas generaciones en repetirse. Los ciudadanos se sentirían avergonzados si el presidente francés detectaba el mal olor de los pasadizos, la oscuridad de los pasillos y la falta de ventilación en la mayoría de los edificios de Madrid, pero al fin y al cabo corrían tiempos difíciles y poco más se podía hacer.


Antonio había oído que París llevaba quince años programando la visita a la Ciudad Vertical, por lo que dedujo que en realidad el viaje lo habría ideado el anterior presidente. Habían gastado una verdadera fortuna en la fabricación de un transporte aéreo cualificado, que se movía gracias a unos propulsores alimentados eléctricamente para el despegue y el aterrizaje, y que era capaz de autoalimentarse a través de la energía solar, la cual utilizaría para el camino que distaba del viejo París a Madrid.


Ese tal Edouard debía ser un verdadero héroe. Corrían los rumores de que había conseguido llevar la luz hasta las capas más bajas de la sociedad parisina, casi hasta los niveles veinticinco y veintiséis. Para ello no solo había invertido sumas multimillonarias, prohibitivas, sino que además había desempolvado algunos de los viejos libros de la Biblioteca Nacional de París (para lo cual debía haberse valido de algunos de los buceadores más distinguidos) en los que había podido aprender algunas de las arcaicas técnicas mestizas de tecnologías extrahumanas o suprahumanas. Desde que en el año 2569 se habían suprimido, por el Tribunal General de Nueva York, las antiguas fórmulas energéticas, como el petróleo o el carbón, nadie había osado poner en práctica alguno de estos métodos claramente antihumanos. Aunque lo cierto es que hacía siglos que aquel Tribunal no se había vuelto a reunir ante la imposibilidad de realizar un viaje tan largo.


Antonio, que como cualquier otro universitario había estudiado todas las reuniones internacionales del Tribunal de Nueva York, pensaba que desde luego no habían perdido el tiempo, y antes de encerrar a cada ciudadano en su país de origen y abolir el derecho a la mezcla, se habían preocupado muy mucho de que nadie tuviese en su mano poner en duda algunas de sus declaraciones.


De cualquier manera era innegable que los Nuevos Derechos Humanos, celebrados con el importante vídeo—mural grabado por Celestino Suárez, emitidos por el Tribunal General en el año 2572, no eran más que una carta magna encaminada al cumplimiento de los deseos de las Grandes Familias. Algunos de los nuevos derechos, en opinión de Antonio, se parecían más a deberes o prohibiciones que a cualquier otra cosa. El artículo 32/3, declaraba que «los ciudadanos y ciudadanas de cada uno de los estados que componen la Organización de Naciones Unidas —a la sazón el cómputo total de los países que aún seguían teniendo población— tienen el derecho irrevocable de permanecer en su nación de origen, sin perjuicio de poder caminar libremente por cualesquiera de las ciudades que componen dicho estado, siempre y cuando las condiciones de seguridad lo permitan». Lo que era igual a decir que nadie podía cruzar las fronteras de su Ciudad y a lo máximo que podía aspirar era a visitar, en algún momento concreto de la vida de una persona, alguna de las plantas superiores de su urbe; es decir, que cualquier ciudadano que no formase parte de una de las Grandes Familias perecería sin ver más allá de las sucias paredes de su barrio.


Madrid debía presentar un aspecto más triste que París, pensó Antonio. Había oído que antiguamente se podían conservar imágenes de los lugares del mundo, incluso de las personas, para más tarde visualizarlas en una pantalla y poder evocar la belleza de los recuerdos. Pero el Tribunal General también se había encargado de corromper los deseos y las ilusiones. Bajo la excusa de no proporcionar tentación alguna a los ciudadanos, había prohibido los aparatos encargados de tomar aquellas imágenes y había destruido los existentes, a través de complicados virus informáticos o por medio de acciones más violentas.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora