Capítulo 12

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El chamán miraba sin ver a la luz de unas velas temblorosas por la corriente, otorgando un ambiente fantasmagórico de sombras chinescas que se alargaban y se movían en bandazos sobre un escenario imaginario.

Monique no pensaba llevar a Antonio hasta el chamán; sabía lo que debía hacer y sabía lo que sucedería con Antonio, pero había algo en él que la empujaba a ser amable. No quería que sus últimos días fuesen un calvario. Además, por el contrario de la opinión generalizada de los mestizos, que creían que el género humano en la Ciudad Vertical había degenerado en la crueldad y la maldad, veía en Antonio a una persona bondadosa y entusiasta en la que no tenía cabida el odio. En ningún momento la había despreciado por su condición de mestiza, incluso creía haber visto en su mirada cierta atracción y admiración.

Algunos mestizos tomaban al chamán por un loco, un trastornado que creía ver cosas aunque sus ojos se hubieran marchitado décadas atrás. Decía que vivía en el museo para ver lo cuadros, valiente paradoja. En realidad entendía aquel lugar como un espacio mágico donde podían darse cualquiera de las historias representadas, donde todo era posible: por ello vivía allí.

Antonio no pudo ocultar su sorpresa al comprobar que el chamán conocía su nombre. Miró a Monique y descubrió que la sorpresa era compartida.

—Sí, mi querido amigo. —El chamán alargó una mano, que más bien parecía una garra, con largas uñas enroscadas y llenas de mugre. Cogió la mano de Antonio y clavó las uñas con suavidad sobre su palma—. Parece que no tienes miedo, no más que nosotros.

—¿Por qué habría de tenerlo? —Preguntó intrigado.

La mestiza hizo un gesto con la mirada a Antonio indicándole que no debía interrumpir al chamán.

—No, por favor, Monique, déjale que se exprese, que pregunte. Detecto que él solo quiere saber, y que su ansia por el conocimiento no esconde maldad alguna.

—¿Por qué debería tener miedo? —Preguntó de nuevo.

—Mi querido amigo Antonio, te contaré una historia que tiene miles de años. Una historia que ha quedado sumida en el más absoluto de los olvidos de la civilización, enterrada junto a este pobre ciego. Es una historia que, sin embargo, se parece mucho a nuestra historia de hoy. Vuestra historia.

El anciano hablaba con una voz quebrada pero segura. Dejaba caer las palabras sílaba a sílaba entre una densa barba blanca que le ocultaba por completo la boca. La lentitud de su discurso no impedía la claridad de sus palabras.

—Algunos piensan que esta historia no es cierta, pero yo la he visto con mis propios ojos. Hace cientos de años, quizá miles, los hombres formaban un solo pueblo con una sola lengua. Todos eran iguales y tenían las mismas ideas. Así, un día llegaron a una región y se propusieron construir una ciudad. Y la construyeron. Luego de esto, se propusieron construir una torre que llegara hasta el cielo, hogar de los dioses, y se pusieron manos a la obra. Habían sufrido la devastación de la tierra por constantes lluvias que habían inundado todos sus poblados, y pensaban que dios les había enviado ese castigo, pero no estaban dispuestos a sufrir más; así que quisieron construir una torre para huir de la tierra, una torre que les llevase hasta el cielo y les pusiese en contacto directo con dios. Pero los dioses sabían que si los hombres, todos iguales, llegaban hasta el cielo con su torre, ya no los necesitarían, ocuparían su lugar y su civilización se marchitaría sin su amparo y protección. Por eso castigaron de nuevo a los hombres, todos iguales, confundiéndolos al otorgarles a cada uno de ellos un don distinto, una lengua distinta, un color de piel distinto. La confusión les impidió entenderse, pues ya no eran todos iguales, y muchos de ellos tuvieron que huir del poblado y crear otros nuevos pueblos en otras regiones. Desde aquel momento los hombres lucharon por volver a entenderse, por, sin ser todos iguales, considerarse todos hombres y vivir en paz y armonía. Pero eso fue imposible, y la lucha se convirtió en una guerra entre los hermanos que procedían de aquel poblado originario donde todos eran iguales. Los que eran diferentes eran asesinados en defensa de uno u otro poblado, hasta que finalmente nadie podía entrar en el poblado de otros hombres distintos a él. Solo la nueva unión de las distintas razas, los cruces de las razas, impediría que los pueblos se matasen entre sí y desapareciesen en la memoria del resto de los hombres. La construcción de la torre que debía servir de puerta a los dioses, quedó inconclusa y finalmente fue destruida.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora