Capítulo 23

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El humo ascendía en espiral desde diversos puntos del abismo. Árboles, cabañas, arbustos, plantas, animales y todo tipo de construcciones de madera ardían por acción del rayo láser disparado por las naves de la Ciudad Vertical que, aun desapareciendo a través del agujero cenital que había formado la nave francesa al estrellarse, continuaban con su intención devastadora destruyendo todo lo que en su camino osaba cruzarse.

Edouard Lapierre tuvo que hacer auténticos es-fuerzos sobrehumanos para no caer de la escalerilla. La maniobra de salvamento había sido todo un éxito; nunca, en más de quinientos años, se habían alejado tanto de la Ciudad Vertical, y solo los movimientos por entre las afueras de la Ciudad y el subsuelo, les habían permitido a los pilotos de las dos naves en-trenar movimientos de combate. De hecho ni siquiera sabían lo que se encontrarían.

Ginés había ordenado expandir un campo magnético similar a los que abundaban en el subsuelo con el fin de determinar todo tipo de transmisiones. Por suerte, recibieron la emisión del localizador de la nave y una que no supieron identificar, pero terminaron suponiendo que no podía ser otra que la del presidente. Se adentraron brevemente bajo la cúpula vegetal para examinar el terreno, y decidieron que lo mejor sería atacar primero. Y todo salió bien.

—¿Cómo se encuentra, señor? —preguntó uno de los agentes de Seguridad y Mantenimiento mientras agarraba el cuerpo del presidente y lo tumbaba sobre una camilla.

—Nunca me había encontrado mejor... —Sonrió en medio de fuertes toses.

—Por fin está a salvo, no debe preocuparse por nada. —Gritó otro de los soldados acercándose a él—. Ahora le vamos a suministrar un calmante —continuó, mostrándole una herramienta de inserción similar a una jeringuilla metálica—, en unos minutos se encontrará mucho mejor. Debe descansar.

Sin tiempo a responder, el médico apretó la punta circular del insertor sobre el brazo, sintiendo Edouard un ligero frescor recorriéndole el cuerpo. Accionó el gatillo y una aguja se abrió paso a través de la piel en busca de una vena; cuando la hubo localizado el líquido que contenía el calmante mezclado con sangre del grupo 0+, único grupo que poseían los puros occidentales, accedió al cuerpo del presidente. Lapierre se durmió plácidamente al instante y la nave surcó los cielos camino de la Ciudad Vertical.

A-1 caminaba firmemente por los pasillos del ministerio. De vez en cuando, sin que ninguno de los estúpidos habitantes de aquella oscura Ciudad lo mirase, se metía la mano en el bolsillo para comprobar que el disco seguía allí.

Le habría gustado poder pasarse por el museo para visualizarlo, pero ninguna de las excusas que adujo parecieron convencer a Ginés. Y entonces un nuevo sentimiento se asomó a su corazón: la frustración.

Entró en el despacho del director con aire altivo y se sentó sin que le dieran permiso alguno. Ginés observaba la urbe desde uno de los ventanales, lamentándose aún por no haber podido participar en la operación de búsqueda de Lapierre: los transeúntes solitarios, callados, apaciguados por el sistema, caminaban mirando al suelo, convencidos del bienestar de la Ciudad. Los transportes pasaban rápidamente por las pasarelas, se detenían en las paradas, descargaban su mercancía humana y recogían deshechos similares. El fluir taimado y grisáceo de la Ciudad Vertical se le antojaba a Ginés frío y complaciente.

A-1 se levantó de la silla con impaciencia ante el caso omiso que recibía por parte de quien lo había reclamado. Se acercó al ventanal con el ánimo de interrumpir los pensamientos de su jefe, pero miró más allá de los cristales los grandes edificios que superaban en altura al que ocupaban en el aquel momento, solo algunos; la fina lluvia siendo recogida por las aletas de los pasillos, los conductos de ventilación de los niveles superiores y el sol, ese desconocido para gran parte de los habitantes de la Ciudad, que se ocultaba entre tejados rectilíneos y nubes de alquitrán. El clon se quedó estupefacto, como si ya hubiese visto aquella imagen en algún momento de su vida, lejano y desconocido para él, tal vez olvidado.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora