Capítulo 9

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Jean-Luc se dirigió a las celdas del edificio presidencial en compañía de dos copias de enorme estatura y espaldas anchas. Sus idénticas cabelleras oscuras, sus exactos perfiles de nariz aguileña y ojos huidizos y pequeños, contrastaban con la pequeña figura del ministro de industria francés.

Las copias habían detectado movimientos sospechosos en la zona este y se habían sumergido en las profundidades de la Ciudad en un vehículo flotante; los flotantes eran transportes similares a los levitantes, aunque no poseían un único punto de gravedad, por lo que podían desplazarse tanto en horizontal como en vertical.

Por lo que le habían contado, la persecución había sido larga y se habían producido desperfectos, pero por fortuna aquella zona estaba abandonada y nadie había podido ver nada. Las copias habían detenido a tres mestizos, dos mujeres orientales y un africano que estaban pirateando el sistema eléctrico de alumbrado.

No era la primera vez que sucedía esto, pero a Jean-Luc no le daba buena espina que estuviesen pirateando el sistema eléctrico del mismo edificio del que iba a despegar la nave del presidente tan solo unos días después. Debían actuar con diligencia y eficacia si no querían verse envueltos en graves problemas. El viaje a Madrid era un hecho único del que seguramente querrían estar al tanto todos los gobiernos del mundo, o al menos los que se pudiesen enterar de algún modo... o los que aún siguieran activos: no podían fallar.

Caminaron por las galerías de la prisión presidencial, tenuemente iluminadas. Dos hileras de luz eléctrica ocupaban el techo del pasillo pero, sorprendentemente, era una luz temblorosa, algo que era imposible en la Ciudad de París, cuyo alumbrado era perfecto. El ministro empezó a temerse lo peor.

Cuando llegaron a las celdas de castigo Jean-Luc vio al presidente a través de una mampara de cristal; permanecía sentado y silencioso, pensativo, mientras dos copias más se afanaban en extraer información de una de las mestizas. Al verlos, Edouard Lapierre se levantó y salió de la celda.

-Buenas tardes Jean-Luc. -Su semblante era la pura preocupación.

-Buenos días tenga, presidente. ¿Han hablado?

-Sí. -Ahora se mostraba hermético.

-Y bien...

-Tienen un plan. Estos malditos mestizos tienen un plan.

-¿Un plan? ¿Para qué? -El ministro no entendía nada.

-No sé cómo, no lo han dicho, pero han comunicado con sus hermanos de Madrid. Esos sucios salvajes... -Edouard miró a su primo por primera vez en la conversación desviando la vista de la mestiza oriental-. Van a contaminar los conductos de respiración de la ciudad de Madrid, va a ser una masacre.

Jean-Luc tuvo que ahogar una sonrisa.

-¿En serio lo crees? Sabes que eso es imposible. Están mintiendo. Seguro...

-No. Por desgracia no mienten. Han colaborado con ellos, hemos encontrado planos de los conductos de ventilación y refrigeración de Madrid; recetas para crear gases, para fabricar bombas ¿entiendes? Quieren acabar con este modo de vida. -La voz de Edouard se fue mostrando emocionada-. Sabes mejor que nadie que he intentado negociar con los mestizos, que soy un descreído de la pureza. Tú lo sabes, me has visto protegerlos e incluso favorecerlos en la sombra. Desde que soy presidente no se ejecuta a ninguno de ellos y se les permite danzar libremente por los niveles más bajos, y ahora...

-Y ahora ¿qué? Edouard. Ya desde hace un tiempo han dejado de comportarse como salvajes para hacerlo como terroristas. En realidad esto podía suceder en cualquier momento. Los hemos dejado que se organicen.

Edouard, aún compungido, se mostró insultado.

-¿Insinúas que todo esto es culpa mía?

-No. Solo pienso que no deberíamos haber suavizado la represión.

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