Capítulo 15

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Iban a pasar la noche en el Palacio de Moncloa, cada uno en una habitación distinta, pero todas ellas muy cercanas. Sonia se lavó en uno de los baños a los que aún llegaba el agua procedente del gran río que surcaba la Ciudad Vertical en el subnivel. Monique encontró unas ropas viejas en uno de los armarios que parecían de la talla menuda de la doctora.

Dieron buena cuenta de la ensalada sin apenas mediar palabra. Antonio tenía una enorme curiosidad por averiguar algo más acerca de los clones, algo que le había desconcertado por completo; pero no se atrevía a avasallar con preguntas a Sonia, que permanecía en un tremendo estado de shock y lo miraba en un silencio imperturbable, escrutando más allá de sus ojos, preguntándose qué habría en el interior de su alma.

Por su parte los dos mestizos se encontraban apenados. John había explicado cómo los clones (sin entrar en detalles sobre su aspecto) habían destruido el centro de operaciones que tenían en «SOL», y que llamaban La Iglesia. Todos los mestizos que allí se encontraban habían sido asesinados, algo muy poco habitual, pues «a los puros les encanta hacer prisioneros, torturarlos y aplicarles la pena de muerte», explicó con lágrimas de rabia.

También había oído cómo uno de los clones confirmaba por radio el asesinato de muchos otros mestizos en los centros donde solían reunirse: el centro comercial de Nuevos Ministerios, La Iglesia de los Jerónimos, el Museo del Prado (aquello dejó helados a Antonio y Monique), el Palacio del Marqués de Salamanca y otros que Antonio no pudo memorizar.

Si bien la estrategia de desviar la atención sobre los puros secuestrando al hijo de Ginés parecía haber dado resultado, las consecuencias habían sido desproporcionadas y desastrosas.

Resolvieron que había poco más que pudieran hacer aquel día y cada uno eligió una habitación diferente donde pasar la noche. John despidió a su hermana y a los otros dos compañeros improvisados recordándoles que al día siguiente deberían levantarse al amanecer para emprender un largo viaje, lo cual no perturbó la confusión de los dos puros, es más, la acrecentó.

-No os preocupéis; sabréis que está amaneciendo porque el sol entrará por vuestra ventana, algo que a lo mejor nunca habéis vivido.

Pero antes de que el sol naciera en un nuevo día, John, visiblemente recuperado de sus heridas, despertó a Monique y a los dos ciudadanos con fuerte apremio.

-¡Corred! Nos han descubierto...

Se vistieron a la mayor brevedad y alcanzaron la calle siguiendo sigilosamente al mestizo. Atravesaron un extenso jardín que no pudieron disfrutar por la oscuridad y las prisas. Treparon una tapia y se dejaron caer por un desfiladero que desembocaba en un río, la cosa más terrible que jamás se hubiese visto en opinión de Sonia y Antonio. El agua bajaba a raudales como en una gran cascada en un estruendo que no les permitía oír nada más.

El frescor del amanecer, que empezaba a despuntar sobre el horizonte, se multiplicaba por el efecto del agua. Siguieron a los dos mestizos que se apresuraban a trepar por una escalera vertical la cual los elevaba hasta una plataforma que cruzaba el río. La doctora y el conservador cerraban el grupo y corrían a duras penas. Cuando llegaron a la escalera primero subió Sonia y después Antonio.

Este aún llevaba puesta la pieza inferior del traje oscuro del día en que no sabía si lo habían secuestrado o salvado la vida. Para cubrir el torso se había hecho con una camisa blanca con rayas azules y un grueso jersey oscuro que había encontrado en un armario del Palacio. Antes de salir, había optado por hacerse con una de las polvorientas cazadoras de piel, supuso que natural, que había en una percha del vestíbulo. En la Ciudad Vertical nunca hacía frío, ya que los mismos recolectores de agua tenían una doble función calefactora, y la ventilación artificial que permitía la vida en las abigarradas calles podía modularse en su temperatura.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora