Las llamas crecían y se materializaban en un humo blanco de aromas vegetales; mientras tanto, el coro de jóvenes oradores cuya cíclica melodía carecía de sentimiento alguno, acompañaba el continuo golpear de los tambores. Los asistentes a aquel espectáculo parecían sumidos en una terrible somnolencia. No parpadeaban, no hablaban, no se movían: ¿respiran?, se preguntó Antonio. De ningún modo habían reparado en la presencia de los intrusos, pero era posible que ni siquiera les importase, como al resto de los habitantes de aquella infernal aldea.
La mestiza, atada de manos y pies a un poste de madera que comenzaba a arder en su base, no refle-jaba en su rostro la desesperación y aflicción que Antonio recordaba en su sueño: simplemente acep-taba el hecho de su sacrificio.
Fabricio, con un gesto silencioso y sin apenas apartar los ojos del localizador, indicó al grupo que le siguiera.
Abandonaron sigilosamente la plazoleta y des-cendieron a tierra firme. Desde allí abajo el poblado era una pequeña Ciudad Vertical difuminada, trans-parente. Las pasarelas eran pequeñas trampillas de ramas y lianas, los árboles podrían hacer las veces de edificios, ya que las viviendas eran de reducido tamaño y se insertaban de forma perfecta en el paisa-je, confundiéndose a veces lo que era construcción de lo que era tronco. Antonio adivinó, incluso, algu-nas viviendas que estaban insertas en los troncos de los árboles más anchos. Estos ascendían de forma levemente oblicua hasta el lejano cielo vegetal, y fue entonces cuando los dos puros fueron plenamente conscientes de su insignificancia, como seres huma-nos y como habitantes de la Ciudad Vertical, ante la grandiosidad de la naturaleza.
Caminaron, como ya venía siendo costumbre, en fila india por una vereda que parecía alejarse de las casas. Las ramas de los árboles, en aquella zona, crecían desde muy abajo del tronco, dando una sen-sación selvática al camino por el que se encontraban.
—Según el indicador debería estar unos ciento cincuenta metros más adelante —comentó el doctor Elano sin disimular una sonrisa.
Pero aquellos ciento cincuenta metros se hicieron ciertamente largos. La senda se estrechaba y las ramas caían sobre sus cabezas, lo cual hizo que Sonia recordase la desagradable experiencia del sendero laberíntico de espinas. Las hojas eran verdes y pun-tiagudas; una fina capa de porosidades las cubría por completo y expedían un suave olor a humedad. Cuando parecía que los árboles y las ramas les im-pedirían continuar el camino, John apartó un arbusto con el brazo y se encontraron en medio de un claro del bosque.
La luz llegaba ya muy sesgada, por lo que pro-bablemente empezase a anochecer, o tal vez no, así era la sensación en aquel gigantesco pozo.
La visión del claro fue altamente desagradable. A uno de los lados, justo enfrente de por donde hab-ían llegado, una parte de la nave, la trasera, humeaba volcada y abandonada. Pero para llegar hasta allí debían atravesar lo que parecía ser un campo ritual. Varias lanzas estaban clavadas en el suelo con el filo mirando al cielo, como si se tratarse de pequeños troncos de árbol. Allí, empalados, yacían los cuerpos de varios sacrificados, algunos en más avanzado estado de descomposición que otros.
La náusea invadió al grupo que hubo de taparse la nariz con alguna prenda para poder soportar el hedor que impregnaba el aire viciado.
Fabricio fue el primero en llegar y se apresuró a registrar la nave. Sonia y Antonio se alejaron unos metros observando hacia los árboles que formaban el círculo que delimitaba el claro; no querían ni mirar los cadáveres. El puro creyó escuchar un ruido y se fue acercando paulatinamente a una zona que parecía más abierta. Escrutaba entre las ramas con la es-peranza de descubrir algún pacífico y bello animalito. Empezó a comprobar cómo las ramas se zarandeaban de un lado a otro con debilidad. Casi hipnotizado, se acercó lo suficiente como para tocar las ramas, pero justo antes de poder llegar a ellas, cayeron como si hubiesen sido pisadas por una bestia enorme y la cabeza de una serpiente salió disparada hacia el rostro de Antonio.
ESTÁS LEYENDO
La ciudad vertical
Science FictionLa Ciudad Vertical nos transporta a un futuro distópico y aterrador en el que la historia y la capacidad crítica de los ciudadanos han sido anuladas. Sin embargo, un grupo de disidentes se esfuerza por mantener la dignidad humana y luchar contra el...