La doctora Benítez tardó un buen rato en calmarse. Tras muchos años trabajando con el clon A-1 había llegado a sentir algo más que un afecto profesional hacia él. Era uno de los hombres puros más bien parecidos que había visto nunca: alto, fuerte, ancho, duro, sensible, inteligente... la mayor parte de las facultades que era imposible encontrar en un hombre de la Ciudad Vertical.
Conocidas eran las preferencias de la doctora Benítez por los mestizos, con los que se decía que había mantenido alguna relación. Muchos de los prisioneros eran llevados al laboratorio biológico con el fin de hacerles pruebas para comprobar por qué eran mucho más fuertes, aunque lo enmascarasen como pruebas para encontrar el motivo de su salvaje forma de vivir. Los rumores decían que la doctora Benítez violaba a muchos de estos jóvenes y que a algunos los dejaba después escapar.
En todo caso Sonia no podía perdonarse lo que había hecho con A-1. Lo había formado como una perfecta máquina a las órdenes de Seguridad y Mantenimiento, aunque también habían hablado de poesía, de historia y de muchas otras cosas por las que sentía curiosidad. Precisamente era eso lo que más le había extrañado. Los clones no tenían curiosidad, eran páginas en blanco sobre las que escribir una nueva historia. No poseían ese don primitivo que tenían los hombres naturales y que les remitía a los tiempos ancestrales; por decirlo de algún modo, carecían totalmente de instinto. Pero A-1 era un joven despierto y alegre que aceptaba la educación del laboratorio, pero muchas veces la cuestionaba.
En el fondo, Sonia albergaba la oscura esperanza de que finalmente no se culminase la formación del clon, aunque eso fuese en contra de su carrera profesional. Y poco más tarde, copias de aquel mismo hombre habían intentado asesinarla en dos ocasiones. Desnuda, rabiosa, furibunda, había estado a punto de matar a un hombre y no era capaz de comprender nada.
Antonio y Monique se ocuparon de llevar a Sonia y a John a un lugar más resguardado. Regresaron al metro de «BANCO DE ESPAÑA» y condujeron el transporte a un lugar a las afueras llamado «MONCLOA». Allí la estación era mucho más grande que las que había visto el puro hasta aquel momento, y al salir a la calle vieron que la luz se filtraba mejor a través de las pasarelas superiores.
Monique explicó que la parte de la Ciudad Vertical que tenían justo encima estaba abandonada desde hacía siglos y que ni siquiera los agentes de Seguridad y Mantenimiento frecuentaban aquellos lugares, ya que no tenían constancia de presencia mestiza.
Caminaron durante un buen rato por una carretera mucho más ancha que la gran avenida que habían visto y llegaron, por fin, a un edificio grande y monumental.
—Aquí vivían anteriormente los presidentes —explicó—. Era un palacio que encarnaba la figura del poder y del saber. Por eso estaba cerca de las universidades. —Y señaló a través de un gran ventanal unos pequeños edificios que crecían a la sombra de la Ciudad Vertical.
La doctora Benítez había pasado todo el camino en silencio, atendiendo al herido cuando este se quejaba de sus heridas. No podía dejar de pensar en aquel hombre, A-1. Además, no comprendía cómo aquellos mestizos a los que nunca había visto la conocían.
Cuando Antonio acompañó a John a una de las habitaciones que le indicó Monique, la doctora interrogó a la mestiza.
—¿Quiénes sois? ¿Cómo me conocéis?
Monique estaba empezando a preparar algo de comida. Ensalada fresca: unos redondos tomates rojos en rama, cebolla... respondió sin dejar de cortar la zanahoria:
—Doctora Benítez: siento informarle de que su fama es también conocida en el subnivel.
—¿Mi fama? ¿Qué fama? —respondió dolida.
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La ciudad vertical
Science FictionLa Ciudad Vertical nos transporta a un futuro distópico y aterrador en el que la historia y la capacidad crítica de los ciudadanos han sido anuladas. Sin embargo, un grupo de disidentes se esfuerza por mantener la dignidad humana y luchar contra el...