Capítulo 11

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La Ciudad iba a despedir a Edouard Lapierre de forma fría y solemne. A la azotea de aquel edificio gris metálico no subieron más que el presidente, los pilotos, el séquito que debía acompañarlo y el ministro Jean-Luc en compañía de dos copias.

Edouard apenas se despidió de su primo, su mano derecha en el gobierno de la Ciudad. Su semblante era el de la preocupación; dos días después de que llegase a Madrid los mestizos tenían planeado contaminar los conductos de ventilación de la Ciudad con el fin de matar a todos los ciudadanos, pero no sabía cómo pensaban hacerlo. Habían intentado comunicar con Madrid en infinitas ocasiones durante las últimas horas, pero los Estebaranz ya habían cerrado las conversaciones y era probable que hubieran bloqueado también la emisión de comunicaciones. Debía ir hasta allí e intentar frenar el ataque entre todos juntos. En cualquier caso, sabía que su vida corría peligro.

Dejó al mando de la Ciudad a Jean-Luc, su querido primo que tanto le había apoyado. El ministro apreciaba a Edouard, pero no comprendía su displicencia con respecto al tema mestizo. Él, como la mayor parte de los puros, era partidario de las ejecuciones de los mestizos que cruzaran las plantas del subnivel. Ningún impuro tenía derecho a sobrepasar las fronteras del París vertical, por lo que cualquiera que fuese visto en pasarelas y pasillos, aunque fuese en las zonas abandonadas de la Ciudad, debía ser ejecutado.

Él tampoco tenía muy claro que Edouard fuese a regresar de aquel viaje. Le preocupaba el ataque terrorista de Madrid, pero también el hecho de que en la nave no habían encontrado absolutamente nada que les indujese a pensar que los mestizos la habían boicoteado. Y sin embargo aquella oriental, a las puertas de la muerte, les había pedido que revisasen el transporte. Los mecánicos habían comprobado todos los sistemas y habían probado la nave con velocidad de crucero: el resultado había sido óptimo.

En cualquier caso, Jean-Luc, que sería nombrado presidente si Edouard faltaba, ya había planeado algunas nuevas estrategias para la lucha contra los mestizos en el caso de que su primo alargase su viaje y no tuvieran noticias de él, pero por el momento habría de esperar y continuar intentando la comunicación con los Estebaranz.

Se despidieron sin mucha ceremonia y la nave despegó sin problemas del edificio presidencial. Se fue alejando entre las nubes con ciertas turbulencias que se extinguieron nada más abandonar los límites de la Ciudad Vertical. Edouard observó por la misma ventana por la que había estado a punto de caer días antes cómo su Ciudad le despedía envuelta en la bruma y rodeada de ruina pétrea.

Su aspecto era realmente desolador, como una torre de Babel en la que todos los constructores hubieran dominado el mismo lenguaje, construyendo una enorme y terrible Ciudad en el cielo, flotando sobre los dominios de un dios dormido que abandona a la nueva civilización a su suerte. No sabía exactamente por qué, pero mientras la nave descendía a una altura prudente y París se perdía en su memoria, tuvo el convencimiento de que jamás regresaría allí.

El ánimo se le encogió al ver las tierras que ocupaba el territorio francés. Como la mayor parte de los gobernantes de los países verticales su título estatal era puramente honorífico, pues su poder no podía extenderse más allá de la Ciudad en la que se habían reunido, varios siglos antes, todos los habitantes puros del país, por lo que no conocía absolutamente nada acerca del territorio que teóricamente gobernaba.

Las viejas leyendas decían que los deshielos habían inundado prácticamente la totalidad del continente, dejando solo algunos territorios secos. Tras la restauración de los polos, las zonas que habían sido anegadas se repoblaron de nuevas vegetaciones y ecosistemas en los que reinaban animales hasta entonces nunca vistos, animales marinos que se habían adaptado rápidamente al nuevo medio, anfibios que habían crecido desproporcionadamente y, según contaban los mitos, mestizos que habían aprendido a respirar debajo del agua.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora