Capítulo 37

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Monique condujo el vehículo levitante, que les habían facilitado los escindidos al alcanzar el nivel veinticinco, a través de las pasarelas y los pasillos laterales. Poco a poco comenzaba a sentirse el bullicio de la gran Ciudad en aquella altura y a aquellas horas. Todos dirigían sus cuerpos cansados hacia la plaza del museo para dar la bienvenida al presidente francés pues, al fin y al cabo, así debía ser, aunque pocos imaginaban lo que aquella visita iba a provocar en sus míseras y aburridas vidas.

Decidió utilizar uno de los elevadores cercanos al apartamento de Antonio para levantar las menores sospechas posibles aunque, al fin y al cabo, con el identificador que llevaba no tendría ningún problema.

Cuando accedió a la torre elevadora, junto con otros vehículos de transporte, todo se volvió negro por un instante. Justo después las paredes de cristal, opacas al exterior, permitieron ver una imagen muy oscura de la Ciudad. El tinte negruzco del vidrio hacía que los edificios se sumieran aún más en el crepúsculo de unas nubes que, cada planta que ascendían, eran más densas. Tuvo que esperar unos minutos a que el resto de vehículos abandonase el elevador en la planta del museo y continuó su periplo.

Una vez fuera del elevador, contempló el nivel cuatro en todo su esplendor. Allí estaba por encima de las nubes y había cierta claridad que, sin embargo, se veía embriagada por el humo que despedían diversas chimeneas de algunos edificios más bajos.

Mirando al cielo desde su vehículo levitante, mientras aceleraba a la máxima velocidad por entre las pasarelas y pasillos con dirección al Origen, pudo observar una complicada red de cañerías gigantes que copaba el cénit de la Ciudad Vertical. No podía imaginar con exactitud a qué altura estaría, pero debía ser muy alta.

Más allá del subnivel las plantas tenían unas dimensiones inhumanas. Si en los edificios antiguos cada planta podía tener alrededor de cuatro o cinco metros de altura, tras las ordenanzas municipales posteriores a los últimos Tribunales de todos era sabido que la altura que debía tener cada piso era de quince metros.

En cualquier caso la vida allí era distinta; el aire era fresco y limpio, quizá demasiado fresco, y la luz no era solo el reflejo de un perdido rayo de sol que rielara sobre el frío metal de los edificios, sino que era el propio sol el que con su luz lo empapaba todo.

Y sin embargo se respiraba una soledad casi absoluta. Al fin al cabo no se diferenciaba en exceso, en ese sentido, del subnivel. Todo parecía abandonado, olvidado por alguna civilización arcana; el tiempo había causado sus estragos y la ruina había infectado el hogar de los hombres, mas la luz lo purificaba todo y destruía la ponzoña que corroía la ciudad.

Pero Monique se equivocaba, no estaba sola. Y sus compañeros tampoco. Llegando al edificio Eolo, vio cómo su hermano estrellaba un monoplaza contra el muro externo y se apresuraba al interior. Acto seguido dos vehículos oscuros pero de diferente tamaño se acercaban a toda prisa tras John. El más pequeño atravesó una de las ventanas haciendo polvo la cristalera exterior.

Aceleró hasta que el motor del levitante comenzó a hacer un extraño ruido; no le importaba que la descubriesen. Su hermano estaba en peligro.

Al acercarse al edificio, dos agentes exactamente iguales bajaron del vehículo que esperaba fuera y se apostaron tras él apuntando a Monique, que se había detenido en el pasillo lateral a tan solo unos metros. La mestiza no sabía qué hacer, pero no tenía mucho tiempo, quién sabía lo que le estaría sucediendo a su hermano.

Aceleró al máximo y pasó rozando el transporte tras el que se ocultaban los clones. Tuvo que agachar la cabeza para que los disparos de las armas láser no la atravesaran de lado a lado, pero ya eran suyos. Derrapó en el aire girando ciento ochenta grados mientras sacaba por la ventana del vehículo un arma de dos cañones. Solo necesitó un disparo para hacer diana en los dos agentes mientras estrellaba el levitante contra la mampara de metal traslúcido que bordeaba el pasillo lateral.

La ciudad verticalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora