Una lluvia purificadora acabó con todos los incendios de la Ciudad Vertical. Las aletas de recolección acuífera estaban inutilizadas, como todos los demás servicios. Los elevadores y el alumbrado aún cumplían su función, pues extraían la energía de los generadores que se encontraban en el interior de los edificios y que aún les permitirían un par de días más; después, la Ciudad se sumiría en un crepúsculo tenebroso.
Monique, John y Antonio se recuperaban favo-rablemente en uno de los laboratorios médicos que aún se mantenían en pie. Las explosiones habían destruido gran parte de la Ciudad, mucho más de lo que cabría pensar, y ahora todos los ciudadanos se veían en la obligación de abandonarla antes de que acabase con ellos.
Muchos quisieron saber más, averiguar muchos porqués, pero los mestizos y el clon A-1, se sentían exhaustos. Descansaron durante horas al amparo de los médicos puros. La Ciudad, devastada, carecía de dirigentes, todos muertos durante las explosiones. Lo más parecido que había en aquel lugar era Edouard Lapierre, el cual también parecía superar sus heridas con facilidad.
Monique y Antonio despertaron al siguiente día de la gran batalla. El puro no podía caminar y lo llevaban de un lado para otro en una silla de ruedas. La mestiza cojeaba ostensiblemente, pero era dema-siado orgullosa como para utilizar uno de esos cacharros.
Se reunieron junto a Lapierre con uno de los médicos, el doctor Rodríguez, que parecía dirigir el laboratorio además de servir de enlace con el resto de ciudadanos que se encontraban a la espera de recibir órdenes sobre cómo actuar y qué hacer, pues se sentían sumamente confusos.
Conversaron durante un rato en el que Lapierre no dejó de lamentarse y excusarse. Explicó que nada sabía de aquel vídeo y suponía que aquella verdad fue enterrada junto con otras muchas. Era seguro que aún habría quien lo supiese en las Ciudades, como parecía ser el caso del ministro de Administraciones públicas, pero el odio generado durante generaciones hacia los mestizos había hecho olvidar aquel pasado común.
—Bien, y ahora debemos pensar qué hacer. Los generadores solo tienen energía para unas cuantas horas más. Después... no tendremos nada: ni luz, ni agua, ni alimentos... —explicó el doctor Rodríguez.
—Debemos evaluar los daños —propuso Lapierre—. ¿Qué población queda con vida?
—Estamos intentando hacer un recuento. Los que no murieron en la plaza, lo hicieron mientras huían por las pasarelas y pasillos.
—De cuántas personas estamos hablando —concluyó Antonio.
—Diez mil —dijo secamente el médico—, tal vez más, pero alrededor de esa cifra.
—¡Dios mío! —se lamentó Monique.
—Sí, la masacre ha sido horrible, pero será letal si no encontramos una solución.
—Bien doctor, creo que ha llegado el momento. Monique nos ha informado de que el ministro y Ginés planeaban regresar a la tierra...
—No... —interrumpió el médico a Lapierre—. ¿Y la naturaleza salvaje?
—Doctor Rodríguez. No queda ninguna otra opción —aseguró Antonio.
—Es cierto. La vida en la Ciudad Vertical está condenada a la extinción, usted lo sabe. En París la población también ha descendido en cientos de miles en los últimos años. Debemos regresar al lu-gar del que procedemos.
—¿Pero es que no lo entienden? ¿No vieron el vídeo? La tierra ya no es un lugar apto para la vida humana —la voz temblorosa del doctor delataba su nerviosismo y pavor.
—No tiene nada que temer, ni usted ni el resto de ciudadanos. Yo he estado allí —aseguró Lapierre—, y estoy en condiciones de afirmar que es un lugar maravilloso. Debemos redescubrirlo, regresar allí y construir una nueva ciudad... una nueva civilización —se detuvo unos segundos evaluando el escepticismo del médico—. Piénselo, doctor. Lo que ha sucedido es sencillamente terrible, pero también es una oportunidad. ¿Cree que Ginés y el ministro habían planeado que todos los ciudadanos regresaran a la tierra? No, eso sería imposible. Mas ahora existe esa posibilidad, tienen el deber de so-brevivir.
—Sí, doctor. Si no todo lo que ha sucedido, todas las muertes que han tenido lugar en los últimos días habrán sido en vano.
El doctor Rodríguez negaba con la cabeza y pa-seaba de un lado a otro.
—Además... —comenzó a decir Monique—. Es posible que ya no haya mestizos en el subnivel...
—¿Qué quiere decir? ¿No creerá que después de ver lo que he visto eso es lo que me preocupa?
—No sé qué es lo que le preocupa, pero lo más probable es que los mestizos del subnivel hayan muerto todos. De eso se encargó Ginés... con la ayuda involuntaria de alguno de nuestros hermanos.
El doctor seguía mostrándose escéptico.
De pronto la puerta de la habitación se abrió y un hombre caminó hasta el doctor comunicándole un mensaje al oído.
—Por supuesto, hágales pasar —le respondió—. Me acaban de decir que hay dos hombres que pre-guntan por ustedes —dijo mirando hacia Monique y Antonio.
En ese momento entraron por la puerta Barret y su hermano clonado. Monique se arrastró hasta el corpulento hombre y lo abrazó.
—¿Y mis hermanos?
—No quisieron escucharnos... —respondió Barret—. Dijeron que no nos conocían, que parecíamos puros e intentábamos engañarlos. Todos confiaban en Elano y estaban seguros de que llevaría a cabo sus planes satisfactoriamente.
Monique sollozó al imaginar a todos los mesti-zos del subnivel envenenados.
—Pero están todos bien —dijo sonriente el hermano gemelo de Barret.
—¿Qué? ¿Cómo es posible?
—Regresamos al Origen, pero llegamos tarde; Elano ya había muerto, sin embargo su cuerpo esta-ba encajado entre las hélices del gran ventilador, bloqueándolo. El veneno llegó hasta el dispensador del Origen en el filtro, pero sin el aire del ventilador se esfumó en aquel mismo lugar y no llegó jamás al subnivel.
La mestiza abrazó de nuevo a Barret y después besó a Antonio. Se giró hacia el doctor y lo abrazó a él también.
—La compuerta está abierta, Doctor Rodríguez. Debemos abandonar la Ciudad Vertical hacia el subnivel por el mismo lugar dónde hace cientos de años los mestizos fuimos expulsados y condenados. El exilio es la única solución.
El médico pareció entrar en razón ante la vehemencia y seguridad de aquella mujer.
—Está bien —aceptó tras un suspiro.
La peregrinación fue muy complicada. Hubo quien decidió quedarse allí, morir donde había nacido, donde había crecido. Otros, simplemente, tenían tal pavor por el subnivel, los mestizos y la naturaleza salvaje, que fueron incapaces de seguir a sus hermanos y se quedaron, postrados, entre la suciedad y las cenizas de lo que quedaba de Ciudad Vertical, abandonados a una muerte segura.
Pero la mayoría decidió seguir a aquellos dos hombres y a la mujer, que ya habían ascendido a la categoría de salvadores en el decir de la mayoría de los ciudadanos. Toda su vida habían dependido de las Grandes Familias y apenas podían pensar por sí mismos. Aquellas personas les prometían un mundo nuevo en el que poder sobrevivir y disfrutar de la luz, el aire, el agua y, sobre todo, de la libertad. Y los siguieron.
Dos días después del fin de la Ciudad Vertical, más de diez mil almas descendían la rampa abierta en el subnivel un milenio antes para despedir a los mestizos. Esta vez los que abandonaban la Ciudad Vertical lo hacían en parte por voluntad propia, en busca del tiempo perdido, en busca de una vida mejor. Los generadores ya se habían agotado y la oscuridad era total en la mayor parte de la Ciudad; tan solo las antorchas que portaban los valientes exiliados aportaban algo de luz en el crepúsculo.
Una nueva civilización se erguía sobre las cenizas de otra, tal vez la más grande que jamás conoció la Tierra, la única que alcanzó el Olimpo de los dioses y logró desterrarlos, mas fueron los creyentes de aquellos mismos dioses los que lograron destruir la Ciudad Vertical, la Ciudad de los hombres que soñaron ser dioses.
Y una nueva vida se gestaba en el vientre de Monique, una vida que simbolizaba la nueva unión de los hombres, puros y mestizos, la fundación de un nuevo pueblo destinado a enmendar los errores de sus antecesores, a purgar los pecados de la historia... y condenados a recordar, para siempre, la memoria de los olvidados.
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La ciudad vertical
Science FictionLa Ciudad Vertical nos transporta a un futuro distópico y aterrador en el que la historia y la capacidad crítica de los ciudadanos han sido anuladas. Sin embargo, un grupo de disidentes se esfuerza por mantener la dignidad humana y luchar contra el...