Un regalo de familia.

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Debo decir que todo lo que había temblado en la cama con Elisabeth, ahora se está multiplicando, mi deseo es estar con ella, pero ella tiene necesidades que yo, ahora mismo no puedo complacer. Tengo la carrera por medio, a mamá y a Samantha. No podemos estar todas viviendo en la misma casa por siempre, necesitamos espacio, conozco a mamá y se que agobia, y me conozco a mi, y la única pareja que he tenido duró poco. Es cierto que fui yo quien acabó con todo, pero me canse además, no sentía nada más allá de un: si me gustas.

Mientras pienso noto como la mirada de Elisabeth me está atravesando por la espalda, creo que siente mi miedo, al igual que mis dudas, por eso no dice nada, solo se dedica a observar.

He cogido la mochila, he metido la mano derecha con pánico, estoy muy alterada internamente. "Aquí está la caja" en mis manos, tan pequeña como mona, es una caja azul con lazo plateado que la adorna. En realidad no quiero abrirla, porque No estoy segura de poder cumplir lo que me pida. No estoy segura de nada. Abro la caja muy despacio, como si fuese una bomba a punto de estallar.

"Dios..."

-¿Te gusta? -Acaricia mis hombros. -Lo vi en una tienda, justo el día que estaba con Samantha en el parque. -Besa mi nuca.

-Si... ¡Me encanta!

-Lo escogió Samantha, esa niña es muy inteligente. -Acaricia mi pelo mientras espera. -Aquel día todo fueron señales.

Es precioso, y yo nerviosa por lo que pudiera pedirme o exigirme, no debería haberlo estado, debería simplemente haber confiado en ella. Es algo que nos representa y al mismo tiempo nos une como familia, es algo que a mí hermana le hubiese encantado, quizás por eso lo eligió Samantha.

-Lo llevaré conmigo siempre. -Besa sus labios con cariño y delicadeza. -Te lo prometo.

Hemos ido a las pistas, el imbécil está en ellas mostrando a los transeúntes cómo usar los skies, que yo sepa, no es monitor, porque hay como cuatro personas que llevan una chapita colgada con su nombre. Al imbécil le gusta llamar la atención.

-Nos ponemos por aquí, bajamos la hilera y remontamos. ¿Que te parece?

Le estoy mirando, me llama la atención.

-Nena.

Y la gente le escucha, le escuchan como si fuese alguien, aún sabiendo que no es nadie.

-Cariño. -Me gira para que la mire. -No, me estás escuchando.

-No, perdona, dime.

-¿Que pasa?

"Nada" la beso para quitarle importancia, no sé por qué ese tío me mira, ya le ha roto la nariz Elisabeth y parece no aprender, de echo su sonrisa, es como una mofa hacia nosotras.

Intento quitarle importancia, tengo los pies metidos en la tabla y las manos congeladas porque no he querido ponerme los guantes. Elisabeth, de echo me ha regañado varias veces.

Listas y preparadas. Elisabeth con sus dos palos manteniéndose quieta, y los dos esquíes mirando hacia abajo, creo que está cagada.

La brisa es suave, acompaña, pero la temperatura es muy baja y el no haberme puesto guantes... Creo que me pasará factura, aunque los rayos del sol calientan un poco, lo suficiente para creer que si te pones bajo el sol no morirás congelado.

Miro Elisabeth, bueno, más bien su sonrisa, miro la hondura que se le forma en el lado izquierdo del pómulo, me encanta. Es una mujer increíble aunque mi comportamiento deja mucho que desear.

Respiro profundamente porque en cierta forma me da miedo, hace años que no hago snow, por no decir mucho, mucho, tiempo. Creo que Susan acababa de empezar la universidad.

-¿Vamos?

Asiento dejando que la tabla se deslice poco a poco por la ilera, que hasta ahora no parecía tan empinada. Pero aún recuerdo los pasos y mi madre tenía razón, es como montar en bici, no es fácil olvidar algo que te gusta tanto. Me siento tan libre deslizando me por la nieve, yendo de lado a lado para no darme contra los árboles. Es, simplemente increíble. De vez en cuando miro hacia atrás, Elisabeth me sigue el paso, aunque un poco más despacio.

-¡Mierda! -"No había visto esa cuesta"

Nos hemos caído la una encima de la otra, no podemos mirarnos a los ojos porque llevamos las gafas, pero el tener a Elisabeth encima, corta mi respiración con solo sentir su pelo rozando mi nariz.

Mis manos descansan en sus caderas y las suyas a cada lado de mi cabeza, dibuja esa sonrisa tan bonita que tiene y muy despacio se agacha más hasta que nuestros labios están unidos en un forma perfecta que solo ella sabe mostrar al mundo, y a mi.

-Me has tirado al suelo. -Le digo cuando sus labios se alejan.

-No, perdona yo iba detrás, te has caído tú solita, y yo, me he tropezado contigo.

-No.

-Si.

En cuanto me levanto Elisabeth me coge y me tira otra vez al suelo.

-Joe con lo que me ha costado levantarme.

Elisabeth se pone encima sentada y yo también sentada. Me quita las gafas, se las quita y me mira fijamente a los ojos.

-Cuando volvamos, seremos profesora y alumna, en casa podremos seguir nuestra historia de amor. -Elisabeth me besa. -Lo que quiero decir es que en clase, en todas, intentes comportarte, te ayudaré a sacar los trabajos a tiempo, y a preparar los exámenes.

Me tiende la mano.

En realidad tiene razón debo portarme mejor, les ha costado mucho dinero a mis padres, y Susan lo hubiese querido, al igual que yo, que al fin y al cabo me metí a derecho porque me gustaba.

Le doy la mano, asiento y beso sus labios.

-Gracias. -Me abraza. -Por cierto se que aún eres muy joven y todo eso, pero me gustaría saber una cosa. ¿Que opinas del matrimonio?

Continuará...

ℬℯ𝒻ℴ𝓇ℯ𝓁𝒾𝒻ℯDonde viven las historias. Descúbrelo ahora