Antes | Designio

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Drake

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Drake

La diosa se llevó a mi abuela un mes después de la muerte de mis padres. Esa mañana que no despertó, fue la primera vez que vi a mi abuelo cayendo de rodillas y con la mirada ida. Se derrumbó cuando la doctora confirmó su muerte y permaneció así incluso un rato luego de que se llevaron su cuerpo. Fue como si un trozo de sí se hubiera ido con ella.

Esa noche, tras ser preparada por la esposa del alfa de los Arcturus y la del alfa de los Ypres, fue colocada en el templo dedicado a Diana. Tocada por la luz de la luna, envuelta por el aroma de las artemisas y su cabello adornado con flores, sus restos permanecieron accesibles hasta el amanecer para los Hijos de Diana que quisieran despedirse de su sacerdotisa.

Mi abuelo no se despegó la cabecera del ataúd, así como tampoco lo hicieron las parejas alfas de los Arcturus e Ypres. Las líderes femeninas, sacerdotisas como mi abuela lo fue, sostenían una vela cada una, esperando que esa luz la guiara en el camino hacia los bosques de la diosa.

Josh y yo nos mantuvimos cerca, sentados en la banca más cercana. Mi hermano menor solo había dicho un par de palabras ese día y llorado más que yo. No era que no lamentara la muerte de mi abuela, pues sabía lo mucho que mi abuelo la amaba. A diferencia de mi caso, ellos se escogieron el uno al otro y llevaban casi un siglo juntos. Yo tenía recuerdos agradables con ella, siempre con esa sonrisa en el rostro y calidez en su mirada, pero desde lo ocurrido con mis padres y tío, no había sido la misma. No la odiaba, más sí me enojaba cómo justificaba sus acciones echándole la culpa a alguien más. Él asesinó a mis padres y, de acuerdo a nuestras leyes, merecía morir.

—Me estás apretando muy fuerte la mano —murmuró Josh—. Duele.

Solté su mano y despegué la mirada de donde normalmente estaría el altar dedicado a Diana.

—Disculpa.

Para despejar mi mente de pensamientos negativos, paseé mi atención por los que se acercaban a ofrecer sus respetos. Por el tiempo transcurrido ya llegaban de forma más intermitente. Se detenían frente a los restos, hacían una reverencia, procedían a dejar algún regalo pequeño, y tocaban sus manos o cabello antes de retirarse.

Luego de unos minutos, en los que me distraje analizando cada detalle e intentando recordar sus nombres, una pareja ingresó sosteniendo la mano de una niña que debía rondar mi edad. Avanzaron más despacio que los demás y estuve seguro de no haberlos visto antes. Supuse que podían ser miembros de los Arcturus o de los Ypres, sin embargo, fue algo que descarté porque no tenían características que los asociaran a ellos. Melenas rubias, abrigos como si acabaran de llegar de viaje y un aura de seguridad en los adultos.

—Vengan, niños —pidió mi abuelo luego de estrechar las manos de los recién llegados.

Yo me levanté primero, deseando saber quiénes eran, y animé a Josh a seguirme.

La niña me daba la espalda por estar concentrada en mi abuela, mas sus padres sí giraron hacia nosotros. La mujer se agachó para quedar a nuestra altura, mientras que el hombre permaneció de pie junto a mi abuelo.

—Recuerdo cuando apenas eran unos bebés. Qué alivio verlos grandes y sanos —dijo ella con tono condescendiente—. Sé que Johan y Anna deben estar orgullosos por lo fuertes que han sido.

Quise responderle que era imposible que lo supiera, pero me contuve. Sabía que no era prudente. Por la manera en la que mi abuelo los recibió, concluí que debían ser cercanos a la familia.

Junto a mí, Josh respiró hondo, como si tuviera ganas de llorar de nuevo. Volví a sostener su mano y la apreté con moderación. Tampoco era el momento adecuado.

—Ellos son Christoph e Ingrid Terrell. Fueron amigos de sus padres —explicó mi abuelo.

—Y pueden contar con nosotros para lo que necesiten —aseguró Christoph.

Al escuchar su apellido supe de inmediato de quiénes se trataban. Mis padres me hablaron de ellos y de que su hija algún día sería mi esposa; y mi abuelo me comentó días después de su muerte que pronto vendrían.

—Corinne, hija, ven a presentarte —la llamó Ingrid.

Solo así la niña volteó. Su cabello rubio caía casi hasta la altura de la cinta negra que decoraba su vestido blanco con pedrería en los bordes. Inclinó la cabeza hacia adelante antes de posar sus ojos azules en nosotros.

—Lamento que nos conozcamos en estas circunstancias, pero así fueron los designios de la diosa. Espero que podamos llevarnos bien —dijo sin titubear, como si hubiera estado practicando esas palabras hasta poder recitarlas sin esfuerzo.

No extendió su mano, ni nosotros lo hicimos. Tampoco pude formular una contesta que sintiera correcta, como sabía se esperaba de mí. Acababa de conocerla, pero sentía el peso de que algún día me casaría con ella. Y, su mirada expectante no lo hizo más sencillo.

—Drake —habló mi abuelo para hacerme reaccionar.

—También espero que nos llevemos bien —repliqué ayudándome con lo dicho por ella.

Corinne sonrió, mas ese gesto lo percibí como forzado.

—¿Puedo sentarme, madre? —preguntó posando los ojos en su progenitora—. Estoy un poco cansada por el viaje.

—Sí, está bien.

Corinne bajó el escalón que dividía el templo en dos niveles y fue a sentarse en la misma banca que estuve ocupando con mi hermano. Se sentó derecha, con las manos juntas en su regazo y la vista hacia el frente.

Como la pareja Terrell inició una conversación con nuestro abuelo y nosotros pasamos a segundo plano, Josh me haló de regreso a la banca. A pesar de ocupar el espacio junto a Corinne, ella no nos ofreció ni una sola mirada más. Fue como si estuviera ignorando nuestra presencia y, como yo tampoco sabía qué podía decirle, sobre todo por las circunstancias, también permanecí callado a escasos centímetros de ella.

Cuando el cielo comenzó a aclararse, miembros Cephei allegados a los Aldrich ayudaron a mi abuelo a levantar el ataúd. Así abierto como estaba fue sacado del templo. En el exterior, los Hijos de Diana los recibieron y caminamos detrás de ellos hacia el bosque. Nosotros íbamos justo después del ataúd, en compañía de los Terrell.

Al llegar a uno de los claros en los que a mi abuela le encantaba recoger flores, fue colocado el ataúd sobre una estructura de madera previamente preparada para esos acontecimientos. Quienes la cargaron se retiraron para integrarse al círculo hecho por los presentes a su alrededor, excepto mi abuelo, quien permaneció a su lado.

La sacerdotisa de los Arcturus y la de los Ypres se acercaron a nosotros sosteniendo cada una un pliego de tela plateada. Se detuvieron frente a Corinne. La de los Ypres colocó la tela sobre sus hombros antes de tomarla de la mano y guiarla hacia mi abuela.

Las tres se unieron a mi abuelo. La representante de los Arcturus cubrió a mi abuela hasta los hombros con la tela y luego permaneció en el costado contrario. Corinne, al parecer sabiendo qué hacer, se aproximó al cabezal y se encargó de tapar rostro.

—Gracias por tu entrega, Esther. Que los caminos de la diosa te reúnan con tus seres queridos —dijo.

Dio unos pasos hacia atrás y se mantuvo con los ojos fijos en ella.

Mi abuelo sacó una vela del interior de su chaqueta. La encendió para con su llama incendiar la estructura preparada. Otros Hijos de Diana imitaron su acción. Permanecimos allí hasta que todo fue consumido por el fuego.

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La Redentora | Trilogía Inmortal III [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora