Capítulo 9 | En la montaña de los Ypres

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La ubicación de los Ypres no estaba documentada

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La ubicación de los Ypres no estaba documentada. Ellos llevaban su exclusión del mundo un paso más allá que los Pólux. Para encontrarlos, había que perderse en su montaña y tener fe de ser hallada por alguna de ellos. Ese detalle no evitó que escapara de los Arcturus para adentrarme en la búsqueda de la lanza y, en consecuencia, de Drake y Ethan. Sin embargo, deambular con un frío que empezaba a sentirse a través de mi pelaje, me estaba haciendo dudar de mi decisión precipitada.

Pero no podía quedarme sentada esperando por el permiso de quienes no sentían esa angustia en el pecho. No me importaba lo que hicieran conmigo después con tal de alejar a Ethan de Drake. Valía la pena el riesgo por salvarlo.

En algún lugar de esa montaña, conectada a una cordillera que se extendía por varios miles de kilómetros, me movía gracias a mi convicción. Había perdido la noción del tiempo y ya comenzaba a darme hambre. Me sentía cansada, pero no confiaba en mi cáscara humana para soportar esa temperatura. Mis patas se hundían en la nieve y una ventisca inesperada me impedía ver más allá de unos cuantos metros.

Continuar bordeando la montaña y seguir subiendo. Eso era lo que debía hacer. No cualquiera daba con los Ypres sin una invitación. Sin embargo, yo era una Hija de Diana y la diosa debía estar de mi lado. En eso debía creer. Ella no podía estar del lado de Drake. Solo tenía que dar un paso más, y luego otro. Daría con ellos.

A través de la cortina de blanca que entorpecía mi visión, distinguí, entre un nuevo grupo de rocas que sobresalían de la nieve, una forma lisa impropia de la naturaleza. A medida que acortaba más la distancia, con mis extremidades ya entumecidas por el esfuerzo, me di cuenta de que se trataba de un escalón; el primero de otros que ascendían hasta desaparecer más allá de mi campo visual.

Escaleras. Señal de civilización. Debía estar cerca. Solo tenía que aguantar un poco más.

Sin embargo, pese a ser consciente de ello, mis extremidades dejaron de responder. Tuve que sentarme un momento. No sabía qué tanto más tendría que subir y consideré que lo mejor sería descansar por un instante allí. Aunque, en realidad, no tenía otra opción. Mi cuerpo ya no me daba para más.

Creyendo que había sido suficiente, y acostumbrada a sobrepasar mis límites, me reincorporé para hacer un último esfuerzo. No obstante, apenas di un par de pasos más, se me fue lo que quedaba de fuerza. Perdí el agarre de mi cáscara lobuna y acabé tendida de costado.

Era extraño sentir esa gelidez en mi mejilla y en cada parte que tenía contacto con mi piel. Doblé mi cuerpo y junté lo más que pude las piernas contra mi pecho.

Quemaba. Era como pequeñas agujas hundiéndose en mí. Pero tenía tanto sueño y pesadez que no pude hacer nada contra ellas. Sentí mi boca seca y, en lugar de aparecer el agua como remedio en mi mente, lo que imaginé fue sangre. Sí, ese líquido rojo prohibido, el mismo que generaba ese calor que necesitaba tanto en esa situación. La anhelaba, así se tratara de una sola gota. Necesitaba esa explosión en mi interior para poder avanzar un poco más y llegar a mi meta. Sabía que así era.

La Redentora | Trilogía Inmortal III [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora