Drake
Subí a la azotea del edificio principal de las instalaciones, como Corinne me lo pidió. Había visto su mensaje casi una hora después por haber tenido que estar presente en una reunión que tuvo mi abuelo y esperaba que todavía siguiera allí. Y que no se hubiera molestado, porque no respondió mi llamada.
En lugar de encontrarla meciéndose en una de las hamacas, la vi al girar sentada en el suelo, con la espalda apoyada del sofá que quedaba oculto de la puerta. Pese a la oscuridad del sitio que escogió, pude detallar varios paquetes de galletas vacíos esparcidos sobre la mesa. Ya era la tercera vez que la hallaba así, ahogando su ansiedad con dulces.
—¿Corinne? ¿Qué pasa? —pregunté con suavidad avanzando hacia ella.
Mi voz pareció ser lo que le anunció mi llegada. Al oírla, giró para mostrarme sus ojos llorosos. Ahí estaba de nuevo esa presión en el pecho. Detestaba que el peso de las responsabilidades puestas en nuestros hombros por nuestros padres le causaran esa angustia. Todo era mejor cuando nos olvidábamos de ellas.
—Sea lo que sea, lo resolveremos juntos —agregué—. Por eso somos un equipo.
Me senté en el sofá y le ofrecí mi mano para ayudarla a que hiciera lo mismo. Aceptó hacerlo, sacudiéndose las migajas de las galletas en el proceso.
—Pareja —corrigió—. Somos una pareja.
No creí que mi elección de palabras fuera a importarle tanto. Nunca lo había hecho. Una pareja era un equipo. ¿Por qué remarcar lo que ambos y todos sabían?
—Así es —dije de todas formas—. Disculpa por no poder venir antes. Arthur quiso de repente que estuviera en una conversación que iba a tener con Manuel Harcos. —Aparté un mechón de su rostro y levanté con delicadeza su mentón con mi mano para que me mirara—. ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?
Desvió los ojos hacia la mesa.
—Me comí todo eso —murmuró.
—¿Y por qué? ¿Qué pasó? —repetí.
Volvió a mirarme y vi cómo más lágrimas surgieron en sus ojos.
—¿Sí quieres estar conmigo? —cuestionó—. No por el trato de nuestros padres, sino por mí. ¿Sí te gusto?
No tuve evitar fruncir el ceño. No comprendía de dónde provenía esa inseguridad. Claro que al principio tuvimos que empezar a interactuar por lo que decidieron nuestros padres, pero ya habían transcurrido años de eso y lo que provocaba en mí no era a causa de un acuerdo. Creí que las señales involuntarias de mi cuerpo eran suficiente para que lo supiera, como cuando a veces me trababa al hablar o el nerviosismo me hacía tirar objetos.
Tuve que humedecer mis labios. No se lo había dicho en voz alta. No había encontrado el valor y me escudé tras lo inevitable del resultado de nuestra relación, a pesar de saber que ella no me rechazaría.
—Sí me gustas —repliqué—. Mucho.
Ella parpadeó repetidas veces y lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Busqué limpiarlas con mi pulgar.
—¿Y si no soy suficiente para ti? ¿Y si te arrepientes?
—¿Y si yo no lo soy? ¿Y si lo haces tú? —contesté. Debía calmar esas dudas, las cuales en parte eran mi culpa—. No nos adelantemos, ¿bien? Yo creo que si seguimos como vamos, todo saldrá como queremos.
—Te vi con Josh y unas chicas. Se reían y una de ellas te tocó la pierna de forma atrevida —dijo—. También vi cómo amablemente le quitaste la mano, pero, ¿y si la próxima vez no es así? Es hermosa y muchas lo son. E incluso más interesantes, coquetas y divertidas. Yo no soy así. Yo nunca te he...
Se calló. Su corazón comenzó a latir más deprisa y el mío no se quedó atrás. Sentí calor en el rostro ante la imagen que se construyó en mi mente.
—Puedes hacerlo.
—¿Qué?
Ante los significados que podía tener lo que dije sin pensar, olvidé cómo hablar. Y estaba tan cerca y necesitada de que le diera seguridad de mis sentimientos por ella, que me dejé llevar por ese impulso que en otras oportunidades terminaba siendo interrumpido; por nervios, o por miedo de ir más allá.
Junté mis labios con los suyos por primera vez. Ese sabor dulce con pizca de salado, acompañado por esa nueva suavidad, provocó que mi interior se contrajera. Fue un ligero roce al que ella respondió con la misma timidez. Su mano apretó la mía y así supe que lo había enmendado.
—Debí hacer esto hace mucho —dije más para mí que para ella al retroceder unos centímetros—. Tú eres hermosa y mucho más que solo eso. No necesito diversión y coqueteo, yo no soy Josh. Quiero a alguien que sostenga mi mano, señale mis errores y pueda lidiar con quién seré.
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La Redentora | Trilogía Inmortal III [COMPLETA]
Hombres LoboLa traición de Vanessa destruyó la última esperanza de salvación para Drake. Ya no tendrá freno para su sed de poder y el brujo que lo acompaña se esforzará por poner el mundo a sus pies. Alejados del mundo, armarán su plan para obtener lo faltante...