Drake
Corinne no solía quedarse hasta tan tarde en el templo. Ese detalle y el hecho de que estuviera distante ese último par de días empezó a preocuparme. ¿Acaso había hecho algo que la molestara? Respondía mis mensajes de forma extraña, sin ganas por su parte de alargar la conversación.
En cuanto me preguntó si podía ir al templo, no tardé en quitarme el pijama y vestirme para acudir. Temía que estuviera teniendo otro episodio de dudas. Esas semanas habían sido tranquilas; ella más atenta de lo normal debido al riesgo a morir que enfrenté. Algo tuvo que haberla desbalanceado y seguro optó por callarse para demostrarme que podía lidiar con las cosas sola.
—¿Corinne? —llamé cerrando la puerta detrás de mí.
Faltaba poco para que amaneciera. Hubo un servicio unas horas antes, pero ya el resto de artemisas quemadas había sido recogido y el olor era leve. Las velas continuaban encendidas, pero a la mayoría les faltaba poco para acabarse.
—Aquí estoy.
Salió de la habitación de la sacerdotisa. Su cabello estaba suelto y llevaba puesto un vestido que jamás había visto. Falda de tul con brillos. Mariposas bordadas y transparencias contorneando el torso. Mangas largas abullonadas. Lucía tan cercana a la divinidad y me sentí demasiado terrenal para ella.
No supe qué decir. No parecía angustiada, sino nerviosa. ¿Por qué? ¿Por qué me citó allí? Emir no estaba, o ya se hubiera asomado también. Estábamos solos. Nadie iría allí a esa hora. Mis manos comenzaron a sudar.
—Está todo bien —añadió.
Me detuve entre las primeras bancas. Nos conocíamos. Teníamos años juntos. Pero, había algo distinto en el ambiente. Algo que me secaba la boca y me arrebataba el aliento.
—Qué bueno —respondí.
Silencio. Uno indeseado, porque lo que anhelaba era que esa incomodidad se dispersara y solo nos sentáramos a conversar. Y besarnos. Y tocarla para confirmar que fuera real. ¿Era digno para eso?
Luego de lo que percibí como una eternidad, Corinne por fin decidió acercarse. Sujetó mi mano sin hacer contacto visual.
—Ven conmigo —pidió.
Caminé tras ella. Iba lento, con duda. Los pliegues del vestido se movían con su andar y pensé en lo fabuloso que sería poder tener una visión de sus piernas. Mi mirada ascendió y noté que la espalda estaba descubierta.
Ya había estado en esa habitación, pero algunas cosas habían sido movidas. En el centro ya no estaba la mesa redonda, sino un puñado de almohadas y cojines sobre un edredón. Había velas nuevas encargadas de la iluminación y un aroma a lavanda nos rodeaba.
Vi la copa de vino a medio acabar en una esquina. Ideas se formaban en mi mente, sin embargo, no quería estar malinterpretando la situación. La dulce y recatada Corinne no podía estar proponiendo hacer el amor por primera vez en el templo.
—¿Por qué me pediste que viniera? —pregunté.
Todavía sostenía mi mano, pero no se giraba. Su respiración se estaba tornando pesada. Recordé todas las veces que yo pretendí llevar nuestros besos más allá y ella retrocedía. ¿Por qué ahora sí?
—¿Corinne? —dije.
Me soltó.
—Estoy lista.
Esa frase incrementó lo que se estaba manifestando en mi cuerpo. A pesar de que no era lo que tenía planeado para nosotros, ni un escenario organizado por mí, no podía evitar sentirme inquieto ante la expectativa.
—¿Estás segura?
—Sí. No tiene sentido seguir demorándolo. Tengo que entregarme por completo a ti.
Ese tengo captó mi atención cuando estuve por acercarme. Me detuve un momento al manifestarse el temor que compartí con Ian y Bryan en el bosque.
—¿Por qué dices que tienes que hacerlo?
—Es parte de la formación —admitió.
La emoción dentro de mí se desplomó. No así. No por obligación.
La rodeé para encararla y hacer que me viera a los ojos. Estaba asustada y yo también, pero más allá de eso me dio indignación. No podían inmiscuirse en eso también.
—¿Esto es idea de Emir?
—Necesito convertirme en una mujer completa —murmuró.
—No haber tenido sexo conmigo todavía no te hace menos mujer.
—Sí lo hace. Y sé que ya te he hecho esperar bastante.
Acuné su rostro en mis manos. No podía permitir que creyera eso.
—Escúchame, Corinne. Es nuestra vida y es nuestra decisión. Tiene que ser especial, no forzado —expliqué con suavidad—. Claro que quiero, pero...
—Yo quiero esto, Drake —me interrumpió—. Que sea necesario solo es el empujón que faltaba para combatir los nervios.
Sus manos envolvieron mis muñecas y acarició mi piel con sus pulgares. Me observaba a los ojos, con sus mejillas coloradas y corazón acelerado. Era mía desde aquel acuerdo entre nuestros padres y llevaba siendo suyo desde ese mismo instante. Ese acto carnal era una nueva forma de reafirmar esa pertenencia. Los nervios eran normales y ambos estábamos dispuestos, pero lo corrompía que fuese un requisito.
Tenía que retroceder y evitar que cometiera una equivocación. No me perdonaría si la mañana siguiente ella se arrepentía. No obstante, no sabía qué la lastimaría más. El rechazo no lo iba a tomar bien tampoco.
Antes de que pudiera decidir qué hacer, Corinne llevó mis manos a sus hombros, al inicio de las mangas de su vestido. La mitad de mis dedos tocaban su piel expuesta y mi mente se nublaba. Mi entrepierna palpitaba, pese a la controversia. La deseaba.
—Entonces no te niegues —susurró—. Sé que no me harás daño.
Usó mis manos para deslizar las mangas por sus brazos. Centímetro a centímetro fue destrozando mi autocontrol. Justo cuando sus brazos quedaron libres de la tela, sus pechos rosados y tersos fueron expuestos. Éramos Hijos de Diana, ya la había visto desnuda, pero esa atmósfera íntima lo hacía diferente. Era mía.
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La Redentora | Trilogía Inmortal III [COMPLETA]
Hombres LoboLa traición de Vanessa destruyó la última esperanza de salvación para Drake. Ya no tendrá freno para su sed de poder y el brujo que lo acompaña se esforzará por poner el mundo a sus pies. Alejados del mundo, armarán su plan para obtener lo faltante...