capitulo 40

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Gabriel guiaba su motocicleta por las coloridas calles de Miami Beach consciente de que Elena iba con él abrazada a su cintura más que para protegerse, para estar lo más pegada a él que le fuera posible, sentía los brazos a su alrededor y las manos de ella en el pecho como sí quisiera retenerlo a toda costa para ella regalándole su calor y su cercanía.

Paró en la orilla de la playa, sin decir palabra alguna la tomó de la mano llevándola hasta un lugar apartado donde había un hermoso paisaje que enmarcaba un momento que ambos habían esperado por mucho tiempo. Sentados sobre una alfombra de arena dorada uno frente al otro se preparaba para decir todo lo que tenían en sus corazones guardado en una conversación no pautada y que ninguno de los dos sabía cómo comenzar.

—Elena, ¡te amo tanto! —soltó sin más Gabriel como si estuviera liberando de un gran peso—. Por más que trato de alejarme de ti, no puedo hacerlo.

—No lo hagas entonces... —susurró.

Gabriel miró sus ojos y vio de nuevo en ellos esa ternura que lo terminó enamorando años atrás.

—¡Quiero decirte tantas cosas! Es tanto lo que debes saber.

Elena lo veía, miraba su rostro, sus ojos; ya era un hombre maduro, sus sienes brillaban al sol reflejando las hebras plateadas que comenzaban a poblar su cabello haciéndolo ver más sereno. No importaba lo que tenía que decirle, lo único que importaba era que la amaba y que no lo dejaría escapar de nuevo.

—A mí ya no me importan historias del pasado, solo quiero sinceridad en el futuro.

—Cuando te fuiste —siguió, haciendo caso omiso a sus palabras—. Quedé vacío, cometí muchos errores, hice estupideces.

—Lo sé. Si es eso lo que quieres contarme, no hace falta. Mi papá contó todo sobre lo que pasó con María Teresa, que te detuvieron, pero que lograron liberarte sin cargos.

—Sí. La culpa me estaba carcomiendo por dentro, sentía como me mataba lentamente, sufriste mucho por mi causa y lo peor fue que pagó el más inocente. Nuestro hijo.

Gabriel reflejaba el dolor todavía vivo por la pérdida del bebé que esperaba Elena, sobre todo por la circunstancia como ocurrió.

—Perdón por eso —Gabriel... —se disculpó liberando las lágrimas contenidas.

—¿Por qué te disculpas, pequeña? Tú no hiciste nada.

—Sí lo hice —afirmó bajando la mirada.

Gabriel la cogió por el rostro acariciándola con dulzura.

—¿Por qué dices eso?

—Yo nunca debí salir en ese estado de desesperación, tenía que pensar en mi embarazo antes de salir del apartamento —admitió.

—¡No, pequeña! —exclamó preocupado tomándola de las manos—. No digas esas cosas, no es justo que te culpes. Elena yo te llevé a ese nivel de desesperación en el que ya no podías pensar en lo que era correcto o no, yo llevo la mayor parte de la culpa, nunca debí utilizarte como lo hice, fui un cobarde y después nos negué la posibilidad de ser felices al cegarme ante el amor que sentía por ti.

—Dejemos eso atrás, Gabriel, por favor.

—Quiero que volvamos a estar juntos. Si no quieres volver al apartamento buscamos otro... una casa, un barco. Lo que sea que tú quieras.

—¿Por qué nunca te mudaste de allí? —preguntó secándose las lágrimas.

—No quería. Todo quedó como tú lo dejaste, era una forma de conservarte conmigo.

AMOR ROBADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora