CAPITULO 2

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Entró al estacionamiento del moderno edificio en la vibrante zona de Brickell, aparcó su coche al lado del de María Teresa como siempre hacía, bajó dispuesto a subir de inmediato a el apartamento, pero se fijó que, a unos metros de él, una joven madre luchaba por bajarse de su auto con su bebé en brazos, las bolsas del supermercado y cochecito del bebé. Realmente parecía un malabarista de circo tratando de hacerlo todo ella sola, siempre caballero decidió ir en ayuda de la vecina en apuros.

—Buenas noches. ¿Te puedo ayudar? —preguntó Gabriel solícito.

—Buenas noches... Gabriel, ¿verdad? —respondió la vecina sonriendo de alivio por la ayuda ofrecida.

—Sí. Gabriel Mendoza, nos hemos visto algunas veces por aquí —afirmó con una galante sonrisa.

—Claro... eres el novio de María Teresa. Siempre los veo juntos. Ella me ha hablado de ti —dijo la joven poniéndole el bebé en los brazos sin darle tiempo de aceptarlo ni rechazarlo dejándolo tieso como piedra sin ni si quiera saber qué hacer con el pequeño.  Decidió relajarse y acercarlo a su pecho imitando lo que había visto en otras personas en la misma situación—. Gracias, Gabriel. ¡La verdad, que hay veces que siento que me faltan manos! —informó la joven madre mientras bajaba el coche y colocaba las bolsas en la parte baja. Al terminar con esto, le quitó el bebé de los brazos para sentarlo en el cochecito ajustando el cinturón de seguridad alrededor del pequeño bajo la mirada curiosa de su vecino, mientras él instintivamente se componía la chaqueta del traje, gesto que no pasó desapercibido—. Ay, Gabriel... —volvió a hablar la joven bromeando— deberías irte acostumbrando. ¡Cualquier día de estos María Teresa te hace papá, y verás como tus trajes pasan al último plano!  —bromeó riendo con ganas.

A Gabriel no le quedó de otra que sonreír con educación siguiéndole la corriente.

—Claro —dijo entre dientes—. Seguro será así.

El trío entró al edificio hasta el ascensor. Los tres esperaron en silencio a que se abrieran las puertas para por fin poder llegar cada cual a su destino, la joven a su casa y él a encontrarse con María Teresa; al abrirse Gabriel dejó que subiera primero la joven empujando el coche mientras él le sostenía las puertas evitando que se cerraran cuando ella estuviera pasando, una vez adentro se sintió atraído por unos pequeños ojos que lo miraban desde abajo con intensidad, sorprendido por la forma tan seria en la que aquel pequeño lo miraba no pudo más que responder con una de sus sonrisas retorcidas a la que el bebé respondió sonriéndole también, en ese momento la madre bajó en el segundo piso saludó con simpatía dejándolo solo y agradecido de que María Teresa no hubiera quedado embarazada todavía, no se veía como padre ni a su amada novia como madre. —Acabaría con la magia— pensó mientras bajaba del ascensor.

Caminaba por el pasillo lentamente en dirección al apartamento que compartía con María Teresa cuando una extraña sensación se apoderó de él, era como una chispa de angustia que se generaba en su pecho sin ningún motivo ni explicación, frente a la puerta del apartamento respiró profundo en busca del autocontrol que lo caracterizaba mientras sacaba las llaves del bolsillo.  Abrió la puerta con cuidado, algo le obligaba a ser silencioso y cauteloso, racionalmente pensaba en la necesidad de sorprenderla, pero algo le decía que era él quién se llevaría la sorpresa.  El apartamento parecía vacío a simple vista "salió sin avisar" fue lo primero que le llegó a la mente, pero luego recordó que había visto su coche en el estacionamiento así que desechó la idea de inmediato, el recibidor estaba a oscuras, Gabriel entró en la cocina, pero el panorama era él mismo, el espacio estaba vacío y en silencio.

—¡Marite! —llamó quedamente hacia el área de servicio.

Sin saber por qué, su intranquilidad crecía a cada paso que daba, los nervios le tensaban los músculos y ya se sentía en guardia. Algo sin duda no estaba bien. De pronto se percató de las risas que venían de la habitación. Deliberadamente se acercó en silencio notando que las risas se convertían en gemidos de placer. La situación era más que obvia, aun cuándo quisiera, no podía negarse a él mismo lo que estaba ocurriendo allí adentro. En ese momento su corazón se volvió de plomo dentro de su pecho, la sangre se congeló en sus venas y su mente aceptó de inmediato lo que sus ojos aún no habían visto, así pasó en un segundo de la incertidumbre a la furia.

En un acto reflejo fue directo hasta la puerta de la habitación principal que se veía apenas entreabierta empujándola fuertemente con ambas manos, allí pudo ver con sus propios ojos a su querida Marite, el amor de su vida, de espaldas a él cabalgando salvajemente sobre el cuerpo de un hombre desconocido que la tomaba de la cintura mientras ambos gozaban del placer que se producían mutuamente.

La pareja no se percató de la presencia de Gabriel hasta que escucharon la puerta golpear la pared a lo que reaccionaron separándose con brusquedad.  

—¡Gabriel!  —gritó María Teresa mientras trataba desesperadamente de tapar su desnudez con las sábanas, y el desconocido se levantaba de la cama con expresión de espanto.

—¡Eres una maldita zorra! —escupió entre dientes aún de pie en el marco de la puerta.

Ella medio cubierta con las sábanas temblando de la cabeza a los pies trató de acercarse mientras el desconocido se vestía torpemente.

—¡Yo no sabía que era casada, no me dijiste! —le gritaba a María Teresa el hombre que hacía pocos segundos le tenía sexo con ella.

—¡Cállate! —chilló ella acercándose a su novio venciendo el temor que le causaba verlo por primera vez tan lleno de ira.

—No te acerques —advirtió Gabriel mientras el hombre pasaba semidesnudo a un lado de él con sus zapatos en la mano, directo hacia la salida.

—Perdóname —pidió reventando en llanto mientras se lanzaba en sus brazos.

Gabriel todavía sin salir de su impresión reaccionó, cuándo sintió una mano sobre su hombro.

—Perdóname, mi amor, no había pasado nunca ni volverá a pasar.

Esto fue suficiente para sacarlo completamente de sus casillas y enfurecerlo todavía más reaccionando sin darse tiempo de pensar en lo que quería hacer apartando a María Teresa de un empujón haciéndola caer al suelo.

—¡Gabriel! —gritó sorprendida.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Maldita! —vociferó acercándose a ella para levantarla por un brazo y tirarla de bruces sobre la cama—, ¿desde cuándo?

—¡No, no había pasado antes! No sé qué pasó... ¡Lo juro! —sollozaba de rodillas sobre la cama mientras él la observaba aun tratando de asimilar lo sucedido evidentemente contrito con las manos sobre la cabeza en señal de desesperación haciendo lo posible por recuperar su autocontrol.

María Teresa confundida por el gesto intentó acercarse de nuevo haciéndolo estallar una vez más en contra de ella.

—¡No me vuelvas a tocar nunca más en tu vida! —le gruñó al tiempo que le propinaba una fuerte bofetada que la lanzó de nuevo a la cama.

—¡No tienes derecho a esto, Gabriel! —le gritó furiosa.

Al ver que realmente estaba perdiendo el control de sus actos y que ni él mismo sabía reconocer si obedecían a la furia o al dolor que sentía en su corazón, Gabriel prefirió utilizar la poca cordura que le quedaba para acabar con aquella situación que lo estaba haciendo reaccionar tan peligrosamente.

—Amor mío, perdóname —insistió ella una vez más entre lágrimas bajando la mirada en señal de rendimiento apretando las sabanas contra su cuerpo con todas sus fuerzas.

—Sería un idiota si lo hiciera —logró decir recuperando algo de su frialdad habitual.

—¡Tú me amas! Perdóname en nombre de ese amor...

—Sí. Te amo. Pero esto no puedo permitirlo, nunca te vería de la misma manera. —dijo casi calmado—. Mandaré por mis cosas, tenlas listas para mañana —Así sin más, se dio la vuelta para salir del apartamento cuando la voz detrás de él lo hizo detenerse y voltear.

—¡Gabriel! si te vas me mato... —comentó entre dientes al momento que estalló un portarretratos de cristal en el suelo, tomó uno de los pedazos más grandes del cristal con una mano mientras que amenazaba con cortar la muñeca del otro brazo.

—¡No me vas a chantajear! —gruñó Gabriel mientras un hilo de sangre comenzaba a caer al piso junto con el resto de los cristales rotos, sobre una foto de los dos en la que se veían abrazados demostrándole que ella si era capaz de hacerlo.

AMOR ROBADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora