capitulo 13

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Parado frente a ella su corazón latía muy fuerte, no sabía para qué había ido a buscarlo, pero se lo imaginaba, la noticia si le había llegado.

—Hola, Gabriel.

—¿Qué quieres, María Teresa? —preguntó altivo.

—Tenía que verte.

—¿Para qué?

—Te he extrañado mucho... —casi en un susurro con los ojos líquidos y llenos de pasión—. ¿Tú no me has extrañado? Esperé todo este tiempo hasta que estuvieras más calmado.

—Yo siempre he estado calmado, María Teresa, y no tengo ningún tema que hablar contigo, así que, si eres tan amable apártate de mi coche, tengo cosas que hacer —ordenó sin expresión en el rostro.

—Por favor, Gabriel —suplicó— dame solo unos minutos, yo aprendí mi lección, cambié.

—No me importa sí mudaste la piel como la víbora que eres, no es asunto mío —Gabriel trataba de mantenerse frío ante aquella situación, no quería flaquear ante la tentación de la mujer que deseaba ni tampoco demostrarle que su presencia le afectaba, activó la alarma de su coche quitándole el seguro a las puertas.

—¡Gabriel, por favor no te marches!

En un intento desesperado de impedir que Gabriel se fuera, María Teresa se aventuró a agarrarlo de un brazo para que no pudiera abrir la puerta, para él fue fácil evitarla momentos antes, pero sentirla fue algo muy distinto, definitivamente todo lo demás  pasó a segundo plano y solo pudo notar como ella lo retenía, cómo su mano se aferraba a su brazo recordándole como era todo su cuerpo y lo que sentía cada vez que la poseía, su sangre comenzó a calentarse sin remedio pero en un arranque de consciencia se apartó de su lado desprendiéndose del contacto haciendo una mueca de desprecio que ella prefirió obviar para luego acercarse más a él casi hasta abrazarlo.

—No me engañas, así que no te engañes a ti mismo. Todavía me deseas, tanto como yo a ti —aseguró hipnóticamente viéndolo a los ojos, sabiendo que dentro de él había una fuerte lucha entre su conciencia y sus deseos—. Te extraño...

Esas palabras fueron la perdición de Gabriel, sus deseos siempre arrolladores le ganaron la partida, —solo esta vez— se dijo así mismo mientras la tomaba entre sus brazos la besaba con la violencia nacida de la pasión reprimida durante meses mientras ella respondía como él la recordaba, con la misma sed de alguien perdido en el desierto.

—Vamos, lo quieres, yo te lo quiero dar, vámonos...  —decía ella sin aliento, entre besos.

—Sube —ordenó violentamente Gabriel.

Gabriel subió al coche y lo encendió no pensaba, solo era capaz de responder por el impulso de la pasión que sentía, María Teresa rodeó el coche rápidamente para subir del lado del copiloto.

Una vez sentada a su lado ella comenzó a desabotonar la camisa de Gabriel mientras besaba con ansias su cuello, él la dejaba hacer disfrutando de la atrevida exploración que las manos de ella hacían con tanta devoción, acarició su pecho, su abdomen, bajando hasta la parte que más había extrañado del cuerpo del hombre, su entrepierna. Pese a las dificultades diestramente solventadas por Gabriel para manejar en esas circunstancias, llegaron pocos minutos después a un pequeño hotel que ya ambos conocían.

Una habitación para dos era lo que necesitaban y era lo que tenían, no importaba la decoración ni el tamaño de la cama, era un lugar adecuado donde dar rienda suelta a aquella necesidad del uno por el otro guardada durante meses que los estaba consumiendo, dar rienda suelta a aquella pasión animal y visceral era lo único que importaba en aquel momento.

AMOR ROBADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora