15. Madre Agnes

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Una noche antes de nuestro encuentro con las chicas, del primer fin de semana en el que los alumnos podían ir y venir del internado, me desperté en plena madrugada con la frente empapada y reteniendo un grito en los labios

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Una noche antes de nuestro encuentro con las chicas, del primer fin de semana en el que los alumnos podían ir y venir del internado, me desperté en plena madrugada con la frente empapada y reteniendo un grito en los labios. No quería despertar a Nate por una pesadilla, por lo que me mordí el labio inferior con fuerza para evitarlo. Especialmente cuando sentí que mis manos se aferraban a las sábanas y una punzada de dolor se remarcaba en la zona de mi corazón.

Como si alguien estuviese escarbando en mi pecho...

Tardé varios minutos en tranquilizarme, pero volver a dormir ya era otra historia. Sabía que Morfeo no me acogería en su mundo con tanta facilidad y no quería seguir despierta con los ojos cerrados a expensas de que el sueño apareciese.

Decidida, tomé una sudadera del armario y me encaminé hacia la piscina.

Me relajé en el agua, sin preocuparme por el tiempo que se deslizaba entre mis dedos o los pasos que retumbaban en la estancia por los cadáveres que se aproximaban a las ventanas o a la entrada. Ningún zombi conseguiría sacarme del agua, no cuando me otorgaba tanta paz dentro de la tormenta.

Mi momento de tranquilidad acabó por mi mano, al abrir la puerta, sin tan siquiera plantearme la idea de que alguien estuviese esperándome al otro lado. Esquivé el cuchillo de un salto mientras mis ojos impactaban en el cadáver encapuchado que tenía a escaso un metro de distancia. Estaba tan cerca que su hedor me golpeó tan fuerte como lo hubiese hecho el filo de haberme alcanzado.

Escabullirse fue difícil, pero lo conseguí.

Me serví de la piscina para atrapar al cadáver y corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a la habitación. En el camino creí escuchar voces, como si un grupo de chicas se hubiese reunido en algún punto del patio, pero no alcancé a verlas y solo atesoré sus voces en mi memoria.

No quise comentárselo a Nate al despertar para no aguantar su riña, porque sabía que no se lo tomaría bien si descubría que había vuelto a jugar al gato y al ratón con uno de los zombis.

En el comedor, Benjamín, Andrés y Tomás se despidieron de nosotros porque cada uno volvería a sus respectivas casas para pasar el fin de semana con su familia. Los alumnos tenían la opción de elegir si irse o quedarse, y en sus casos, la decisión estaba clara.

Alister, por el contrario, prefería quedarse.

Unas horas después, en la azotea, acordamos el punto de encuentro con Amanda y Sandra. Hubo más de una discusión por teléfono ante la variedad de propuestas y lo diferentes que eran las unas de las otras.

Finalmente, tras un buen rato de gritos y maldiciones, todos estuvimos conformes en encontrarnos en el apartamento. Al contrario que nosotros, las chicas eran reconocibles. No era conveniente, menos aún factible, que se acercaran a la verja que rodeaba la ladera de la montaña y marcaba el territorio del King's Collage. Por eso mismo, tras varias complicaciones porque ninguna de ellas pensaba quedarse quieta, conseguimos convencerlas de que era lo mejor para todos. Aunque, para cuando alcanzamos el pueblo y nos dirigimos al bloque de edificios, Amanda ya estaba sentada en las escaleras que daban al portal, con un refresco en sus labios y los ojos recorriendo la calle en nuestra búsqueda.

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