53. Un precio demasiado alto

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Agnes estaba frente a mí.

No era una alucinación, tampoco un juego.

Las descripciones de Caos no la hacían justicia, tampoco las que había hecho Carmen a partir de las pocas representaciones medievales que halló de ella. Era hermosa, a un punto en el que la belleza se volvía peligrosa y macabra. Su cabello rubio no brillaba, era lacio y desaliñado. Su piel parecía porcelana, incluso sus ojos apenas tenían color. Eran grises, de un gris muy apagado y mágico. De un mágico perturbador.

No había límites para su belleza, tampoco para su hambre de poder.

―¿Austada, querida? ―preguntó con picardía.

Torquemada se encogió dentro de mi chaqueta, lo sentí moverse aunque mi atención estuviese posicionada hacia la oscuridad de la que había emergido la bruja. Debería haber escuchado a la liebre cuando creí que se trataba de una alucinación, de algún modo la escuché, de algún modo notó la energía que se removía entre las tumbas del cementerio. Torquemada intentó advertirme y yo no supe escuchar, lo taché de alucinación y seguí adelante.

―Solo estoy procesando ―murmuré.

―Ya deberías haberte acostumbrado de lo impredecible que son las cosas llegadas a este punto ―dijo Agnes, caminando hacia mí. No pude moverme mientras la veía acortar la distancia entre ambas, como si la muerte fuese inevitable ahora―. Hasta la liebre quiso ayudarte y tú no escuchaste. Ozul no es tan buen profesor como sí lo fue de alumno. Una decepción...

―¿De qué habría servido que me instruyera si buscabas asesinarme?

Las piezas seguían juntándose a medida que daba un paso tras otro para llegar a mí. El informe del hospital, el secreto de Carmen no eran las únicas cosas que había pasado por alto. Nunca fui una buena detective, ahora lo entendía.

―Tu magia se está acabando, tu poder mengua ―dije sin titubear, cuando los diez metros se convirtieron en dos, y cuando los dos pasaron a ser menos de un metro―. Necesitas la sangre de un sacrificio voluntario para retroceder el reloj y darte más tiempo. Los brujos vivís muchos siglos, pero no sois realmente inmortales. Vuestros años de vida están basados en sacrificios...y tú, sabiendo esto, preparaste las cosas para este momento, ¿me equivoco?

―No vas mal encaminada ―respondió, pero no paró. Siguió caminando hasta que pudo alcanzar mi cabello corto y tomarlo entre sus dedos, mientras los colmillos más grandes que había visto en mi vida adornaban su sonrisa. Eran más gruesos y largos que los de Caos, ni hablar de los míos. Casi deformaban su mandíbula por las dimensiones de estos―. Lo que me extraña es que hables de los brujos como si no formaras parte de ellos. Eres uno de nosotros, querida.

―No lo soy.

Torquemada se revolvió ante la carcajada de Agnes, apretando su agarre sobre mi pelo.

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