17. Un juego de cinco

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Decir que dormir en los brazos de Cristian me atormentó, negar la paz que me trajo su cercanía u obviar la sensación de comodidad habría sido una mentira

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Decir que dormir en los brazos de Cristian me atormentó, negar la paz que me trajo su cercanía u obviar la sensación de comodidad habría sido una mentira. Una completa y nefasta patraña.

Sus brazos habían sido mi hogar en el pasado y ahora seguían siéndolo en mi recuerdo.

De alguna manera, y aunque todavía sentía su respiración sobre mi piel, mi mente divagó entre el presente y el pasado trayendo consigo todas aquellas noches que había compartido con él. Y no solo eso. Pude presenciar cada abrazo, beso y mirada. No eran precisamente pocos, y estaba segura de que no había visto ni la mitad de ellos, de los que mi mente retenía en un intento por mantener vivo el recuerdo.

Mi conciencia se proyectó frente a la cama de mi habitación, no la que había compartido con Amanda en el King's Collage, sino la de mi casa. Me vi sentada en el colchón, completamente desnuda, bajo el ardiente cuerpo de Cristian mientras su boca me demostraba cuanto adoraba su nombre en mis labios con cada jadeo, gemido y suplica. O lo bueno que era con su lengua en algunas partes de mi cuerpo.

Una sonrisa tocó mi rostro cuando vi a la versión de mí inclinarse y arrastrarlo hacia su boca, llegando a disfrutar de cerca el sabor de su propio placer. Deslizó las manos sobre su espalda y clavó las uñas con cada movimiento de Cristian, como una respuesta a sus acometidas, una advertencia que divertía al joven, animándolo a seguir jugando con su paciencia. Un juego divertido en el que yo me veía excluida.

Sentí que era una intrusa en un recuerdo ajeno.

Y no solo vi ese, también muchos otros.

En todos ellos me mantenía segura en los brazos de Cristian, no encerrada en ellos sino apoyada. Porque él suponía un pilar imprescindible en mi vida, quizás había sido el más importante de todos.

Morfeo utilizó ese viaje dentro de mi mente para advertirme, para hacerme ver lo patéticos que habíamos sido al pensar en un futuro juntos. Dos niños hablando con más imaginación que cordura. Tan siquiera se nos pasó la posibilidad de que alguno de los dos muriese en el camino. No había mal por el que preocuparse, tampoco miedo del que mantenerse cautos. Las posibilidades eran tan bonitas, y en ese momento, parecían tan al alcance de nuestra dicha que los ojos se me llenaron de lágrimas mientras Cristian deslizaba sus labios por mi mejilla.

El mundo estaba lleno de crueldad, siempre lo había estado, pero nosotros lo olvidamos.

Y el precio pronto nos pasó factura. A los muertos y a los vivos.

Después de visitar una cascada de mis memorias, algunas buenas y otras malas, Morfeo se apiadó de mí e instaló mi conciencia en la azotea del King's Collage. Reconocí la noche y lo que Cristian había preparado con tanto cuidado para sorprenderme. También aquello que guardaba en el bolsillo izquierdo de sus pantalones. Se veía nervioso, especialmente por esa cajita pequeña que ocultaba, revisándola cada dos por tres como si temiese perderla. Dio varias vueltas al lugar y movió las manos en una lucha por controlar los nervios, por verse natural y despreocupado. Había estado planeando eso durante varios meses, y a la hora de la verdad, apenas podía mantenerse en pie.

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