52. Un mal augurio

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No había nadie conmigo, y al mismo tiempo, no estaba sola.

La llama azul que levitaba en el centro de la habitación tomó más fuerza e intensidad a la hora de hacer bailar sus flamas, llenando de luz el recóndito y tenebroso lugar. Pero la intensidad de la llama no era suficiente para acabar con la sombra que había devorado la mía y me observaba desde la pared. Al contrario, se hizo todavía más negra y profunda. Había un abismo frente a mí, escondido en una forma macabra y diabólica de lo que debería ser la sombra de una mujer. Tan siquiera de la mía, porque su pelo era muchísimo más largo que el mío y se extendía hacia todas las direcciones.

Parece un monstruo, pensé. La muerte.

Intenté alejarme, retroceder. Pero lo que fuera que tenía delante iba a dónde yo iba, nacía de la punta de mis zapatos y se extendía por toda la extensión de la pared. Literalmente, consumió mi sombra. Y no había nada qué pudiera hacer para recuperarla, no que yo supiera.

Di un paso hacia atrás y luego otro.

―No iría más lejos, querida. El corazón está detrás de ti, y si lo tocas, fin del juego.

Me congelé y miré hacia atrás. La llama azul rozaba mi espalda.

―¿Por qué sería fin del juego?

―Ese fuego mantiene viva la magia de esta montaña.

¿La magia? ¿Se refería a la maldición de Caos?

―¿Por eso lo llamaste "el corazón de la montaña"? ―pregunté, girándome brevemente hacia el fuego. No quería dar la espalda a la oscuridad que me hablaba, ya era temerario hablar con ella. Si había consumido mi sombra, ¿qué más de mí podía tomar? Sin una respuesta, arriesgarme no era una opción. Aunque sentía que lo hacía al seguir allí y no haber echado a correr cuando me di cuenta de lo que había detrás de mí―. ¿Esto es lo que mantiene a Caos encerrado? ¿Esta llama?

―Parece inofensiva, pero no lo es. Absorbe toda la vida que tiene a su disposición.

Eso explicaba porque estaba tan aislada de los pasillos principales del subterráneo y la extraña robustez de sus paredes. No eran las típicas piedras que se veían en el resto del complejo. Tenía su propia e independiente estructura para lo que fuera que hubiera dentro. Ahora lo sabía.

La llama. La magia. O al menos, eso dijo la oscuridad.

―¿Puedes hablarme de ella? ―pedí, creyendo que mis palabras pasarían desapercibidas.

Sin embargo, ante todo pronóstico, la sombra de la pared se animó con mi petición y su silueta se hizo más grande, ya no solo ocupando lo que habría sido mi sombra, sino más centímetros de la pared. Consumiendo todo lo que tocaba, igual que sucedía con la llama en sus propias palabras.

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