Caótico. Ambicioso. Oscuro. Sensual.
No hay adjetivos suficientes para describirlo. Es un monstruo que yo misma liberé. Un deseo que me condenó al peor de los pecados. Y ahora que ha vuelto buscando venganza, sabe que caeré en sus garras porque no p...
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No tenía ningún derecho.
Realmente, no tenía ningún derecho.
Debería de haber pensado en otra manera, una menos dañina para él, para ambos. Tendría que haberme alejado y meditar cada movimiento que hacía, de esa forma hubiera buscado ayuda y esperaría que eso funcionase. En el mejor de los casos, Caos nos encontraría entre la arboleda y sabría qué hacer para sacar a Cristian de su estado. Él podía entender mucho mejor las incógnitas que envolvían a la mascota de Agnes, a ese maldito gato. Pero no había dado opción a ninguna otra variante de cómo resolver el problema, la mínima posibilidad se esfumó cuando coloqué mis manos sobre las mejillas de Cristian y me incliné sobre él para acercar mis labios a su boca, aplastándolos contra los suyos.
No fue un beso delicado, porque necesitaba atraerlo hacia mí.
Tenía que convertirme en el foco de luz dentro de su oscuridad.
Usé mi lengua para abrir sus labios y adentrarme salvajemente en su boca. Recordé la forma en la que nos comimos el uno al otro en el apartamento, como me pidió que me dejara llevar y me corriera en sus dedos mientras me devolvía a un estado de placer que no había sentido en tanto tiempo. Casi sentí ganas de llorar cuando un movimiento de vuelta convirtió el beso en una batalla de campo abierto, en la que cada bando luchaba con la misma intensidad.
Sonreí sobre sus labios, sintiendo que poco a poco volvía en sí.
―Sigue ―pidió.
Y yo cumplí.
Lo besé una vez más y me perdí en él.
―Sigue.
―Sigue.
―Sigue.
Y yo cumplí todas las veces que lo pidió.
―Vuelve conmigo, Cristian. Vuelve.
Nos separamos al cabo de unos minutos, con las respiraciones agitadas y derrotados por el cansancio. Cristian se desmayó en mis brazos casi al instante de que nuestras miradas se cruzaran después de los besos que habíamos compartido, uno detrás de otro. Aguanté más tiempo despierta para poder tocar su rostro, acariciando su cabello y contemplando los labios hinchados que yo misma había provocado. Entonces, un fuerte tirón me llevó al suelo, reconocí una liebre a unos pocos metros, y entonces, cerré los ojos.
Y lo siguiente que supe, después de rendirme a la oscuridad y dejar que esta me comiese en todos los sentidos de la palabra, después de ver cómo Torquemada se dirigía hacia los árboles y nos dejaba atrás, es que una voz me estaba llamando en la negrura de mi mente. No recordaba haberla escuchado antes, pero se me hacía conocida. Era extraña la sensación, la forma en la que mi cuerpo temblaba por ella como si hubiera una huella escondida en mi interior, como si todavía permaneciese un resquicio del poder y la influencia de esa voz en mí.