Caótico. Ambicioso. Oscuro. Sensual.
No hay adjetivos suficientes para describirlo. Es un monstruo que yo misma liberé. Un deseo que me condenó al peor de los pecados. Y ahora que ha vuelto buscando venganza, sabe que caeré en sus garras porque no p...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Torquemada movió la cabeza hacia un lado, y al ver que mis ojos seguían sobre su pequeño cuerpo sin pestañear, hizo lo mismo en sentido contrario. Siempre atento, aunque también intrigado por lo que me proponía. Me había seguido a mi habitación mientras Nate se quedaba jugando al baloncesto fuera, entretenido con el resto del grupo, salvo Andrés que se perdió de camino a la biblioteca para estudiar. Eso era el aviso oficial, pero Alister había mencionado sutilmente que Alba debía de estar rondando por esos lares. Alba y no el Gato. Esperaba que al menos así fuese, o no tendría la conciencia tranquila si le sucedía algo.
Sola, pensé que era el momento apropiado para intentar comprender cómo Caos conseguía comunicarse con Torquemada. Él había dejado caer que era una opción para ella. Es decir, independientemente de que hubiera sido revivido con su nigromancia, mi nueva condición me permitía hacerlo. Sin embargo, más allá de esa información, no tenía más instrucciones. El brujo fue escaso en cuanto a eso.
Y por esa razón, pasé la última media hora vigilando a la liebre.
Sin ningún resultado, por supuesto.
Torquemada me siguió en ese juego estúpido y no se movió de su sitio, tan siquiera pegó un salto hacia mí o algún lugar en concreto de la habitación. Se quedó quieto, en su lugar como yo en el mío, con sus orejitas tiesas y la cabeza ladeando de un lado a otro. Era el único movimiento que había de los dos, esas preguntas sin formularse que mandaba a través de sus ligeras inclinaciones.
―Supuestamente, soy capaz de hablar contigo.
La liebre siguió mirándome en silencio.
―Podrías ayudarme un poquito, ¿no crees? ―añadí, frustrada―. Si quiero comunicarme con Carmen, mi muerta amiga, lo primero es entenderte a ti. Eso dijo él. Aun así... Creo que es más fácil hablar con los muertos que comprenderte.
Caos se hubiera reído de vernos, seguramente también Cristian. Pero fue Nate, mi querido Anselmo, el que interrumpió en la habitación, sin golpear los nudillos en la puerta de antemano, barriendo con todo a su paso sin contar que podría estar en el suelo, frente a la liebre, y con los ojos resecos de tanto aguantar el deseo de pestañear.
―¿Marcus?
Oh, mierda. Nate no estaba solo.
Alcé los ojos del suelo donde Torquemada seguía sentado sobre sus patas traseras y me encontré con el rostro curioso de Alister, quién sonreía a diferencia de Nate. Este no miraba en mi dirección, sino a la de la liebre que había junto a mí. Consciente, claramente, de qué significaba su presencia en mi cuarto y mi tranquilidad al mantenerme a su lado.
―¿Te escaqueaste del entrenamiento porque decidiste adoptar un animalillo? ―preguntó, poniéndose de cuclillas.
Intenté advertirle de que tuviera cuidado, pero Torquemada fue más rápido que yo y le mordió en cuanto tuvo a tiro su mano.