30. El gato, la bruja y la horca

1.9K 157 34
                                    


Una vez que cayó la noche, comprendí dos cosas: la fastidié con Nate al decidir por él y la jodí todavía más con Cristian por haber marcado una diferencia considerable entre los dos por mi egoísmo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una vez que cayó la noche, comprendí dos cosas: la fastidié con Nate al decidir por él y la jodí todavía más con Cristian por haber marcado una diferencia considerable entre los dos por mi egoísmo. Él se mostró voluntariamente, y yo, por capricho, volví a no tomar en cuenta su opinión.

Igual que en ese entonces.

Después, acepté otra verdad: quería ir a ver a Caos, aceptar su propuesta y hablar con él. No podía seguir huyendo más porque estaba atrapada en un mundo que desconocía. Había soportado el hambre a mi manera, aplicando los métodos que Caos había empleado en el pasado, y más allá de eso, era un enorme vacío. Una maraña de preguntas que no podía responder. Necesitaba conocerme para sobrevivir.

Mi condición no cambiaría con ninguna magia, sí con el conocimiento.

Esperé a que Nate se durmiese, después de que prácticamente me ignorase con su voto de silencio, y luego, mientras tomaba una de sus sudaderas, no despegué el ojo de su figura en la cama. Parecía tan tranquilo a diferencia de otras noches, arrinconado a un lado, con las sábanas cubriendo casi por completo su cuerpo. Solo alcanzaba a ver su pelo despeinado entre todo.

Besé su cabeza antes de irme a pesar de su actitud en el día. Me lo merecía.

Y cosas peores, incluso.

Al hablar con él por la mañana, después de la escena del comedor, las palabras se atascaban en mi garganta mientras las lágrimas salían y se derrumbaban por mis mejillas con tanta facilidad que cualquiera hubiera pensado que habría llenado un cubo con ellas. O quizás dos. Nate escuchó todo lo que tenía por decir, también todo lo que tenía que callar. Porque, aún atrapada, oculté cosas. No podía admitir abiertamente lo que le había hecho, no había justificación para eso. Tampoco tuve la voluntad suficiente para confesar que su mejor amigo seguía convida, que él mismo se había desvelado ante él, pero mi egoísmo se lo arrebató una vez más.

Callé. Tragué. Lloré. Y por dentro, grité hasta quedarme sin fuerza.

Nate nunca apartó los ojos de mí. Y al finalizar, simplemente asintió.

―Tranquilízate.

―Yo no...

―Todo se resume en pocas palabras. ―Nate colocó su mano en mi cabeza, arrastrándome hacia su pecho, en un abrazo que se sintió vacío, lejano y distante―. No confías en mí.

―Sigues actuando sin pensar en el resto, Emma. Y si te acostumbras, al final estarás sola.

Luego besó mi frente y se fue, dejándome rota detrás de las escaleras.

Y el voto de silencio dio comienzo.

Abrí la puerta, dispuesta a encontrarme con Caos, cuando algo más me halló a mí antes.

Puede que no viera la máscara o no oliera el olor podrido que desprendía el cadáver, puede que no viese su tan conocida capa negra cubriendo su putrefacto cuerpo, puede que estuviera envuelta en mis pensamientos y no distinguiese el peligro a escasos centímetros de mí. Pero, sin duda, de lo que sí me percaté a tiempo fue de la mano que se dirigía a mi garganta. La esquivé con suficientes segundos de ventaja para agacharme, lo que dejó mi rostro expuesto, provocando que arañase y abriese mi piel. Segundos tardé en dejar unos metros de diferencia entre los dos, y aún así, mi cara ya estaba marcada.

CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora