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Matthew 

El sol sale. Las aves cantan. Un día soleado. El cielo azul se nubla. Cae una tormenta. Ya no ves. Ya no hay claridad. Solo hay oscuridad .

No tengas palabras para nada, soy un ser de carne y hueso, temo por mi vida, temo por su vida. No quiero volver a ser el mismo de antes. Pero ya no hay sonrisas, ya no hay risa y me siento igual que cuando tenía cinco años.

Podría encerrarme en una habitación y llorar todo un día, hasta derramar la última lágrima. Pero no puedo, ya no hay lágrimas, sólo un vacío en mi pecho el cual me hace sentir humano, pero también en el vacío de la inexistencia.

Siento que voy a rendirme, no puedo evitar ese pensamiento. He sido fuerte, ha pasado mucho tiempo y si llegue a este no puedo dejarme caer. No así, no tan fácil. Quiero rendirme cuando ella esté bien, cuando ya no llore, cuando sea feliz.

¿Y yo?

Continuaré. Si ella me pide dejarla lo haré, pero debo mantenerme de pie y si ella cuando esté bien me dice que podemos intentarlo valdrá la pena todo este tiempo o si no también lo habrá valido.

Ver la manera en la que sus ojos se abren despacio por primera vez en un día hace que mi corazón se acelere y quiera acercarme. El doctor me lo impide mientras ella abre sus ojos por completo. Parece pérdida y cuando mueve su cabeza de un lado a otro buscándose no lo sé y parece no encontrarlo comienza a llorar.

Me encojo en mi lugar escuchando como solloza y comienza a removerse tratando de moverse. Las cuerdas se lo impiden.

—Ayuda— susurra mientras se sigue moviendo. Las correas de las cadenas suenan mientras ella no deja de pedir ayuda.

—Sueltenla— pido con la voz enronquecida. No puedo soportarlo.

—No podemos, cuando lo hicimos se hizo mucho daño. Está teniendo ataques de pánico— me tenso mientras miro como si retorciéndose y una enfermera intenta hablarle— su expediente decía que...

—Sí— murmuré— Eliza cuando tenía 15 años sufría ataques de pánico y ansiedad.

Prenso los puños a mis costados, me sorprendo mientras miro con la fuerza que se mueve. 

—Si ella sigue en el pasado, cuando aún no sabe controlarlo. Ella puede tener muchos en el lapso de tiempo que dure en volver a la realidad.

Suspire. Lleve la mano a mi rostro y estruja mi frente tratando de asimilar todo esto. Otra vez no, por favor.

Sabía de eso, pero no pensé que ellos podrían volver. Sabía que Liza duró años mirando a psicólogos, tratando de ser alguien mejor para su hermanito y había aprendido a controlarlo.

Ella es fuerte, claro está, pero ¿podrá librar esta batalla? No es que esté dudando de ella, pero siempre cansa y duele. No quiero perderla, quiero lo mejor para ella y quiero que estemos juntos si así lo quiere.

—¡Damián!— el grito desgarrador que sale de su boca me sorprende y terminó apoyado contra el vidrio que no permite ser visibles para ella.

Sus ojos están llenos de lágrimas y sus muñecas rojas ante el hecho de estar forzando tanto. No hace falta decir algo cuando ya me he cruzado la puerta llamando la atención de la enfermera que me pide salir. Pero ¡A la mierda todo! Es mi mujer y tengo que estar con ella. No voy a permitir que ni ella misma se haga daño.

Agarro sus manos con fuerza haciendo que niegue con su cabeza mientras susurra "no" y "Damián". Sus ojos hinchados, sus muñecas botando pequeñas gotas de sangre y sus ojos dándome miradas suplicantes me matan.

Liberó sus muñecas y todo su cuerpo, intenté acercarme pero ella estira sus manos evitandolo. Lo siguiente que miró es como ella trata de levantarse, pero cae al suelo al no tener el control sobre estas.

Lo Siento, Francés #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora