Verano

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Todos los veranos, su madre hacía una gran fiesta familiar a la que era obligatorio asistir.

Todos sus familiares se habían reunido en la enorme mansión de los Choi. El ambiente no podía ser más festivo; las decoraciones estaban resplandecientes y el festín que su madre había preparado se veía y olía maravilloso, pero Yeonjun no parecía disfrutar de nada.

Odiaba pasar las fiestas con su familia. Todo el tiempo lo comparaban con su hermano Beomgyu, quien a pesar de ser diez años menor que él, ya estaba casado y tenía un negocio exitoso de transporte y logística. El muy imbécil era el orgullo de la familia.

En cambio, él con casi 40 años y una formidable carrera en el mundo del espectáculo, no había mantenido ninguna relación estable jamás. Y no era porque no quisiera, era simplemente porque no podía. Siempre había tenido miedo a lo que pasaría si se comprometía; le daba pánico pensar que perdería su libertad y por ello sus relaciones nunca duraban más de tres meses. En ocasiones se sentía terriblemente solo, pero apaciguaba el sentimiento con lujosas compras y escandalosos excesos que en más de una ocasión habían llamado la atención de la prensa. Su madre constantemente le decía que era momento de sentar cabeza y cada cierto tiempo le presentaba apuestos prospectos que claramente se ajustaban más a los estándares de la mujer que a los suyos.

Hubiera preferido pasar el verano en alguna playa caribeña, rodeado de musculosos y bronceados chicos; pero ahí estaba de nuevo, soportando las aburridas historias de su decrepita tía. Su hermano estaba retrasado y su madre estaba comenzado a ponerse ansiosa. Yeonjun bebía a sorbos una copa de vino mientras trataba de calmarla; sabía que Beomgyu jamás se perdería una de esas reuniones, mucho menos si eso significaba poder alardear sobre sus más recientes éxitos. Su hermano nunca comprendió el concepto de la modestia.

El reloj marcaba las cuatro cuando por fin Beomgyu y su esposo llegaron.

Esa era otra razón por la que Yeonjun odiaba asistir a esos eventos. Soobin, su cuñado, era la personificación del pecado. Era alto y esbelto, con un trasero y caderas perfectas que conscientemente maneaba cuando caminaba. Su rostro era delicado y hermoso, aun cuando no llevaba maquillaje puesto. Sus ojos almendrados eran marrones y estaban enmarcados con largas pestañas, que batía coquetamente siempre que hablaba con él. Sus labios esponjosos y de un color rosado semejante al de las flores de cerezo, lo tenían soñando despierto.

Tenía toda la facha de ser un caza fortunas y por desgracia — o fortuna— se había casado con su hermano hace cinco años, cuando apenas tenía veinte. El pobre Beomgyu y básicamente cualquier persona que pudiera sumar dos más dos, sabía que el muchacho pasaba más tiempo en camas ajenas que en la que compartían, pero fingían que eran el matrimonio perfecto para guardar las apariencias frente a la matriarca. Su relación era meramente un acuerdo: Soobin era una exótica joya que su hermano podía exhibir y de vez en cuando usar a cambio de todos los lujos que le daba al chico.

A penas entraron en la gran sala de estar, los ojos de su cuñado se clavaron en los suyos y le sostuvieron la mirada mientras se acercaba para saludarlo con un beso en la mejilla que duro más de lo normal. Se acercó tanto a él, que incluso pudo sentir su aroma dulce que lo volvía loco y tuvo que resistir la tentación de pasar su mano por sus caderas y acercarlo a su rostro para besarlo en los labios.

Esa tarde estaba especialmente encantador. Traía puesto un corto suéter verde que dejaba al descubierto un poco de su abdomen plano y sus apretados pantalones moldeaban su figura sublimemente. Sobre su garganta reposaba una fina cadena de oro de la que colgaba un dije en forma de corazón que su esposo le había obsequiado en su primer aniversario. Siempre jugaba con ella mientras hablaba.

Yeonbin One shots (Pedidos Abiertos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora