Eterno

590 30 0
                                    


El bar era obscuro y algo pequeño; el aire dentro del local se sentía denso y estaba contaminado por el humo de los muchos cigarrillos que los clientes encendían, aun cuando los letreros adheridos a las paredes advertían que estaba prohibido hacerlo. En el lugar flotaba una sensación de desesperación y Yeonjun sospechaba que la reducida clientela del bar se sentía igual de desdichada que él; lo podía ver en sus rostros, que incluso iluminados por la escasa luz de las lámparas de bombillas viejas y amarillentas, reflejaban diversos tipos de dolor.

Llevaba horas sentado en ese incomodo taburete frente a la barra del lugar, bebiéndose la vida y dejando que la pena se posara sobre el cómo un manto pesado y asfixiante. Las botellas de licor desfilaban frente a él y con cada una de ellas, su conciencia se iba apagando. Sentía un ligero ardor en su garganta cuando bebió el ultimo sorbo de su cuarta botella, pero ese dolor, agudo y persistente, era lo que necesitaba sentir para olvidar aquello que oprimía su pecho.

— Oye amigo — dijo el barman que lo había atendido pacientemente durante las últimas horas — es hora de que te vayas, son casi las dos de la mañana. — Yeonjun no dio ninguna señal de moverse y simplemente si limito a mirar su vaso vacío. El barman tampoco insistió, pero no por ello dejo de mirarlo de reojo. Luego de un par de minutos en los que fingió limpiar su estación de trabajo, el chico suspiro pesadamente y volvió a acercarse a Yeonjun y con sus manos callosas, tan distantes de aquellas que muchas veces lo habían acariciado, toco su cabeza levemente — No sé qué diablos sea lo que te está pasando — dijo — pero no puedes pasar el resto de tu vida haciendo esto. Debes resolverlo, aunque duela. — Yeonjun levanto por fin los ojos de su vaso a medio terminar y miró a chico. Era atractivo con su cabello rubio y su rostro joven, pero en él no había nada que pudiera comparar con Soobin, porque Soobin era todo lo que había deseado y necesitado, pero que no había sabido valorar.

— Claro — dijo Yeonjun arrastrando las palabras. Con algo de dificultad se puso de pie y luego de dar un par de pasos, giro hacía el barman y le ofreció la sonrisa más triste que tenía y, aunque el chico estaba acostumbrado a ese tipo de expresiones, esa mueca le pareció las más desgarradora de todas.

Yeonjun salió del local y fue sorprendido por la lluvia que caía a torrentes del cielo. Las pesadas gotas impactaban en el asfalto, creando una sinfonía desordenada que a cada instante parecía más estremecedora. Sin detenerse a pensar en la inclemencia del clima por más de un par de instantes, camino sin rumbo por las calles vacías por el clima y la hora, la lluvia resbalando por su cuerpo, dejando caminos húmedos y gélidos en su piel. Por momentos en los que en la quietud de la madrugada podía escuchar el latido de su propio corazón, se sentía como la última persona en la tierra y esa sensación de soledad y abandono, amenazaban con ahogarlo. Con ese pensamiento en mente, lloró lágrimas que creía perdidas o simplemente agotadas y siguió vagando, sin rumbo aparente, hasta que el vecindario le pareció familiar y reconoció la fachada de una casa pintada de azul.

No sabía cómo era que había llegado ahí. Sus pies habían tomado su propio rumbo y ahí estaba, frente al lugar que se suponía iba a ser aquel en el que envejecería. En el fondo sabía que esa casa era el único lugar al que sería capaz de llamar hogar, y no porque fuera especialmente elegante o bonito — aunque Soobin había intentado darle un toque pintoresco y acogedor al jardín con sus miles de plantas y flores — si no porque la única persona a la que había amado y a la cual egoístamente había apartado de su lado, seguía viviendo ahí, a pesar de todo lo acontecido y debido a eso, siempre volvería. Incluso cuando había discutido por última vez con Soobin y con una furia que brotaba desde sus entrañas le había dicho que se iría para siempre, en algún lugar de su mente estaba presente la posibilidad de regresar.

Ahora, frente al portón que sabía no tenía puesta la llave, esa discusión y todo lo que había dicho parecía tan distante y desdibujado, que sospechaba que había ocurrido mil vidas atrás. Con cautela, Yeonjun empujó con la punta de sus dedos la gran verja de hierro, rezando porque no chillara como solía, pidiendo que por esta única vez le diera tregua y le permitiera entrar en esa casa sin sentirse un intruso, aunque eso era lo que era. Por suerte para él, los goznes no emitieron ningún ruido y entonces, el jardín sacado de un cuento de hadas o de una revista de botánica, apreció frente a él en todo su esplendor. Se adentro en la maraña de ramas y hojas cuidadosamente podadas y luego de un largo mes en el cual se había dedicado a reprocharse cada segundo todos sus errores, se sintió tranquilo. Aspiro el olor a tierra húmeda y pudo sentir también, aunque tal vez fuese solo su imaginación, el olor del perfume de romero que Soobin solía usar y que, aunque le hubiese dicho alguna vez que prefería las fragancias más dulces, le encantaba.

Yeonbin One shots (Pedidos Abiertos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora