Capítulo 1

125 9 0
                                    

El arte de la ciudad


Pocos entenderían la magnífica obra de arte que Terraqua representaba, y Zylank lo apreciaba cada lunes por las mañanas cuando su humor apestaba y sus ganas de vivir eran insuficientes para iniciar el día. Pero amaba la hermosa silueta de la ciudad cada vez que tomaba el aerodeslizador por las mañanas, y lo dejaba en la base de estaciones de la ciudad. La sombra de la torre del gobernador cubría una zona de la ciudad gracias al sol que salía detrás de ella.

Sin duda alguna, una de las mejores vistas desde lo alto.

Se acostumbró a ello desde los ocho años cuando acompañaba a su padre al trabajo en la gran fábrica.

Cuando cumplió once dejó de hacerlo y tuvieron que tomar aerodeslizadores diferentes; su padre tomaba el que iba a la gran fábrica, y Zylank tomaba el que iba a la escuela.

Por mucho tiempo lo extrañó. Su padre trabajaba casi todo el día y el veía clases hasta la tarde. Intentaba hacer amigos y pasar tiempo con ellos luego de la escuela, pero eso no sucedía siempre porque el aerodeslizador que salía por las tardes de regreso a su Monaga era el último en el día, y si lo perdía se quedaría en Terraqua hasta el día siguiente.

Había una extensa separación entre la ciudad de Terraqua y las siete Monagas que la rodeaban. Zylank calculaba un día de viaje por tierra, y diez minutos en aerodeslizador.

La perspectiva de la soledad cambió a los trece años cuando su siguiente hermana, Zaleen, comenzaba su primer día de clases. Desde entonces ambos se volvieron más unidos y Zylank dejó de sentirse solo en la ciudad.

Pero aún extrañaba a su padre. Solo compartía con él el día domingo. Fuera de todo eso Zylank ya estaba dormido cuando él regresaba del trabajo o haciendo tareas pendientes. Muchas veces intentó desvelarse para esperarlo, pero un día en Terraqua era suficiente para gastar las energías de cualquier persona, y Zylank visitaba la ciudad por compromiso a la escuela cinco días a la semana, y a veces un sábado cuando quería ir a visitar.

Los domingos se cerraba la entrada de cualquier persona de las diferentes Monagas a la ciudad. Era el único día que Terraqua descansaba de las Monagas. Nadie sabía por qué, pero esa ley existía desde siempre. "Todas las personas habitantes de las Monagas deben estar en sus respectivas Monagas el día domingo" "Terraqua no abre sus puertas los domingos a las Monagas".

A Zylank le daba igual esa ley, pero a Zaleen no. La odiaba.

—Terraqua es hermosa desde afuera, ¿no crees?—preguntó Zaleen a su hermano mayor.

Hipnotizado por el sol que salía por detrás de la torre del gobernador, Zylank respondió:

—Ya sabes lo mucho que amo verla desde este punto, a esta hora y en este momento—respondió, luego dejó salir un bostezo—. ¿A qué se debe tu pregunta?

—Es que simplemente aún no comprendo cómo es que muchos alaban a la ciudad—respondió mientras le echaba un vistazo a su libro de química.

—¿Y?

—Y entonces una vez que estás dentro te das cuenta que es lo opuesto a lo que las personas dicen o piensan de ella. Es horrible.

—Terraqua no es horrible, hermana. Es hermosa. Es la única ciudad que conozco pero de alguna manera siento que es la más hermosa que existe en el universo. Y eso la convierte en la mejor.

—La mejor para ti. Terraqua está lejos de ser la mejor ciudad en el universo.

—Por favor no empieces—le dijo, al mismo tiempo que se giró para mirarla.

Las personas en el aerodeslizador que venían en el mismo viaje que ellos se dieron cuenta que los hermanos pasaron de hablar calmadamente a alterarse irritadamente.

—Las personas natales de la ciudad son horribles, te tratan horrible, te miran horrible. Sí, el comercio, las creaciones, las invenciones, las edificaciones y todo lo demás a simple vista son hermosos, pero las personas de Terraqua hacen que la ciudad sea horrible y cruel.

—Nunca podré decir eso de la ciudad porque no tengo esa misma manera de pensar. Deberías intentar cambiarla, hermanita. Ver las cosas desde otras perspectivas. Inténtalo.

—Ya hasta suenas como uno de ellos—respondió con tono decepcionado.

Zylank se acercó a ella y tomó asiento a su izquierda. La miró y la ayudó a terminar de guardar sus libros en su mochila.

—Sabes que te quiero mucho, al igual que como quiero a Zyan. Ambos son mis hermanos menores y los amo, pero no me gusta pelear con ustedes por tonterías, y mucho menos por un tema que ya hemos tocado cientos de veces, Zaleen. Así que por favor, no es que quiera ser grosero contigo pero debes cuidar tu boca de palabras contra la ciudad. No a todos les gustaría saber lo que tengas que decir o pensar de la ciudad.

Zaleen respiró hondo y fingió una sonrisa descarada.

—Siempre es lo mismo—añadió, decepcionada—. Odio venir aquí.

—Sé lo mucho que amas venir aquí, hermanita—respondió Zylank, sarcástico, lo que hizo sonreír a Zaleen.

El aerodeslizador se detuvo en el aire y comenzó el descenso a la base de estaciones de Terraqua.

—Hemos llegado a nuestro destino, Monagueros—dijo una voz dulce y femenina que resonó por todo el aerodeslizador.

—¡Es hora!—dijo Zylank a Zaleen, y esta fingió otra sonrisa descarada.

Se tomaron de las manos.

Las puertas del aerodeslizador se abrieron para los Monagueros visitantes.

Y así era como otro día más en la hermosa ciudad de Terraqua daba inicio a una semana que nadie se esperaba.

La Creación de un Magnífico FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora