Capítulo 7

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El padre de las estrellas

El universo había mandado al padre de las estrellas en persona para hacer frente al problema que ocurría en Blustono. Alguien debía darle respuestas de lo acontecido y sus planes para acotarlos lo más pronto posible. Para eso estaba el gobernador Arnic y el general Ursun. Dos seres supremos quienes darían respuestas a Alique.

Ninguno de sus colegas celestiales estaba contento con la muerte de Jack Thompson. El hombre sería ascendido a otro planeta para gobernar su respectiva metrópolis. Pero las cartas del universo jugaron en su contra y ahora está a tres metros bajo la sagrada tierra de Blustono.

Alique, el celestial, padre de las estrellas, yacía levitando sobre el gran edificio principal, lugar donde se llevaría a cabo la reunión. Poco a poco fue descendiendo hasta la pasarela del edificio.

El resto de los celestiales se encontraban en otras galaxias y planetas resolviendo otros asuntos, o simplemente manteniendo la paz y la vida en el cosmos. Alique había sido enviado en representación de todos ellos para tomar cartas sobre el asunto y llevar respuestas al Oasis.

Todos hacían reverencia al celestial Alique en la pasarela que daba camino a la enorme puerta del salón de reuniones. Su capa se materializaba mientras daba pasos; esta aparecía por medio de pequeñas partículas doradas que caían desde su espalda hasta el suelo.

El general Ursun y el gobernador Arnic lo esperaban tras la enorme puerta, sentados en la mesa de reuniones.

Ursun se encontraba paciente, tranquilo, porque ya había hecho esto miles de veces. Por otro lado, Arnic, no estaba igual que el general; a este le temblaban las manos y de su frente brotaban gigantescas gotas de sudor.

La presencia del celestial de las estrellas ahí se sentía como algo único en el universo y en la vida de todos los seres vivos en la historia. A pesar que aún no lo veían porque las puertas estaban cerradas, podían sentirlo venir hacia ellos. Sin duda algo mágico que muy pocas veces podrían experimentar.

Las trompetas resonaban a la compañía de los pasos del celestial y su brillo ambientaba la escena perfectamente.

Luego de que todos hicieron reverencia al celestial, la música se detuvo cuando él lo hizo ante la enorme puerta; esta se abrió en dos y reveló la sala de reuniones, casi vacía, solo con unos guardias merodeando y resguardando, a Ursun y al gobernador sentados en una mesa redonda en el centro de la sala.

—Ursun, viejo amigo, colega universal, hermano semicelestial—comenzó diciendo Alique—, aquí estamos de nuevo—sonrió.

—Después de todos estos años—respondió Ursun, con una sonrisa en su rostro, y eso no sucedía siempre. Luego hizo reverencia.

Se sentía feliz por la presencia allí de Alique. Yacía algo de tiempo desde su última vez juntos, y eso fue en su juicio en el que sería considerado como un celestial hace miles de millones de años.

—Gobernador Arnic—Alique hizo reverencia, y luego el gobernador se levantó de su asiento y también hizo reverencia—, buenas noches. Buenas noches a todos—dijo y su voz resonó en toda la sala.

La enorme puerta se cerró nuevamente.

Alique se acercó a la mesa y tomó asiento justo en frente del general Ursun y el gobernador Arnic, con una vista diagonal a cada uno.

—No esté nervioso, gobernador Arnic—le dijo al gobernador, quien tomaba una servilleta y limpiaba el sudor que caía de su frente al cristal de la gran mesa—. Imagine que somos amigos y que estamos aquí para conversar—le dijo, amigablemente.

—Alique, seremos francos contigo—le habló Ursun, quien juntó sus manos sobre la mesa—. No tenemos ni la más remota idea de quien pueda ser el culpable de este caos de sangre en Terraqua.

—¿Por qué vamos directamente a las malas noticias? ¿Por qué tanta oscuridad de trasfondo? Yo no soy como el resto de mis hermanos, Ursun, ya lo sabes.

—Sí lo sé, pero...

—Una cosa es que ellos me hayan enviado a mí en representación y otra cosa es que yo sea igual a ellos. No soy de ir al lado malo de las cosas de inmediato. Sé que es un asunto serio y grave, pero tomémoslo con algo de calma.

—Creo que no deberíamos dejarlo del lado de la calma del todo—intervino Arnic.

—¿Usted cree?—le preguntó el celestial.

—Sí. Hay que tomar medidas de inmediato.

—¿Me está diciendo que hay que tomar medidas en el asunto inmediatamente luego de que mis hermanos me hayan enviado hasta aquí para yo tener que saber qué es lo que harán con este asesino? ¿No cree que es algo tarde como para tener que decir eso a estas alturas?—sonó algo cruel, pero realmente él no era así.

—Alique...—dijo Ursun, pero fue interrumpido nuevamente por el celestial.

—Este hombre, Jack Thompson, está muerto, y créanme que mis hermanos no están contentos con la noticia. ¿Saben lo importante que era este hombre para esta ciudad? Iba a ser ascendido a gobernar un nuevo planeta que yo junto a mis hermanos estamos dando vida. Usted lo conocía muy bien, ¿verdad, gobernador?

—Así es—este asintió. Ya no sudaba casi, solo prestaba atención a las palabras del celestial.

—Entonces ¿dónde ha estado el general todo este tiempo?—preguntó y miró a su viejo amigo—Sin ofender, Ursun, pero no me has dado ni a mí ni a ninguno de mis hermanos, las respuestas sobre el asunto, ni qué es lo que piensan hacer con ello. Tienes poderes que sobrepasan más allá del poder humano ¿y no has dado con el lobo que está cazando a las ovejas? Simplemente... No lo sé. No lo comprendo—se levantó de su asiento y empezó a caminar por toda la sala de reuniones.

Ambos se quedaron en silencio. Arnic lo miró de reojo. Ursun mantenía la mirada hacia abajo, regañado por Alique. Era la primera vez que alguien lo veía de esa manera. Se sentía herido y lastimado por las palabras del celestial, su amigo, pero así son las cosas.

Sinceramente, Alique tenía razón en sus palabras y en todo lo que decía. ¿Por qué no había dado ya con el asesino? Lo único relevante que había hecho últimamente era detener la casi pelea entre los ciudadanos de Terraqua y el grupo de monagueros.

Eso lo hacía sentir inútil.

Alique veía las pinturas en las paredes blancas de la sala. Se detuvo a ver una donde se ilustraba la guerra universal, donde él y Alique pelearon juntos.

—Quizás los tiempos de guerrero ya terminaron, amigo mío—dijo, nostálgico, y una lágrima calló al suelo; esta brilló—. Quizás ya no seas lo que yo y mis hermanos creíamos que eras.

—Demostraré que lo sigo siendo y que lo seré para la eternidad—respondió con firmeza, Ursun.

—Ese es el general Ursun que quiero. No uno que no me dé respuestas. Quiero respuestas y quiero que hagan lo posible por detener este caos.

—Tendrás buenas noticias pronto.

—Eso espero­—le dijo—. Gobernador Arnic, quiero que emplee y distribuya más seguridad en la ciudad de Terraqua, además, quiero que mande guardias a las Monagas de este planeta. Necesitamos asegurar, cuidar y resguardar la vida de todos. Es nuestra ley moral como seres vivos.

—Todo eso se implementará lo más pronto posible, celestial Alique—le respondió Arnic.

—Realmente espero eso y mucho más de ambos. Y pido disculpas por cómo soné esta noche. Normalmente no suelo ser así, pero hubiera sido peor si uno de mis hermanos fuese venido en vez de mí.

Tanto el general como el gobernador sabían muy bien qué era lo que debían hacer ahora. Todo este asunto ya estaba a otro nivel cuando los celestiales mandaron a uno de ellos en persona para enfrentar la situación.

Alique ya conocía a los dos hombres que tenía en frente y sabía el potencial de ambos. La situación podría ser controlada a la perfección por los dos. Esperaba eso de ellos, porque algo que no quería y que odiaba demasiado era que sus hermanos confiaran en su palabra y luego decepcionarlos.

La Creación de un Magnífico FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora