El hombre que no está
El pobre e inocente monaguero dejó de temblar cuando sintió que todo aquello era real, que no estaba muerto. Sentía frío. Sí. Sentía miedo también. Pero sabía que cosas así no sucedían en su vida, y el hecho que ahora estén sucediendo, con todo lo de la condena a Blustono encima, solo lo hacía desesperarse y entrar en pánico y no saber qué hacer.
Peter lo había puesto entre la espada y la pared con lo que le había pedido hacer por el planeta, pero ¿y los celestiales? ¿Le pedirían lo mismo?
—¿Quién eres?—preguntó Cranun, al joven indefenso, arrodillado.
—Es Zylank Thomas Emia Smith, hijo de Bob y Alma Emia, habitante de la Monaga 7 en el planeta Blustono—respondió Kolen a sus hermanos.
—Zylank—dijo Morda—, ¿qué estás haciendo aquí?—le preguntó.
Zylank se había quedado sin palabras. No sabía qué responder a ellos. No quería mirarlos. No quería que le hicieran daño, y menos ahora que el poder y espíritu de Alique estaba dentro de él.
Pero ¿qué se suponía que debía responder? Estaba ante los mismísimos creadores de la vida a lo largo de la existencia del universo, dioses supremos, seres celestiales. Se sentía como algo minúsculo ante ellos.
—¿Te comió la lengua el ratón?—le preguntó Junix.
—Zylank, ¿vas a hablarnos?—le preguntó Cranun.
Lentamente, giró la mirada y los vio. Eran cuatro de ellos, gigantes y poderosos, justo como los libros de historia los describían.
Fácilmente identificó a Kolen, pues él era el más grande y por su respuesta, identificó que era el celestial de la sabiduría.
—Entonces... ¿vas a decirnos qué estás haciendo por aquí?—le preguntó Morda, nuevamente.
Zylank debía responderle a su creadora, y esta vez se decidió a hacerlo.
—Hola—dijo, mientras se levantaba del suelo—. Me llamo Zylank y... Y... Y no tengo la menor idea de cómo llegué aquí y por qué—respondió con voz temblorosa.
—Ay, cariño—le dijo Morda, al mismo tiempo que su tamaño se fue disminuyendo al mismo nivel de Zylank—, ven aquí. Estás perdido.
Morda abrió sus brazos para darle un abrazo a Zylank, pero estos simplemente lo atravesaron, como si fuera un holograma. Como si no estuviese allí.
—¿Qué fue eso?—preguntó Cranun, confundido—¿Cómo hizo eso?
—Es una proyección astral. Proviene del alma—respondió Kolen, sabio.
—Solo nosotros podemos hacer eso para conectarnos al Oasis—dijo Junix—, ¿Cómo él lo hizo?
—Porque no es él quien lo hace. Es Alique—respondió Kolen, y miró a Zylank, quien tenía lágrimas en sus ojos.
—Zylank. ¿Alique?—le dijo Morda, mirándolo directamente a los ojos, buscando aquel brillo celestial en ellos.
Y lo halló.
Justo en sus pupilas, un brillo único se hallaba flotando en ellas. El brillo de Alique.
El brillo de Morda se encendió al ver el de su hermano, lo que hizo que algunas lágrimas se escaparan de sus ojos.
—¿Morda...?—dijo Junix.
—Es él. ¡Es Alique!—respondió, sonriente.
—Alique sigue con vida—añadió Cranun.
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La Creación de un Magnífico Final
Science Fiction¿Qué se puede hacer cuando el destino de una civilización entera está en tus manos? Una pregunta que invadió la vida de Zylank cuando todo en su vida cambió repentinamente.