Capítulo 26

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El gobernador Arnic

Algo que odiaba el gobernador Arnic era tener que dar malas noticias a los ciudadanos de Terraqua, y peor aún era cuando le hablaba en transmisiones en vivo a los monagueros también.

Esta vez las malas noticias eran para todos en Blustono.

El día anterior salió a dar una conferencia en vivo para notificarle al pueblo de Blustono sobre la condena impuesta por los celestiales ante el asesinato de Alique. Nadie lo tomó bien.

Desde entonces comenzó una cacería interminable por todo el planeta para encontrar al asesino. Nadie descansaba. Nadie paraba. Por primera vez en tantos años se sintió la unión de las Monagas y la ciudad de Terraqua de nuevo. Eso era lo único que hacía sonreír al gobernador Arnic.

Ver el tiempo correr en los relojes y cómo se apagaban las partículas de poder en la sala de reuniones iba a matarlo.

Se estresó mucho en menos de cuarenta y ocho horas. Toda la situación acabaría con él a sus cuarenta y nueve años.

Tenía una familia que atender. Como ciudadano y ser humano no podía permitir que el mundo que conoce se acabara de un momento para otro por el placer de un psicópata. Así que eso lo llevó a motivar a todos los habitantes del planeta para que se unieran.

Todo iba bien según él cuando ocurrió el ataque a las torres por la noche.

Más de doscientos muertos y cincuenta heridos. El general Ursun lo ayudó en todo hasta los momentos, incluyendo el custodio de las personas que se encontraban en el hospital.

¿Cómo le daba la cara al planeta de nuevo?

Muchos tuvieron fe en sus palabras.

"Blustono se salvará"

"Somos un solo pueblo"

"Estamos juntos en esto"

Pero estas perdían la credibilidad cuando algo peor pasaba. Primero fueron cosas pequeñas, cosas que mantuvo en secreto con el cuerpo de policía de la ciudad, pues, no quería alterar a ningún ciudadano, pero cuando se supo lo de Jack Thompson, eso atrajo la llegada del celestial Alique y fue cuando el asesino llamó la atención de todos. Se presentó otro ataque en un taller abandonado en la cuarta Monaga, lo que dio esperanzas cuando el jefe de policía Griffin Barrows le notificó que habían logrado capturar al culpable, pero luego las torres estallaron, y ya no pudo mantener la esperanza.

Sesenta y seis horas quedaban para el planeta y no había avances de nada.

Todo parecía ir por otro lado.

Dos asesinos. Dos psicópatas.

Uno capturado y otro suelto, ocasionando desastre.

Quién sabe cuál será su siguiente blanco en la lista.

Arnic se sentía decepcionado, tras las cortinas, antes de salir al podio en la plaza de la ciudad. ¿Con qué cara miraría a todo su planeta ahora? ¿Qué nuevo mensaje esperanzador podría decirles?

La situación nunca estuvo en sus manos, por ende, nunca se escapó de ellas.

Y eso era realmente triste.

Secó sus lágrimas antes de salir con un pañuelo y lo guardó en el bolsillo de su traje.

Su esposa estaba ahí junto a él, motivándolo a pesar de todo.

—Ellos te amarán sin importar qué. Has sido un buen gobernante por estos ocho años—le dijo, mientras acomodaba su corbata.

—Quería terminar mi período en Blustono. Supongo que los dos años que faltan se quedarán en el olvido.

—No digas eso. Ya verás que nos salvaremos.

A pesar de todo, su esposa lo animaba, pues, lo amaba, pero ella estaba tan estresada como él aunque no se lo dijera. Tenían dos niñas y un niño que criar, y no quería que el planeta que los acogió por tantos años se fuera a terminar así de simple.

La tristeza era el único sentimiento en común entre todos los habitantes de Blustono, por desgracia.

Lamentablemente.

—No lo olvides. Por siempre te amarán—ella sonrió para su esposo y le dio un beso en la frente.

Él le sonrió también y le soltó las manos.

Era momento de salir y darle la cara al mundo.

Abrió las cortinas azules y se cegó ante la radiante luz del sol. Pudo ver que la plaza estaba llena de terraquanos y monagueros. Todos tristes y molestos. Otros confundidos y perdidos. Algunos distraídos. Pero lo importante era que casi todos estaban ahí, esperando por el gobernador Arnic.

Primero, no sabía qué decir. Miró el micrófono varias veces, tembloroso. Sudaba. Dudaba.

Pensaba.

Muchas de las miradas eran intimidantes. Otras de odio. No podía permitir eso. No que lo miraran así por la culpa de un loco a sueltas.

—Buenas tardes, terraquanos y monagueros. Es un lindo día, ¿no creen?—fingió una sonrisa, pero nadie respondió, todos seguían callados, otros se ofendieron por sus palabras—. Sé que están molestos, pero quiero pedirles que no dejen de trabajar juntos. Llevamos un gran progreso que...

—Tan grande que anoche perdimos a muchos de nosotros, ¿verdad?—el gobernador fue interrumpido por un terraquano molesto entre la multitud—. ¿Por qué ya no nos dicen que estamos perdidos?

Arnic se quedó pensativo. Se sentía muy triste. No había palabras para responderle al hombre. Él sentía lo mismo; que jamás darían con el asesino real. Por más que así fuese debía mantener la calma ante su pueblo.

—Dicen que la esperanza es lo último que se pierde—respondió, algo entristecido, se notaba en su rostro—. Una vez escuché las siguientes palabras: el universo es un lugar enorme, con posibilidades infinitas, y estas posibilidades existen. Así que todo puede pasar. Y quiero decirles que sea cual sea el destino que los celestiales tengan para este planeta lo aceptaré. Gracias a este planeta vivo. Por este planeta muero. Sé que tal vez no sean las palabras que necesitaban oír, pero al menos son mías y provienen desde el corazón.

Por unos largos segundos todo se quedó en silencio. Pensó en que todos lo odiaban por no resolver el problema como querían. No podía hacer nada para cambiarlo, y de verdad quería hacerlo.

Nadie dijo nada.

Pero hubo alguien. Alguien entre la multitud aplaudió. Sin pena, sin miedo, sin rencor.

Una mujer. Una monaguera. Una madre de seis hijos.

Luego otros pocos la siguieron, pero muy pocos.

A pesar que no eran las palabras que querían oír, sabían que el gobernador hablaba con la verdad. Eso era lo que importaba ahora.

La verdad.

La Creación de un Magnífico FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora