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Noviembre, 1979

Los zapatos mal puestos de Liú Tian resonaban a medida que avanzaban por la calle solitaria. Ninguno de ellos sabía en qué parte de la ciudad estaban y tampoco podían preguntarle a alguien. El toque de queda había comenzado hacia horas y todos estaban escondidos en sus casas observando las noticias. A lo lejos se escuchaban los helicópteros, que tenían encendido un foco de alto alcance con el que iban iluminando las avenidas buscando los intrépidos que no estaban respetando la prohibición de salir.

Avanzaban lento porque a Xiao Zhen le dolía el tobillo, a Luan la mano y a él la cabeza. Además, tenían que esconderse cada vez que captaban algún ruido. Liú Tian había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se había lanzado al suelo con las manos tras la cabeza.

Al llegar finalmente a una avenida muy iluminada, Luan dio un suspiro.

—Ya sé dónde estamos —apuntó hacia la izquierda—. Debemos bajar con aquella vía, a unos cuarenta minutos está la casa de mi abuelo.

Era, por lo demás, al único lugar que podían ir en ese momento. La señora Flor, dueña de la residencia donde vivía Liú Tian, jamás le permitiría ingresar, sobre todo si los veía así de magullados. La casa Gautier ni siquiera era una opción.

La mano de Xiao Zhen sujetaba su cintura para ayudarlo a caminar a pesar de su propio dolor. Ni siquiera podían ir al hospital; si bien las instituciones de salud tenían la obligación a atender a todos sin discriminación, los tres sabían que el recinto estaría plagado de militares esperando que a los heridos les diesen de alta para llevárselos detenidos.

El barrio donde vivía Luan estaba muerto. Las ventanas de cada residencia estaban cerradas al igual que las cortinas. Apenas se colaba a la calle el ruido de alguna radio o televisión encendida. Esa noche las conversaciones eran pausadas y bajas, una cena fría para tan triste final.

Al llegar a la casa de Luan y abrir la puerta, se encontraron al abuelo durmiendo en el sofá. La televisión estaba encendida y a máximo volumen. Pasaban las noticias. Como franja informativa se indicaba que había a lo menos cuarenta y ocho muertos y más de mil heridos. Los enfrentamientos se habían calmado (más bien, liquidados) por lo que ya no había puntos de manifestación, únicamente quedaban las personas que golpeaban las cacerolas desde sus viviendas en forma de protesta.

Se había anunciado al nuevo presidente. Era el anterior primer ministro, era además un excomandante en jefe de la fuerza aérea.

Liú Tian se quedó observando la televisión, su boca fruncida por el desconcierto y la tristeza.

—Tian —lo llamó Xiao Zhen.

Buscó su mirada.

—Tenías razón —susurró.

Fueron a la habitación de Luan, quien había improvisado una cama en el suelo. Liú Tian se quitó los zapatos y luego la chaqueta, el olor a humo y lacrimógena flotó en el aire. Su amigo abrió de inmediato la ventana cuando empezaron a toser, luego le pidió el abrigo y lo lanzó al patio trasero de la casa.

La noche estaba extrañamente tranquila, como si el país completo hubiese muerto.

Charles también se sacó los zapatos, no tenía más ropa que quitarse por lo que tomó asiento en el suelo todavía totalmente vestido.

—Necesitan bañarse —dijo Luan.

Les buscó ropa y se las entregó. Primero se duchó Luan, después Tian y finalmente Xiao Zhen. Los pantalones de Luan les iban corto a ambos, por lo que sus tobillos se asomaban por debajo de la tela. Charles le vendaba la mano a Luan.

—Tengo que enderezarte este dedo —avisó Xiao Zhen— o se te puede curar así.

—Hazlo —pidió Luan, entonces se dirigió a Tian—. Hay un cinturón en el primer cajón, pásamelo.

Lo buscó y se lo entregó. Luan lo mordió y le entregó la mano a Charles. Mientras Xiao Zhen le palpaba el dedo con mucho cuidado y total atención, Liú Tian desvió la mirada. Escuchó un crujido leve y el alarido contenido de Luan.

Cansado, Liú Tian tomó asiento en su cama improvisada. Charles había empezado a vendarle la mano a Luan, le había sujetado el dedo con un lápiz de color y cinta adhesiva.

—Esto ayudará por ahora, pero tendrás que verlo de igual forma con un profesional —recordó Xiao Zhen mientras le hacía un nudo a la venda—. Te puede quedar desviado.

—Mejor, así los apuntaré con mi dedo deforme como la bruja de «Blanca Nieves».

—No es gracioso, Luan —intervino Liú Tian.

No pudo decir mucho más, porque ahora Xiao Zhen se había volteado hacia él y lo examinaba de cerca. Encendió la lámpara de noche de Luan y la usó para analizarle las pupilas, la acercaba y la alejaba.

—Se contraen y dilatan bien —dijo.

Tian le sonrió como pudo. Sintió la caricia en su mejilla golpeada, Charles parecía triste.

—¿Está muy mal? —murmuró.

—Está terrible, gege.

—¿Dejarás de quererme ahora?

—Sabes que no.

Luan resopló y se dejó caer en su cama con brusquedad. El chirrido de los resortes y la madera vieja interrumpió el momento. Charles se alejó de él y empezó a mirarse su propio tobillo. Tenía la piel rota en algunas partes por los pisotones, pero no parecía hinchado, de igual forma Xiao Zhen comprobó la flexibilidad.

—¿Todo bien? —quiso asegurarse.

—Simplemente adolorido.

Liú Tian comenzó a jugar con un hilo desconocido de la manta.

—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó.

—Nada —respondió Luan contemplando fuera de la ventana abierta. La luna manchaba en gris las plantas del jardín—. La vida seguirá tal cual lo estaba hoy por la mañana.

—Pero asesinaron al presidente —insistió.

Si bien Liú Tian sabía que no tenía sentido discutir, necesitaba hacerlo. No quería aceptarlo, aún no, quizás mañana cuando toda la gente fuese a trabajar como si aquella tarde no hubiese ocurrido jamás.

Como si no hubiesen muerto más de cincuenta personas.

Como si no hubiesen más de mil heridos.

Como si no hubiesen más de tres mil detenidos con paradero desconocido.

—Fue una movida política —dijo Xiao Zhen—, hace mucho que el ejército quería sacar al presidente del poder. Ya no los escuchaba.

Con una sensación pesada en el pecho, se acostó. Charles le siguió. Ambos se cubrieron con las mantas. Tian se acercó de inmediato a Charles y lo abrazó por la cintura, su rostro quedó oculto en el cuello de él.

Se sentía cálido.

Olía a jabón y champú.

Pero sobre todo a vida.

Pero sobre todo a vida

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora