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Diciembre, 1979

Liú Tian siempre creyó que sería difícil quebrarlo, en la realidad bastó una caricia en su barbilla para romperlo en pedazos.

Pasaron la Nochevieja comiendo un pollo demasiado cocido en la casa del abuelo de Luan. Sin ánimo de hacer nada, su amigo y él se fueron a dormir temprano. El resto de la villa había planificado algo similar; por primera vez en años, la música festiva no se oía en ningún lado. Nadie tenía ánimo de celebrar dadas las circunstancias.

Se recostaron en la misma cama. Permanecieron en silencio mucho tiempo, únicamente sus respiraciones rompiendo la tranquilidad de la casa.

La cama se quejó cuando Luan se movió de forma brusca.

—¿Lu? —susurró con desconcierto, porque su amigo lo había abrazado por la cintura e intentaba esconder el rostro contra su pecho. El agarre era tan fuerte y brusco que Liú Tian podía sentir los dedos de Luan clavados en su espalda.

—¿Por qué tienes que ser tan idiota? —le recriminó el chico con voz ahogada—. ¿Por qué siempre tengo que salvarte? Eres un maldito inútil que no sabe ni cómo defenderse.

Luan lloraba, lo pudo notar porque su camiseta comenzaba a humedecerse. Le acarició el cabello con cariño.

—¿Por qué lloras por algo que no sucedió?

Luan negó contra su pecho, no aflojó el agarre.

—¿Qué harás cuando yo no alcance a llegar a ayudarte?

—Seguramente moriré —intentó bromear.

Su amigo se alejó de golpe. Se apoyó en los codos y lo fulminó con la mirada. Tenía el rostro congestionado e irritado, las pestañas todavía húmedas por las lágrimas no derramadas.

Iba a decir algo, Liú Tian lo interrumpió.

—Lu, eres el mejor amigo que tendré en toda mi vida.

Recibió un golpe en las costillas cortesía de Luan.

—No te despidas de mí, bastardo.

—Las cosas están demasiado complicadas aquí, lo sabes.

—Tian...

—No podré regresar a la universidad el semestre que viene.

—¿Te irás?

—No puedo quedarme aquí.

—No, basta.

—Irina me entregó los pasaportes.

La expresión de Luan se paralizó, sus ojos tan grandes y temerosos que se notaba a la perfección las motas verdes en su iris.

—Tengo dinero ahorrado, creo que me alcanzará para dos pasajes —continuó—. Voy a intentar llevarme a Charles conmigo.

Su amigo había tomado asiento en la cama. Su barbilla la mantenía volteada hacia otro lado, aun así, captó las lágrimas que bajaban por sus mejillas delgadas. Sus hombros se estremecían tanto aguantando el llanto, que la cama crujía levemente.

—Lu...

Se estiró para abrazarlo por la cintura. Luan se removió para soltarse, rindiéndose cuando Liú Tian no lo dejó ir. Lloraba con tanto sentimiento que la mejilla de Tian vibró contra su espalda.

—Te odio —susurró Luan—. Te odio demasiado.

Apretó el rostro contra la espalda de su amigo.

No lo quería dejar ir.

—Yo también te voy a extrañar, Lu.

Pero tenía que hacerlo.

Luan dio un gran suspiro e hizo que lo soltase para poder apoyar la espalda contra la pared. Liú Tian se sentó frente a él. Su amigo se quedó contemplando el paisaje fuera de la ventana, donde se divisaba las plantas bañadas de gris. El vidrio se había empañado, por lo que Tian escribió su nombre y lo rodeó con un corazón. Ambos se quedaron mirándolo hasta que el cristal nuevamente se había empañado por completo, dejando en el olvido la inscripción de Liú Tian.

—Tengo que contarte algo —dijo Luan, había apegado las piernas contra su pecho y las afirmaba con las manos.

—¿Es sobre André?

La expresión de sorpresa en su amigo duró un instante.

—Sí —suspiró.

Esperó con calma a que Luan continuase, quien se retorcía las manos con tanto nerviosismo que los nudillos se habían puesto rojos.

—Estoy enamorado de él.

Liú Tian cambió de posición para sentarse a su lado. Lo abrazó por la cintura, apoyando la barbilla en su hombro.

—Lo sé, Lu.

—Pero él no siente lo mismo por mí.

—¿No? —susurró.

Levantó la cabeza. Luan apretaba la mandíbula y observaba el cielo para evitar derramar el brillo que tenía su mirada.

—Se lo dije —confesó—. Me respondió que le habría encantado enamorarse de mí. Pero no fue así.

—Lu...

—Y a mí me habría encantado odiarlo. Pero tampoco fue así.

—Quizás aún no es el momento para ustedes. Que ahora no te ame no significa que algún día no pueda hacerlo.

Lo vio sacudir la cabeza, tan miserable que su cuello prácticamente había desaparecido entre sus hombros encogidos.

—Yo no quería ser así, Tian.

—No hay nada de malo en ser así, Lu.

—¿No? —susurró—. Hoy me quedé con otra idea.

Luan se fregó la nariz, pestañeaba rápido para despejar sus ojos de las lágrimas que mancharon sus mejillas. Su sonrisa fue temblorosa y pequeña al voltearse hacia Tian.

—En fin, solo quería que lo supieras.

Estrechó su abrazo en la cintura de Luan.

—Gracias por contármelo. Te quiero mucho.

—¿Tian?

—¿Sí, bebé?

—No me arrepiento de haberte conocido.

Liú Tian le dio un beso en el hombro.

—Lo sé, Lu.

Y así comenzó y terminó la Navidad.

Y así comenzó y terminó la Navidad

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora