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Julio, 1979.

Cuando Xiao Zhen llegó a casa, entendió de inmediato que aquel silencio y tranquilidad se debía a que su padre seguía en el regimiento. Se quedó dando vueltas en su cama hasta que el reloj en su mesita de noche, ubicado a un costado del dinosaurio que le había regalado Liú Tian, marcaba pasado la medianoche. Con los pies desnudos se dirigió hacia la puerta y asomó la cabeza fuera. El pasillo estaba desierto y oscuro. Sus pasos resonaron en la madera al salir y dirigirse hacia la sala de estar, luego a la cocina.

Estaba solo.

De igual forma comprobó por una de las ventanas y divisó a dos soldados en el antejardín, ahora había una guardia permanente en casa estuviese o no su padre en ella.

Ansioso, se dirigió otra vez al pasillo que llevaba a las habitaciones y se quedó detenido en medio de él, su corazón latiendo como un loco.

—¿Papá? —lo llamó.

Nada.

A lo lejos podía escuchar las conversaciones de ambos soldados, se burlaban de algo.

Tomando una inspiración profunda, se dirigió hacia la puerta que siempre estaba cerrada. ¿Su padre habría ordenado hacer guardia también en su oficina? Agarró el pomo mientras lo llamaba con la finalidad de tener una excusa.

—¿Papá?

La manilla no giró, se encontraba cerrada con llave.

Se limpió las manos sudadas en el pantalón. Al girarse para marcharse a su cuarto, se encontró con la puerta abierta de la habitación de su padre. Dudó solo un instante, entonces la empujó con el ruido de las bisagras acompañando los latidos enloquecidos de su corazón.

Se permitió un único segundo de pánico, luego sus ojos comprobaron la cama grande con mantas oscuras que se encontraba acomodada a la perfección. Se fijó en el ropero que ocupaba una pared completa y en las mesitas de noche a cada lado de la cabecera.

Examinó nuevamente el pasillo, sus piernas moviéndose en actitud nerviosa. Ingresó a la habitación antes de arrepentirse. Olía a madera y a betún para limpiar los zapatos. También existía un ligero aroma a aceite: era el que se utilizaba para limpiar los cañones de las armas. Se imaginó a su padre sentado en esa misma cama con su pistola en las manos, desarmándola con cuidado y limpiándola para después colocar cada pieza en su lugar.

Sus piernas se movieron antes de que su cerebro lograse salir del estupor y reaccionar. En menos de tres segundos estaba frente a uno de los veladores. Agarró la manilla con los dedos escondidos bajo su camiseta.

Un lápiz y una libreta, eso era lo único que ese cajón tenía.

Xiao Zhen volvió a mirar sobre su hombro sin percatarse que la risa de los soldados ya no se oía.

Agarró el cuadernillo con ayuda de su remera y lo dejó sobre la cama.

Lo abrió.

Cayó una fotografía de Liú Tian, su rostro en primer plano.

Entonces, Xiao Zhen escuchó la puerta de la casa siendo abierta.

Entonces, Xiao Zhen escuchó la puerta de la casa siendo abierta

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora