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Julio, 1979.

Los bolsos cayeron al suelo en el instante que Xiao Zhen se detuvo a un costado de Luan, que se ubicaba frente a una balda repleta de cómic. A través de los sucios cristales de la tienda, se podía divisar el centro de la ciudad altamente transitado; los gritos del repartidor de diarios incluso podían distinguirse desde ahí. Le dio un golpe a Luan en el hombro cuando continuó ignorándolo mientras leía un comic antes de que el dueño del negocio le indicase que lo pagaba o se marchaba. Notó, además, que el chico todavía tenía el rostro ligeramente hinchado en la barbilla producto del golpe que se había dado en la fábrica textil.

—Tu cara se ve mejor —comentó para hacer presencia.

Luan le gruñó mostrándole los dientes delanteros. Una de sus paletas estaba rota en la punta.

—¿Tú crees que esto se ve bien?

—No sabía que te habías roto un diente —dijo—, pero debe tener solución.

—Cuando eres hijo de un general, claro que todo tiene solución —refunfuñó Luan dejando la historieta en el estante—. Cuando llamé a mi mamá para contarle, ¿sabes lo que me dijo?

Un poco impresionado de que Luan estuviese realmente entablando una conversación con él, Xiao Zhen se apresuró en responder.

—No, ¿qué te dijo?

—Que esperaba que no me viese muy mal porque ahora tendría que sobrevivir con una paleta rota.

Xiao Zhen hizo una mueca.

—¿Y no te duele?

—Claro que me duele, don obviedad.

—Yo podría prestarte dinero —ofreció con timidez.

Luan se limitó a arrugar la nariz.

—¿Y deberle un favor a alguien como tú? Prefiero mi paleta rota.

—No había necesidad de ser descortés.

—Mis hermanos me enseñaron que era mejor carecer de algo que deberle algo a alguien.

Frunció el ceño.

—¿En qué clase de familia creciste?

—En una que se tomaban muy en serio la ley de la selva —y antes de que Xiao Zhen pudiese responder, cambió de conversación de forma cortante sin dar espacio a debate—. ¿La trajiste?

Desorientado unos instantes, se quedó observándolo sin entender.

—¿Cómo?

—Que si trajiste la pelota. ¿Tengo que recordarte que estoy haciendo de niñero nuevamente porque vamos a jugar baloncesto?

—Ah, sí, sí —dijo y pateó uno de los bolsos.

Por alguna razón, le habían encargado la misión de llevar el balón, y como no pudo explicar que en la mansión Gautier no se practicaba ningún tipo de deporte, terminó comprando uno.

—¿Y el otro bolso? —quiso saber Luan.

—Mi ropa deportiva.

Luan puso los ojos tan en blanco que Xiao Zhen una vez más comprobó lo saludable que eran sus escleróticas.

—Sabes que no vamos a jugar, ¿cierto?

—Me dijiste que fingiese y eso hice.

—¿Tu padre te enseñó a ser así de literal?

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora