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Julio, 1979.

No era un lugar que a Xiao Zhen le gustase visitar. Había pisado la oficina de su padre una cantidad total que se resumía en una mano y siempre con un previo llamado de su padre.

Esa vez fue distinto.

Xiao Zhen se dio cuenta que alguien lo seguía a los minutos de despedirse de Luan y Tian. Era un hombre alto y de complexión delgada. Lo estudió por varias cuadras. Meditó qué hacer mientras esperaba en el paradero. Al subirse, el hombre corrió para alcanzar al bus antes de que partiese. A través del reflejo del vidrio, se percató que el sujeto tomaba asiento dos hileras por detrás suyo. Y al bajarse dos paraderos antes de que lo correspondía, el desconocido hizo lo mismo. Cada paso que dio fue replicado por otro a unos metros.

Tras unas cuadras, Xiao Zhen lanzó los bolsos al suelo y se ató los cordones. Escuchó que los pasos dudaban a unos metros, se preparó por si era atacado. Sus dedos rozaron una pequeña cuchilla que su padre le enseñó a llevar pegada a su pantorrilla desde que tenía once años; hace años que había dejado de portarla, pero volvió a llevarla el día que su padre le mostró las fotografías de Liú Tian.

Esperó con el cuerpo en tensión.

No obstante, los pasos continuaron su avance. Cuando la figura alta y delgada se deslizaba por su lado, Xiao Zhen levantó el pie y lo golpeó directo en las rodillas. El cuerpo chocó con el suelo de manera pesada y seca. Entonces, Xiao Zhen se puso de pie y presionó su zapatilla blanca contra el cuello del hombre, cerrándole el aire. Las manos del desconocido fueron hacia su tobillo para tirar de su pie, pero Xiao Zhen solo aumentó la presión.

—Identifícate —ordenó.

El sujeto jadeó.

Xiao Zhen levantó el pie. Lo oyó tomar una bocanada entrecortada de aire.

—El general Gautier —dijo con dificultad, su voz rasposa—, él me envió.

Claro que su padre era el responsable, la oposición no necesitaba seguirlo cuando Xiao Zhen con tanta amabilidad le abría las puertas de su casa a uno de ellos.

—Tu placa —solicitó apretando otra vez su garganta con la zapatilla.

Sin perderse ningún movimiento, y alerta por si intentaba golpearlo, lo observó sacar una billetera del bolsillo de su pantalón que dejó caer al suelo. Xiao Zhen la recogió y abrió, su zapato haciendo más presión para cortarle la respiración unos segundos y evitar movimientos sorpresivos. Dentro de ella, se encontró la pequeña placa que identificaba a ese sujeto como uno más del regimiento de su padre.

Furioso, se la lanzó a la cara y lo soltó. Mientras el tipo jadeaba de rodillas a su lado, informó.

—Iremos donde mi padre.

Tras permitirle recuperar el aliento, Xiao Zhen recogió sus bolsos y emprendieron camino hacia la casa del general Gautier. Al llegar, se encontró con los dos fieles soldados de su padre en el jardín delantero. Dejó pasar primero al hombre que lo acompañaba y después ingresó él.

—¿Lo conocen? —les preguntó Xiao Zhen a los dos militares.

—Soldado Pereira —respondió uno de ellos tras dudarlo.

—Vigílenlo, mi padre querrá hablar con él.

Observó por el rabillo del ojo a los dos guardias de su padre exigirle al soldado Pereira colocarse de rodillas frente a ello. Tras eso, Xiao Zhen ingresó a la casa quitándose los zapatos, sus pies desnudos casi no resonaban a pesar de la tranquilidad que reinaba dentro. Pasó por su cuarto para dejar los bolsos. Y al final del pasillo de la casa, se encontró con esa puerta siempre cerrada.

Xiao Zhen se detuvo en el corredor, sus nudillos resonaron contra la madera antes de girar el pomo para tantear si estaba abierta.

Lo estaba.

Empujó la puerta hasta que pudo vislumbrar a su padre leyendo un expediente sentado tras su escritorio. Al verse interrumpido, la expresión de su padre solo reflejó curiosidad.

—¿Le ordenaste a uno de tus soldados que me siguiera?

Su padre cruzó los brazos sobre los papeles.

—¿Estás cuestionando mi autoridad?

—Solo pensé que querías que me infiltrase en la oposición y nunca lograré hacerlo si uno de tus soldados me sigue. Van a sospechar de mí, y terminaré siendo usado por ellos.

Su padre sonrió ante eso, como si le pareciese gracioso ver a su propio hijo siendo utilizado contra él para ganar algo.

—¿Estabas hoy con alguien de la oposición?

Xiao Zhen dudó antes de responder, un cosquilleo nervioso persistía en su nuca. La presión psicológica era insoportable.

—Solo estaba jugando un partido de baloncesto.

La atención de su padre se desvió otra vez hacia sus papeles.

—¿Entonces cuál es el problema si solo te dedicabas a perder el tiempo?

Tragó saliva con dificultad. Xiao Zhen nunca había sido bueno para mentir. Liú Tian era bueno en eso, no él. De igual forma lo intentó.

—Me enseñaste siempre a sospechar de todos.

—¿Lo hice? —cuestionó, su pregunta con ligero tono de burla.

—Lo hiciste.

—¿Entonces debería sospechar de la gente con la que estuviste hoy? —Levantó su mirada, sus ojos fríos enfocados en las manos nerviosas de Xiao Zhen—. ¿Los agrego a la lista? ¿Debería investigarlos?

Se le hizo un nudo pesado en el estómago.

Él no servía para eso, él no servía para eso, él no servía para eso.

—Son estudiantes perfectamente de mi universidad, son mis amigos.

Un bufido, su padre se recostó contra el asiento.

—¿Amigos? ¿Tú crees que alguien se haría tu amigo? Lo único que la gente quiere de ti es llegar a mí.

Quiso debatirle, gritarle que eso era mentira, que tenía un amigo que también era su novio y que era precioso para él, y que esa semana partiría lejos y la sensación de soledad que ya sentía ante su pronta partida, parecía una tortura psicológica mucho mayor que sus amenazas.

—Ahora tengo más cuidado para elegir mis amistades —respondió con cuidado—. Y que alguien intente sacarme información no significa que yo se las dé.

—Eso es básicamente porque no tienes información para dar, me he asegurado siempre de eso.

—Papá...

—Porque si ellos quieren usarte —hizo un gesto con las manos—, adelante. Que intenten hacerlo.

A pesar de que su padre no llevaba su traje militar, sino que simplemente un pantalón con una camisa se veía incluso más intimidante que rodeado por sus condecoraciones.

—Ahora, vete —ordenó.

Las piernas de Xiao Zhen se sintieron entumecidas mientras se volteaba para marcharse. Y cuando cerraba la puerta tras suyo, creyó escucharlo pronunciar esa palabra que había definido su infancia completa.

—Inútil.

Lo soy, pensó.

Él era un inútil que solo serviría para salvarse a sí mismo.

Él era un inútil que solo serviría para salvarse a sí mismo

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora