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Octubre, 1990

La música resonaba fuerte en sus oídos cuando Irina fue a buscarlo al jardín y tomó asiento junto a él, en la orilla de aquella laguna, que no tenía agua ni peces desde que su madre había abandonado esa casa. Con cuidado, le tocó la pierna para que le prestase atención. Charles se quitó los audífonos y apagó el personal stereo que le había regalado Liú Tian en su cumpleaños número treinta.

—Tu padre ya llegó —le anunció ella. Debió poner alguna expresión extraña, porque Irina lo consoló de inmediato—. Tranquilo, se irá dentro de unas horas, solo es un almuerzo.

Se guardó el aparato en el bolsillo y ayudó a Irina a colocarse en pie. En el antejardín se encontró a Nana jugando en el columpio. Su padre los esperaba en silla de ruedas, observaba a su nieta con desagrado. A su espalda tenía un enfermero que lo ayudaba a movilizarse. En una de las redadas del '84 en son de recuperar la democracia, su padre había recibido un disparo en el pie izquierdo que le destrozó la articulación del tobillo. Pero incluso verlo así con apenas movilidad, viejo y tembloroso, sintió que era poco castigo considerando lo que hizo y seguía haciendo.

Porque su padre, al igual que los demás funcionarios que participaron o fueron aliados de la dictadura, se encontraban en la actualidad libres y sin investigación. Las fuerzas armadas, antes de ceder el poder al actual presidente, habían llegado a un acuerdo político para dejar impune a la milicia. Y se había aceptado con tal de restablecer la democracia en el país.

O al menos una parte de ella, pensó.

—Hola, señor —lo saludó Charles.

La mirada de su padre lo recorrió de pies a cabeza, su boca se torció en amargura.

—Irina sigue sin estar embarazada.

La mujer sujetó a Charles por el codo y se lo apretó en advertencia.

—Tengo mucho trabajo —contestó Irina por él—. Esa es mi prioridad por ahora, no aumentar mi familia.

Su padre bufó.

—Debí haberle conseguido una esposa mejor a mi hijo —soltó con desprecio—. Solo tenías un deber como mujer y hasta eso lo haces mal.

El corazón comenzaba a acelerársele por la ira, así que Charles fue por Nana. La bajó del columpio y le sujetó de la mano. Mientras escuchaba que Irina continuaba discutiendo con su padre, posicionó una rodilla en el piso para hablar con su hija.

—Nana, amor —dijo en voz baja.

—¿Quién es ese hombre, papá? —preguntó ella.

La única vez que su padre había visto a Nana, fue también la primera. Ella tenía unos días de nacida y su padre había ido a visitarla al hospital. Al comprobar que su ficha de nacimiento marcaba la «F» de sexo femenino, y por tanto se convertía en una persona no apta para heredar el apellido Gautier, no había regresado a verla.

—Es tu abuelo, él es mi padre —explicó acomodándole la ropa—. Pero no es una buena persona, Nana.

—¿No? —preguntó ella asustada.

—No quiero que tengas miedo, te explico esto para que entiendas por qué voy a pedirte algo.

Entonces, sacó el personal stereo que tenía en el bolsillo y le puso los audífonos en la cabeza. Después, sacó el casete y lo volteó para que quedarse en el lado B.

—Te grabé tus canciones favoritas —apuntó hacia atrás donde Irina aún discutía y se reía sin humor de su padre—. Él va a almorzar con nosotros y dirá muchas cosas desagradables. Y no quiero que las escuches, ¿está bien?

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora