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Noviembre, 1979

Ambos iban absortos en sus pensamientos, la señora Beatriz se ajustaba el abrigo con nerviosismo mientras comprobaba los alrededores con algo de pánico. Xiao Zhen, al ir a buscar sus cosas a la biblioteca, le había ofrecido ir a dejarla tras verla pálida y llorando sentada en su escritorio. Iban directo a la casa de la mujer que no se encontraba demasiado lejos de la universidad.

Por lo menos, en ese lado de la ciudad, el tránsito estaba cortado. Tras la partida de los estudiantes y el cierre de la institución para evitar manifestaciones en su interior, las calles estaban extrañamente tranquilas. Al pasar por un local de televisores, donde una gran multitud se congregaba para ver la transmisión, se detuvieron para intentar escuchar algo.

—... toque de queda a partir de las cuatro de la tarde, debido a la gran manifestación llevada a cabo en la Plaza de la República. El vocero de gobierno hizo un llamado para una reunión extraordinaria y de emergencia, que será trasmitida en cadena nacional a la misma hora. Siendo las doce y cuarenta y tres de la tarde, se han presenciado disturbios en diferentes puntos del país con presencia de encapuchados. Los microbuses fueron sacados de circulación para evitar la movilización de la población a los puntos de manifestación. El metro de la ciudad hizo cierre total de todas sus estaciones, al igual que los ferrocarriles. Las rutas 74 y...

La señora Beatriz se persignó a su lado y juntó las manos mientras cerraba los ojos unos instantes. Entonces, ambos continuaron. En el camino se encontraron grupos de personas que también intentaban regresar a casa, la mayoría de ellas parecía haber salido de sus trabajos corriendo para alcanzar a llegar antes de que comenzase el toque de queda. Una profesora llevaba de la mano a dos docenas de estudiantes de primaria, algunos de los niños lloraban y pedían por sus padres. Xiao Zhen le preguntó si necesitaba ayuda. La mujer casi lloró de alivio cuando la señora Beatriz y él la ayudaron.

—Sus padres no alcanzaban a venir por ellos —explicó.

Una mano pequeña y suave sujetaba la de Xiao Zhen. Era una niña que llevaba un flequillo corto y recto con dos coletas.

—Me gustan sus ojos, señor —le dijo.

Cuando Xiao Zhen volvió a comprobar su reloj de pulsera, eran las dos y cuarenta minutos. La señora Beatriz llegó a casa cuando faltaban cinco minutos para las tres, fue recibida por dos hijos adolescentes que corrieron a abrazarla.

—Quédate con nosotros —le pidió la bibliotecaria—. Es peligroso.

Recordó la llamada de Liú Tian.

—Mi casa queda cerca —mintió, porque su hogar estaba al otro lado de la ciudad—. Los militares se van a centrar en los puntos de manifestación. Estaré bien, no se preocupe.

Se preguntó si Liú Tian se había sentido igual de mentiroso que él prometiendo estar bien cuando únicamente existía incertidumbre.

No pudo dejar de pensar en Tian.

Al pasar de nuevo por el local de televisiones, el dueño había cerrado la tienda y bajado la cortina. Pero se le había quedado uno encendido, por lo que aún se oía su transmisión. Estaba hablando el vocero de gobierno.

—Según se estipula en el Artículo 84 de la Constitución, quien asume el poder tras la muerte del presidente, es el primer ministro de la República a cargo de...

Xiao Zhen pateó una piedra.

El primer ministro no era otro que la mano derecha de quién había sido el presidente. Las cosas seguirían iguales.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora