11

9K 2.2K 2.1K
                                    

11

Junio, 1979.

Liú Tian iba comprobando de reojo a sus compañeros de universidad mientras emprendían camino hacia la oficina del profesor Martin, habían acordado juntarse a las cinco de la tarde con él. El corazón le dolía al igual que los músculos, que estaban tensos por el estrés porque, en ese momento, Luan se dirigía con Xiao Zhen al ex sector industrial para tener la primera reunión con la organización.

Jugando con el trozo de madera que tenía tallado un gorrión, que tanto le recordaba a Xiao Zhen, esperó con impaciencia.

Primero fueron cinco minutos.

Luego diez.

Las manecillas marcaron las cinco y treinta y el profesor Martin continuó sin salir de su oficina. Ganándole la desesperación, golpeó la puerta. Sus compañeros lo observaron con alarma, entre ellos murmuraban si acaso se había vuelto loco.

Sí, quizás Liú Tian había perdido algo de cordura esos días, porque sinceramente no podía creer que estuviese ahí esperando entregar un tallado, cuando Xiao Zhen estaba a nada de enfrentarse a una organización que siempre quiso cobrar una recompensa por él.

Prácticamente le lanzó el tallado a su profesor cuando salió.

—Lo siento, señor —pidió inclinándose en respeto—, pero en media hora sale el tren que va a mi pueblo.

Avanzó por el pasillo para huir.

—¿Cómo sabrás tu nota, Liú Tian? —lo increpó el profesor Martin en voz alta.

Alzó un brazo en despedida sin detenerse.

—Ya lo sabré el semestre que viene, ¡adiós, adiós!

Dobló en el primer corredor que encontró para perderse de vista, de ahí se movió por la universidad tan rápido como podía. A Liú Tian le tocaba cargar su pesado atril y tarros de pintura cuando algún profesor se le ocurría que pintasen en la zona de descanso del campus, por lo que tan mala condición física no tenía.

Emprendía camino hacia la zona industrial cuando el olor de pastelitos de arroz llegó hasta él. Frenó. Ya iba atrasado a la reunión así que ¿qué mejor que llegar con algo de comida para pedir perdón y olvido por haber abandonado la organización hace un tiempo? Además, tenía hambre, solo había almorzado una manzana ese día.

Se desvió un par de cuadras. La Pastelería Lee, donde había comprado los pastelitos para el general Gautier, estaba más abarrotada de lo normal. Impaciente, se deslizó entre la gente hasta llegar a la encimera.

—Hola, tía —saludó a la mujer detrás del mostrador.

—No soy tu tía, Liú Tian —le corrigió ella—, ya te lo he dicho.

—Quizás no lo sea, ¿pero no sería genial que sí lo fuera?

—¿Qué quieres? —le preguntó con voz cansada. No obstante, la mujer le sonreía con diversión.

—Una cajita de pastelitos de arroz, por supuesto.

—Debes ponerte en la fila como el resto.

—Por eso le dije que sería genial que fuese mi tía, ¿no quiere serlo y hacerle un favor a su sobrino favorito?

—No.

Liú Tian tamborileó la mampara que protegía las cajas de pasteles de los compradores. Entonces, lo recordó.

—Pero ahora soy amigo de un sobrino suyo, de Xiao Zhen. Los pastelitos son para él.

La mujer alzó las cejas y después las frunció.

—¿De quién?

—De Xiao Zhen. —Hizo rodar la mirada y bajó la voz—. Xiao Zhen, su sobrino.

—¿Xiao Zhen?

—Xiao Zhen —insistió.

—Yo no tengo ningún sobrino que se llame así.

Maldito general Gautier, lo había engañado el muy cretino.

Tuvo que esperar a que la restante clientela fuese atendida para poder recién realizar su pedido. La reunión debe haber comenzado, divagó apretando la bolsa con comida contra su pecho. Evitaba pisar las líneas de la vereda cuando pasó por una botillería. ¿Acaso no sería genial llegar con unas cervezas? Porque no había mejor combinación que la cebada con la suavidad de unos pastelitos de arroz. Y Liú Tian definitivamente tenía que hacer mérito en la organización, primero porque ya se había eliminado él mismo por convivencia; y segundo porque pensaba utilizarlos.

Hizo la fila para comprar un par de botellas. Malditos universitarios, ¿tenían que ser tan borrachos?

Al salir con una bolsa tintineante y continuar por tercera vez su rumbo, pasó cerca de un negocio clandestino desde donde provenía un delicioso olor a pollo asado. ¿Y si...? No, no, céntrate, Liú Tian, céntrate.

Eran ya las seis de la tarde cuando finalmente. Acarreando dos bolsas que golpeaban los costados de sus muslos, ingresó en el callejón mal iluminado. Esperó unos minutos fuera para asegurarse que nadie lo había seguido, luego fue a golpear la puerta.

Esperó.

Pero nadie salió.

Dejó la bolsa con las latas en el piso, comprobó el inicio de la calleja y lo intentó nuevamente.

Nadie salió a recibirlo.

¿Se estaría equivocando de código? Hizo memoria, recordando a la perfección el golpe, la pausa, tres más, pausa, y una vez más, así tal cual Luan se lo había enseñado.

Por tercera vez lo intentó.

Sin embargo, continuó abandonado con una bolsa entre las piernas y una caja de pasteles de arroz en los brazos. Al golpear con los nudillos, esta vez apegó la boca a la puerta metálica.

—Eh, amigos —los llamó—. Soy yo, Roberto Carlos, y en versión mejorada. Traje comida para pedir perdón. ¿Pueden abrirme ahora, por favor?

Movió las rodillas con nerviosismo. Apegó la oreja en el metal, logró captar la aguda voz de Luan.

—¡Solo ve a abrirle, Amelia!

Liú Tian se apartó a la vez que las bisagras oxidadas chirreaban y la puerta se abrió. Se apresuró en agarrar las cervezas y colarse adentro del edificio. Tropezó con el cemento desnivelado y chocó con el borde de la puerta. Preocupado por las botellas de cerveza, las comprobó mientras hablaba.

—Vaya, amigos, sé que me fui pero no tienen que ser tan rencorosos —dijo a toda velocidad—. Además, traje cervezas y...

—Tian.

—...pastelitos de arroz para suplicarles que me acepten...

—Tian.

—...de regreso, porque estoy terriblemente arrepentido y...

—¡Liú Tian!

Alzó la cabeza haciendo rodar la mirada con molestia.

—¿Qué quieres, Luan? ¿No puedes esperar a que...?

Su voz murió en seco. Sus ojos recorriendo primero a su mejor amigo que sostenía un fierro oxidado con rastros de sangre y después a Irina, que le daba la espalda y permanecía de rodillas frente a Luan.

Y a unos metros de ellos, se encontraba Charles en el suelo con una mancha de sangre en la cabeza.

Y a unos metros de ellos, se encontraba Charles en el suelo con una mancha de sangre en la cabeza

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora