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Enero, 1980

El cabello de Liú Tian caía por el brazo del soldado que lo cargaba. Xiao Zhen podía divisar aquello y sus largas piernas, uno de sus pies iba cubierto con su calcetín de rombos y el otro continuaba desnudo. Llovía sobre ellos con intensidad, las gotas azotando los paraguas que los cubrían mientras avanzaban por el antejardín. Se detuvieron en el centro cuando su padre se dirigió hacia la camioneta blindada que estaba estacionada dentro, eran iluminados por los focos naranjas que estaban encendidos en el patio y la vía pública. El general observó primero a Liú Tian, cuya cabeza caía sin fuerza hacia atrás con sus ojos cerrados enfrentando la lluvia, y luego hacia Charles.

—Lo que más lamento es que tu madre no me haya dado un segundo hijo —abrió la puerta del automóvil—. Y ahora tengo que conformarme contigo.

Charles fue presionado por la espalda para que continuase, sus piernas se tropezaban con las piedras del camino principal. Quiso observar el cielo nocturno que descargaba su furia sobre ellos, el paraguas negro que lo cubría se lo impidió.

El soldado a su espalda volvió a empujarlo.

Finalmente, la camioneta de su padre salió de la casa y se cerró el portón.

Volteó la barbilla para comprobar al uniformado que llevaba su paraguas.

—¿Puedes cubrirlo a él? —le pidió Charles—. Por favor.

—¿Para qué? No hay necesidad.

El militar que sujetaba a Xiao Zhen por las esposas, lo soltó y le quitó el paraguas a su compañero con brusquedad.

El aguacero lo empapó de inmediato, sus lágrimas por fin se confundieron con la lluvia. Ahora únicamente podía divisar las piernas de gege, que se movían ligeramente debido al paso de quien lo cargaba en brazos.

En la calle habían otras dos camionetas estacionadas.

El soldado que llevaba a Liú Tian esperó a un costado del auto a que alguien le abriese la puerta. Xiao Zhen intentó ir hacia ellos, pero fue arrastrado por las esposas que sujetaban sus brazos tras su espalda. Tropezó y cayó al cemento. Quiso quedarse ahí. Quiso quedarse ahí todo lo que le quedaba de vida, porque en ese instante alguien se les acercaba corriendo bajo la lluvia.

Era Luan.

Sus miradas se encontraron, la expresión de Luan brillaba en pánico e incredulidad, su boca algo abierta soltó un jadeo ahogado. Estaba empapado, su cabello pegado al casco. Entonces, sus ojos fueron hacia Liú Tian.

Y a pesar de la oscuridad, Charles supo lo que iba a ver.

Su cuello rojo por unas manos.

Sus párpados cerrados.

Su pie desnudo.

Su cuerpo flojo.

Luan se detuvo de golpe.

—No.

Dio un paso.

Se detuvo.

Avanzó otro.

Sus rodillas se doblaron, cayó al suelo.

—¡Tian! —lo llamó.

A Xiao Zhen lo pusieron de pie de golpe y arrastraron hacia el otro vehículo. Le abrieron la puerta. Luan se había puesto de pie y avanzaba con las piernas tambaleante, su rostro perdido, sus ojos abiertos de par en par, su pecho atascado en una inspiración que no podía botar.

—¡Tian, Tian, Tian! —gritó.

Pero Liú Tian ya lo habían subido a la camioneta y cerrado la puerta. Su coche partió, el de Charles le siguió. Luan comenzó a correr, sus puños golpearon la ventana donde debía ir Liú Tian.

—¡Tian! —repetía.

Y también.

—¡No me puedes hacer esto! ¡Me prometiste que estarías bien! ¡Tian! ¡TIAN! ¡¡TIAN!!

Las camionetas agarraron velocidad. Luan comenzó a quedar atrás. Pero seguía corriendo, intentaba alcanzarlos. Entonces, Luan tropezó con la vereda y quedó derrumbado en el suelo. No volvió a levantarse. Mientras su figura se volvía más y más pequeña al crecer la distancia, Luan permaneció en el piso cubriéndose el rostro con las manos.

Charles apoyó la frente en el vidrio de la ventana, sus párpados irritados apenas le permitían divisar su reflejo en el cristal. Se limpió el rostro con el borde del hombro, sus manos todavía ajustadas con esposas a su espalda.

El soldado que iba a su lado se removió incómodo, su cuerpo hizo rechinar el asiento.

—Lo siento —le dijo.

Y si bien no lo mencionó, Xiao Zhen lo entendió.

Porque iban al regimiento que comandaba su padre. Y esos hombres que estaban sentados con él, eran parte del pelotón de fusilamiento.

El rostro de Charles se contrajo, un alarido escapó de su boca fruncida. Apoyó la mejilla contra el vidrio.

Y deseó también morir esa noche.

Y deseó también morir esa noche

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora