27

2.4K 450 222
                                    

27

Agosto, 1979.

Liú Tian mintió. Cuando su corazón dejó de latir como un loco y logró separarse de Xiao Zhen para divisar su nariz sonrojada y su piel blanca sudada por el calor, se volteó hacia el grupo de mujeres pasándole un brazo por los hombros.

—Este es mi mejor amigo —mintió—. Se llama Xiao Zhen.

Amigo, pensó para sus adentros con un bufido.

Su amigo el que lo besaba, el que lo tocaba y acariciaba, el que lo desnudaba mientras gemía.

Qué gran amistad tenían.

Y Liú Tian pensaba sacarle mucho provecho a ella.

—Así que es tu amigo, Roberto —comentó la señora María, la mayor del grupo. Su arrugado rostro, oscurecido por el sombrero de paja, todavía era suspicaz al observar a su novio.

Casi le dio un ataque de risa ante la expresión desconcertada de Xiao Zhen cuando fue llamado por un nombre distinto a «Tian». En esa zona la población de migrantes era muy baja, por lo que, en algún momento de su infancia, se había cansado de explicar que Liú Tian correspondían a un apellido y nombre chino, por lo que había comenzado a presentarse simplemente como Roberto Carlos, que finalmente quedó acortado a solo Roberto. En su pueblo nadie lo llamaba con su nombre real, ni siquiera estaba seguro de que sus vecinos supiesen que no se llamaba Roberto.

—Ellas son mis vecinas —le contó Liú a Xiao Zhen, enterrándole un dedo en las costillas para que sonriera. El chico intentó apartarse con una carcajada floja, él continuó afirmándolo por los hombros.

—Me dijeron que no te conocían —le contó.

Inclinando la cabeza hacia atrás, le hizo cosquillas con su aliento a la mejilla de Xiao Zhen.

—Esa es mi arma secreta —susurró—. Si alguien pregunta por mí, aquí nadie me conoce.

La mirada de Xiao Zhen brillaba al observarlo.

Con el sol azotándolo desde lo alto y sintiendo los rayos a través de la ropa, a pesar de que portaba un gorro de ala ancha, simplemente Liú Tian no había estado de buen humor durante la mañana. A él nunca le había gustado la vida en el campo. Pero su situación económica no era la mejor, por lo que durante los veranos trabajaba como temporero en el cultivo de unos vecinos para ganar algo de dinero. Además, la noche anterior apenas había dormido, una mosca le había zumbado en la oreja durante horas. Cada vez que se puso de pie para matarla, la muy maldita se había escondido.

En definitiva, estuvo cansado y enojado.

Hasta ese momento.

Porque ahora solo se moría por besar a Xiao Zhen. Quería abrazarlo y no soltarlo más. Si bien estuvieron separados únicamente tres semanas, se había sentido un año. Sobre todo, cuando su «hasta pronto» podía haberse convertido en un adiós definitivo. Porque, cuando esa mañana el tren se alejó de la estación, tuvo la sensación de que esa sería la última vez que vería a su novio.

Pero no había sido así.

Porque Xiao Zhen estaba en su pueblo por alguna razón.

Liú Tian desplazó aquella conversación hasta más tarde, hasta la noche, ahora solo quería saborear el hecho de que Xiao Zhen estaba ahí, que su cuerpo cálido lo rodeaba y volvía a sentir que el alma le había regresado al cuerpo.

Tras despedirse del grupo, tiró del chico por el brazo. Fueron caminando en silencio entre las hileras de árboles, los pies de Liú Tian cuarteados en los tobillos por las horas extensas que pasaba en el campo. No olía de lo mejor, ni tampoco se veía mejor; aunque nada de eso parecía importarle a Xiao Zhen, que lo observaba ensimismado mientras Liú Tian tiraba de él por el camino.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora