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Junio, 1979.

Sentado con pereza en la galería ubicada frente a la cancha de básquetbol, Liú Tian observaba al chico escondido bajo la sombra de un árbol. Encontrándose solo a días de finalizar la penúltima semana de clases antes de que comenzasen las esperadas vacaciones, Xiao Zhen le hizo por fin un gesto casi imperceptible. Era lo que Liú Tian estuvo esperado. Se puso de pie dando un enorme bostezo, y enfiló a la entrada de la universidad.

Al salir, cada cual emprendió camino hacia el mismo lugar, aunque separados por varios metros. Recién cuando estuvieron a unas cuadras del lugar, Liú Tian disminuyó el paso con la emoción revolviéndole los pensamientos, porque era la primera vez que se juntaban tras haber solucionado parte de sus problemas. Si bien Liú Tian tenía claro que esa calma no duraría mucho tiempo, iba a aceptar lo que fuese antes de que todo se arruinase otra vez. Ellos eran muy diferentes, tenían también vidas muy distintas que un día terminaría por separarlos. Y eso, al parecer, Xiao Zhen también lo entendía.

Al llegar a su residencia de estudiantes, dejó a Xiao Zhen en la calle e ingresó. Se encontró con la señora Flor al fondo del pasillo donde se ubicada la cocina. Estaba sentada en la mesa observándolo con las cejas arriba.

—Hermoso día, señora Flor —saludó—, ¿no lo cree?

—¿Qué quieres?

Se llevó las manos al pecho con expresión ofendida.

—Nada —respondió. Se corrigió con rapidez—. La verdad es que quiero comprarle un bol grande de arroz blanco, ¿le queda?

La señora Flor echó un vistazo hacia una parte de la cocina.

—Sí.

—¿Podría darme una ración extragrande gratis?

—No.

—Bien —se rio nervioso—. ¿Podría al menos calentarla para mí? Por favor.

La señora Flor refunfuñó algo con malhumor, de igual manera se puso de pie.

—Cinco minutos —dijo.

Eso era todo el tiempo que Liú Tian necesitaba para meter a Xiao Zhen a escondidas.

Con la señora Flor raspando una olla en la cocina, Liú Tian ingresó a su habitación a toda velocidad y cerró con pestillo. Lanzó su bolso a la cama desordenada y fue a la ventana. Corrió las cortinas y comprobó el patio lateral de la casa, su vista clavada en la salida vehicular.

Saltó el marco de la ventana y aterrizó con escándalo sobre la piedrecilla de afuera, su ruido opacado gracias a la señora Flor. Dejó sus zapatos tirados a un costado para ser más silencioso y corrió hacia el portón lastimándose la planta de los pies con las piedras. Sus calcetas de rombo tenían un pequeño agujero en uno de sus dedos, debía coserlo algún día.

Como ayer había averiguado, el portón se encontraba sin llaves. Lo deslizó con cuidado por los rieles hasta que quedó un espacio suficiente para asomarse fuera. Xiao Zhen lo esperaba en la otra vereda.

—Carlitos —lo llamó.

El chico corrió hacia él, de inmediato cerró el portón. Se quedaron observando uno segundos con la respiración agitada. El estómago de Liú Tian se apretó en ansiedad, su cuerpo inclinándose hacia adelante para besar a Xiao Zhen como venía soñando hace días. No obstante, el chico cubrió su boca con la mano.

—Aquí no, gege —le recordó en un susurro.

Porque si bien los dos se encontraban solo en el patio lateral, la mitad de los cuartos de la residencia tenían una ventana que daba hacia ese lugar. Era, por tanto, arriesgado. Solo que algunas veces a Liú Tian le gustaba demasiado la adrenalina.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora