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Julio, 1979.

Liú Tian todavía no cumplía los trece años cuando se fijó en él. Trabajaba como temporero en el campo vecino recolectando uvas durante los veranos. Era cuatro años mayor, pero, para el Liú Tian adolescente, esa cantidad de años equivalía a una década. Y lo notó porque, a diferencia de los restantes temporeros que iban completamente cubiertos y usaban grandes gorros para protegerse del sol, a ese chico le gustaba pasearse por las hileras de árboles sin camiseta, por lo que su piel tenía un maravilloso tono bronceado.

No vivían en el mismo pueblo, pero era común que en ciertas temporadas los temporeros se trasladasen de zona. Solo lo veía durante los veranos, el resto del año contaba los días para regresar a aquella época.

Entre ellos nunca ocurrió nada, aunque a Liú Tian le habría encantado que él hubiese sido al menos su primer beso. Porque si existía algo que no le gustase recordar, era a la persona quien realmente se había robado más que su primer beso.

Esa historia de su vida no la conocía Xiao Zhen, solo la sabía Luan.

Pero aquella anécdota no fue la única que le terminó contando.

Ante su necesidad imperiosa de querer ayudar a su amigo en esa lucha interna que ni él mismo podía reconocer, se lo contó. Ocurrió antes de su regreso a su pueblo natal. La casa de Luan estaba tranquila gracias a que su abuelo se había marchado al hipódromo a apostar. Luan y él descansaban en la cama. Lu se ubicaba en la cabecera con la espalda apoyada contra la pared y Tian se encontraba recostado a los pies.

Hablaban de nada y después de todo.

—Charles no fue el primer chico con el que salí —soltó de pronto.

Luan dejó de descoser un hilo suelto del edredón para mirarlo.

—¿Fue alguien del club?

—Fue un compañero de colegio. Era mi mejor amigo —y entonces, su respiración salió jadeante a la vez que volvía a recostarse sobre la cama—. Él me golpeaba.

Era la primera vez que le contaba aquella verdad a alguien. Porque todas esas veces que llegó a su casa con algún nuevo hematoma visible, se había limitado a encogerse de hombros, como si no le doliese, para terminar agregando un:

—Son los buscapleitos del curso.

Pero su abuelo siempre fruncía la boca como si no le creyese. Luan se parecía mucho a él, porque en ese instante hacía lo mismo. Había dejado de romper el edredón y lo observaba a la espera que continuase.

—La primera vez que lo hizo fue la segunda vez que nos besamos.

Cambió de posición para mirar el cielo porque sentía los ojos picar por las lágrimas y no creía poder soportar la expresión de lástima y tristeza que se dibujaba en el rostro de Luan.

Su labio inferior tembló cuando siguió.

—Le pregunté si le gustaba ser besado por un hombre. Se suponía era una broma porque se estaba besando justamente con otro hombre. Pero él no se lo tomó así.

Se apuntó la boca, su dedo tocando la comisura de ella.

—Me golpeó aquí. Me dijo que yo era el culpable de todo. Que a él no le gustaba los hombres, que le daban asco. Pero yo era demasiado afeminado y por eso se había confundido.

Evitó mencionar que, mientras le decía eso, lo había jalado por el cabello para que no pudiese huir de él.

—Pero no dejé de verlo.

Sintió que Luan se movía en la cama. No fue capaz de mirarlo porque estaba haciendo todo su esfuerzo para no ponerse a llorar. La sensación de humillación que sintió cuando su piel se calentó por el golpe, empezaba a regresar a él con tanta intensidad que se le hizo un nudo en el estómago.

—No dejé de verlo. Por mucho tiempo, creí que eso era lo que se merecían las personas como yo. Porque era asqueroso, un monstruo. Y los monstruos solo podían juntarse con otros monstruos.

—Tian...

Levantó la mano para pedirle en silencio que, por favor, no dijese nada. Si lo interrumpía, esa verdad volvería a esconderse tras una mentira. Y Liú Tian necesitaba que su amigo escuchase esa historia. Pero también lo hacía por él, porque Liú Tian necesitaba contar esa historia.

—Pero no soy un monstruo, Lu. No soy asqueroso, ni merecía que me pasase algo así —entonces, tomó asiento para tocar la pierna de su amigo. Y a pesar de que había comenzado a llorar, no hizo nada para evitar sus lágrimas—. No somos monstruos, ni estamos enfermos. Solo somos personas.

Su amigo no se movía, apenas pestañó cuando Liú Tian le apretó la rodilla con insistencia para provocar alguna reacción en él.

—No hay nada de malo en amar a otro hombre, Lu. Por favor, nunca pienses lo contrario.

Luan no respondió. Continuó rompiendo el edredón de su cama como si aquella conversación no hubiese existido. Lo único que delató alguna emoción en su amigo, fue el temblor persistente en sus manos y su silencio tenso. Y a pesar de que Liú Tian quiso agregar muchas cosas, tampoco lo hizo.

Porque su amigo Luan, simplemente, todavía no estaba preparado para aceptarse.

Y quizás nunca lo estuviese.

Y quizás nunca lo estuviese

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora