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Julio, 1979.

Se despertó con la cabeza ligera, su mente aún en la esponjosa irrealidad. El ensueño duró solo unos instantes, luego regresó a Xiao Zhen el sentimiento de pesar que venía arrastrando hace días. A través de su ventana se divisaba el amanecer naranja que intentaba desplazar el azul de la noche, las estrellas ya desaparecidas en el cielo.

Liú Tian hoy partía.

Por eso se vistió a toda velocidad intentando no meter ruido. Al finalizar, se colgó la mochila a la espalda, salió de su cuarto y luego al antejardín donde ambos soldados bostezaban.

—Voy a... —iba a decir «universidad», pero se detuvo en seco al recordar que esa excusa no era válida cuando las clases ya habían finalizado— a la estación de trenes, vuelvo en dos horas.

No se alteró ni se extrañó cuando se percató que lo seguían, debía ser uno de los guardias de su padre. Pero él no estaba haciendo nada malo, por lo que intentó relajarse de camino a su lugar de destino.

Tardó casi media hora en llegar a la abarrotada estación de trenes. Las personas corrían desesperado por su alrededor a pesar de la hora. Los pitidos de las locomotoras rompían el bullicio de voces anunciando su pronta partida, mientras parte de la estación se llenaba de ese humo pesado y negro antes de que el ferrocarril partiese.

El guardia de su padre esperaba cerca de la caseta de la boletería, a varios metros de distancia.

Por eso, distraído por la gente y el caos, no notó que alguien se le acercaba por la espalda hasta que su oreja cosquilleó y su piel se erizó ante el tono áspero y ronco que acarició su oído.

—Hola, Carlitos bonito.

Se giró de inmediato para encontrarse a Liú Tian con los brazos tras la espalda, su expresión feliz y somnolienta a la vez. Iba con el cabello desordenado, como si no se hubiese preocupado por peinarse esa mañana. Su pañuelo seguía estando mal atado en su cuello. Xiao Zhen sonrió al verlo.

—Soy un inútil —dijo Liú Tian con buen humor.

Inútil.

Xiao Zhen recordó a su padre diciéndole lo mismo. Su estómago se tensó, por alguna razón sintió la necesidad de corregirlo.

—No lo eres —susurró—, eres perfecto así.

Liú Tian alzó las cejas extrañado, pero de igual forma asintió complacido, ahora con un puchero en los labios.

—Pero yo creo que sí soy inútil, porque este gege necesita de su novio para atarse los pañuelos. Mis dedos de artistas simplemente son demasiado torpes para hacer un nudo. Soy un completo inútil con los pañuelos. Así que —Y se acercó un paso, todavía manteniendo una distancia prudente entre ambos—. ¿Me ayudas, Charlitos?

Dudó un instante.

¿Pero qué mal podría existir se le ataba correctamente el pañuelo? Era información francamente irrelevante, con posibilidad el guardia de su padre ni siquiera lo levantaría al general. A su padre le gustaba la información importante, lo único que le interesaría era averiguar con quién se había juntado esa mañana.

Como Liú Tian continuaba esperando, Xiao Zhen por fin tocó el trozo de tela y le acomodó el nudo. Su movimiento rápido y efectivo, para luego bajar los brazos a pesar de que deseaba prolongar el contacto.

—Te voy a extrañar —dijo Liú Tian escondiendo un mechón de su cabello oscuro tras la oreja, sus movimientos tímidos y avergonzados.

—¿Liú Tian?

—¿Sí?

—Te am...

—No quiero morir, Xiao Zhen.

Los pelos en su nuca se erizaron por el pánico.

—¿Por qué dices eso? —cuestionó sin aliento.

—Porque todo lo que quise alguna vez se está cumpliendo, ¿y sabes lo que ocurre con las almas que ya no le quedan deseos por cumplir? Parten. Y yo no quiero irme, Charles.

Afirmó a Liú Tian por los hombros tal vez con demasiada fuerza.

—No vuelvas a hacer ese tipo de bromas —pidió—, no me gustan.

Liú Tian asintió con lentitud y cerró los ojos unos instantes.

—Bien, entonces te prohíbo que me digas esa palabra, ¿me oíste, Xiao Zhen?

El ruido de una locomotora avisando su pronta partida, se coló en su conversación. Liú Tian recogió el bolso que había dejado en el suelo. Caminó hacia su tren con Xiao Zhen siguiéndolo. Ambos se detuvieron en la entrada de la cabina donde se ubicaba el asiento de Liú Tian.

Se observaron unos segundos sin decir nada. Liú Tian fue el primero en moverse y alzó el brazo en despedida.

—Adiós, Carlitos.

Xiao Zhen bajó la voz para no ser escuchado por otros. Intentó bromear para aligerar el sentimiento de tristeza.

—Adiós, daddysaurio.

Liú Tian iba a protestar, pero fue interrumpido por uno de los acomodadores del tren que gritaba apresurado que tomase asiento porque estaba comenzando el cierre de puertas.

Subió.

Con las manos de ambos picando por ese contacto físico que no podían darse en medio de toda esa gente, Xiao Zhen caminó por el andén siguiendo a Liú Tian que se movía dentro del vagón hasta encontrar su asiento. El chico se apresuró en abrir la ventana reforzada en metal y la afirmó con un trozo de madera que se ubicaba en el marco. Su cabeza colgó fuera para acercarse a Xiao Zhen.

—Tian —lo llamó sin aliento, sus piernas moviéndose para continuar a su lado a pesar de que el tren ya comenzaba a salir de la estación.

Con los codos apoyados contra el marco metálico y su cabello oscuro flotando alrededor de su rostro por el viento, Liú Tian se besó la palma con disimulo y estiró el brazo para que Xiao Zhen lograse capturar su beso. Y al hacerlo, Xiao Zhen se detuvo en medio de la conmoción para llevarse su propia mano al corazón.

—Regresa pronto —logró gritarle antes de que fuese demasiado tarde.

La respuesta de Liú Tian se perdió entre el bullicio.

Su sonrisa fue lo último que vio de él antes de que el tren se perdiese fuera de la estación.

Su sonrisa fue lo último que vio de él antes de que el tren se perdiese fuera de la estación

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Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora