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Junio, 1979.

A las cinco de la tarde Xiao Zhen se encontraba esperando a Luan en la entrada de la universidad. Con las manos en los bolsillos del pantalón y moviendo las rodillas con impaciencia, notó que el chico se acercaba por el camino con la misma actitud irritada de siempre. Al llegar a su lado, este le alzó las cejas.

—Esto es una pésima idea —gruñó Luan, su cabeza meciéndose de izquierda a derecha con disconformidad.

—Es tu plan —le recordó.

—Sé que es mi plan —refunfuñó apuntándole hacia la derecha tras salir de la universidad—, pero sigue siendo una pésima idea, muchas cosas podrían salir mal.

Continuaron avanzando por la estrecha vereda adornada por árboles, Xiao Zhen seguía a Luan un paso más atrás. Cuando el chico se volteó y lo fulminó con la mirada, Charles frenó.

—No entiendo qué ve en ti.

Él tampoco lo entendía.

Por mucho tiempo no lo hizo.

Pero ahora sí, pensó pateando una piedra. Liú Tian se había interesado en él por su padre.

Solo eso.

—Y, además, ¿no podías frenarle los pies? —cuestionó Luan—. Se supone que tú eres el centrado de la relación.

—Tú también podrías haberlo hecho, ¿pero lo hiciste?

Xiao notó que el chico se aguantó para no ponerle los ojos en blanco.

—Sabes cómo es Liú Tian.

—Sí —respondió Xiao Zhen asintiendo—. Lo sé.

—Pero...

—No hay nada nuevo que puedas agregar, Luan, todo eso yo ya lo pensé.

Luan masculló por lo bajo. Xiao Zhen fue a continuar aunque se detuvo, hace años había aprendido a detectar cuáles eran las batallas perdidas. La de Liú Tian luchando por un imposible, era una de esas.

Avanzaron varias cuadras antes de que Luan nuevamente se animase a hablar.

—Tian se nos unirá más tarde —contó con las manos en los bolsillos—. Tenía que entregar un tallado de madera.

—Está bien —aceptó con docilidad—. Me lo explicó en la hora de almuerzo.

—No entiendo cómo puede importarle entregar un maldito trabajo cuando piensa escapar —bufó Luan.

—Así es Tian.

Luan le lanzó una mirada por sobre el hombro.

—Sí, así es ese idiota.

Iban por un barrio tranquilo que se fue deteriorando con las cuadras hasta que ingresaron en la ex zona industrial de la ciudad. Hace años que Xiao Zhen no iba a ese sector, porque era peligroso y gran parte de los galpones habían sido tomados. Antes de partir a China, el gobierno había hecho un gran desalojo. En las noticias de la tarde habían mostrado a los militares quemando colchas y ropa en el centro de la calle. Mientras ocurría aquello, por los costados de la cámara se podía divisar a la gente llorar siendo subida a furgonetas blancas. Después de eso, nadie se atrevió nuevamente a hacer uso de esos predios; los pocos que lo intentaron, también desaparecieron.

A pesar de que había ocurrido media década, en la calle, ante su poco tránsito, todavía quedaban las manchas negras donde se habían prendido las fogatas. Xiao Zhen sabía que esa zona no estaría mucho tiempo más así, se suponía aquellos predios serían vendidos al dueño de uno de los yacimientos de minerales más grande que tenía el país. Su deseo era convertir esas diez cuadras en el centro comercial más grande del continente.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora