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Junio, 1990

Xiao Zhen jamás era llamado por su padre, por lo que se desconcertó al contestar y oír, del otro lado de la línea, aquella voz profunda que siempre evocaba malos recuerdos en él. Tragó con dificultad, Nana estaba cerca suyo. Le hizo un gesto para que se le acercara y la tomó en brazos para resguardarse en el calor de su cuerpo y el olor de su perfume infantil.

—Hola, señor —lo saludó tras tomar una profunda inspiración.

—¿Cómo has estado?

—Bien.

—¿E Irina?

—También está bien —como notó que no preguntaba por su hija, agregó—: Nana también lo está, ya tiene siete años.

—Ah —fue la simple respuesta de él—. ¿Y para cuándo el niño? Irina ya está envejeciendo.

Tuvo que controlarse para no apretar a Nana contra suyo, la dejó en el suelo cuando sintió que su corazón se aceleraba demasiado.

—Eso es decisión de Irina y mía, no tuya.

—Eso no es lo que acordamos, Charles.

Apretó el teléfono contra su oreja.

—Ya no tienes poder sobre mí.

—¿No? —se burló su padre.

—No, y no llames más —y cortó.

Alterado, se pasó la mano por el cabello. Sentía que una vena le saltaba en el cuello y que le picaban las piernas. Tomó asiento en el sofá apoyando la cabeza en el respaldo. Cerró los ojos. Era increíble cómo, a pesar de los años, su padre aún podía afectarlo, cómo todavía podía sentir un miedo fluyendo en él que creyó haber superado.

Al abrir los ojos, se encontró a Nana con una manta que utilizaba para dormir cuando tenía miedo. La tenía hace años por lo que estaba vieja y gastada, pero era lo único que la calmaba tras una pesadilla. Al percatarse que la estaba mirando, Nana le tendió la tela sobre las piernas para taparlo.

—Nana...

—¿Así está bien? —preguntó ella.

Charles la tomó en brazo y la apegó contra sí.

—Sí, mi vida —le dijo—. Ahora estoy bien.

Ella se separó de él.

Ok —dijo Nana, entonces se bajó del sofá y tomó asiento en el suelo para continuar construyendo una fortaleza con legos.

—Nana —la llamó. Cuando ella se volteó a mirarlo, le sonrió—. Te amo, ¿lo sabes, cierto?

Con sus ojos que a la vez eran grandes y también alargados, ella pestañeó una vez, asintió con total seguridad y siguió en su mundo infantil completamente resguardado por su cariño.

Cuando Irina llegó a media tarde tras el turno en el hospital, Charles agarró su bolso que había preparado hacía poco.

—Voy a verlo —le explicó.

No tenía que mencionar su nombre para que ambos supiesen de quién hablaba. Irina, que tenía a Nana en brazos, asintió con aire distraído.

—¿Llegarás en la noche?

Ya había alcanzado la puerta, sostuvo el pomo con indecisión. No supo si mirarla o no, así que continuó con la vista clavada en la madera oscura.

—No.

Decalcomanía (Novela 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora