Dilemas.

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Dolor.

Cansancio.

Sudor.

Era lo único que Apolo podía sentir en ese momento. Su respiración era lenta y dolorosa, cada que inhalaba, un inmenso dolor recorría su cuerpo golpeado y herido.

Estaba tan adolorido, que ni siquiera podía moverse o ser capaz de pronunciar algo, el cansancio era uno de los factores que hacía que estuviera semi consciente. Hace horas había dejado de importarle si le iban a matar o no. Sintió sus muñecas ser liberadas de las cadenas que le trozaron la piel. Gruñó por lo bajo al sentir como tiraban de él, el agua sucia, que escurría por su cuerpo, iba dejando rastro en el suelo mientras un moribundo Apolo era llevado escaleras arriba.

Quería poder levantarse y aprovechar ese momento para poder salir, pero estaba cansado, sangrando y adolorido. Las heridas que habían dejado los dos pedazos de metal en su abdomen le hicieron quejarse por lo bajo. Ya no se esforzó en poder abrir los ojos para saber a donde lo estaban llevando. Su cuerpo se tensó y dolió mil veces pero al sentir una brisa fría golpearle el mismo, gruñó por lo bajo y después dejó salir un quejido al sentir como lo acomodaban en una dura y fría superficie.

El hombre que se encontraba en el lugar, traía una bata blanca, terminaba de ponerse los guantes de látex cuando sus compañeros de trabajo habían llegado con el cuerpo de Apolo. Enchuecó los labios mirándolos con algo de recelo.

-Les dije que no quería el cuerpo tan lastimado. -los miró.

Uno de ellos agitó las manos quitándole importancia.

-No dejaba de hacerse el chistosito. Además, no dio la información que queríamos.

El hombre de la bata se reacomodo los gruesos lentes de aumento.

-Si no contestó a la primera descarga eléctrica, debieron de haber sabido que no lo haría después. Solamente maltrataron al sujeto de prueba.

-Cierra la boca y has tu trabajo a menos que no quieras experimentar lo mismo que él. -señaló a Apolo.

El hombre de la bata se estremeció.

Las voces lucían ahogadas para Apolo que trataba de entender lo que decían, pero era inútil. Había perdido el control de su cuerpo.

El hombre de la bata meneó la cabeza y los otros dos hombres amarraron al rubio de las manos y pies. La sangre de sus heridas brotó de nuevo tras los movimientos bruscos.

-Cuando termines... -mencionó uno de ellos -Has que quede como nuevo. Órdenes de Iván.

El científico solo asintió con la cabeza sin tener el valor de decir algo. No estaba orgulloso de lo que le iba a hacer a el joven que estaba en la mesa de metal. Pero no le quedaba de otra. Era él o el rubio.

Antes de que los dos hombres salieran, uno se inclinó a la oreja de Apolo para susurrar algo:

-Vas a desear haber muerto...

Dicho eso, se incorporó y salió del lugar en completo silencio con su compañero detrás.

El científico suspiró mirando al rubio, apretó los labios pidiendo a Dios, si es que existía, que le perdonara lo estaba apunto de hacer.

Giró en sus talones para tomar un extraño artefacto de la mesa, tenía una enorme aguja con un diámetro del tamaño del dedo meñique de la mano, el frío metal en sus manos comenzó a vibrar una vez lo encendió. Se giró al rubio y avanzó lentamente hasta tenerlo de frente. Su mano libre fue al cuello de Apolo para hacer que su cabeza se inclinara hacia arriba, una vez lo hizo, sujetó su nariz para introducir la enorme aguja.

Protegiendo a la corona.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora