La Cura

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-¿Preparada? –dijo Jesst desde la otra esquina de la pared. Así se llamaba el padre de Astrid. Durante el día anterior habían estado preparando una manera de escapar del pozo. Jesst había contado a Peegen todo lo referente a aquellas celdas sin puerta.

Habían pasado dos días desde la llegada de Jesst al pozo y también le había contado a Peegen todo lo que había ocurrido desde que ayudó a Astrid a salir del campamento en el bosque. Lo habían encontrado cuando intentaba escapar y lo habían acusado de traición. Lo habían interrogado y drogado y lo habían traído al pozo. Desde entonces habían estado pensando una manera de escaparse de allí. La única vez que se abría la puerta era cuando tenían que traer la comida. Normalmente, cuando la traían venían dos guardias. Pero por las noches solo aparecía uno. Se escaparían en aquel momento del día, de esta manera solamente tendrían que enfrentarse a un Zahrkek en vez de dos.

Poco rato después una pequeña luz se abría paso en la pared y formaba un agujero que daba al pasillo. En el preciso momento en el que el guardia entro dentro de la celda sorprendido de no ver nadie allí, Jesst y Peeg lo atacaron por la espalda. El ataque sorpresa fue lo que les salvó en aquella situación. Mientras Jesst forcejeaba con el guardia Peegen cogió el jarro de agua que les habían traído junto con la comida y lo soltó con todas sus fuerzas contra la cabeza del Zahrkek. Cayó redondo al suelo. Habían conseguido dejarlo sin sentido.

-Rápido –dijo Jesst –tenemos que marchar antes de que se despierte y pueda avisar a más. Coge ese colgante que lleva en el cuello, nos servirá para salir.

-¿Es la llave abreparedes? –preguntó Peegen.

-Si –contestó –sal y dámela. Vamos a encerrar a este tipo en el pozo.

Cuando hubieron cerrado la celda, fueron atravesando pasillos silenciosamente para que no les oyeran. Jesst le contó que las celdas estaban en los niveles superiores de la montaña porque de esa manera era más difícil que los presos pudieran escapar.

Se extrañaron mucho de no encontrar a prácticamente nadie patrullando por los pasillos de aquel nivel.

-¿Cómo es que no hay nadie? –dijo Peegen en voz baja –no debería haber más gente vigilando las celdas? –entonces el padre de Astrid se paró a pensar.

-¡Ahora caigo! –dijo –estarán todos en el recibimiento del Cárdeno, dijeron que volvería a la sede en poco. Debe haber llegado ya o lo estarán preparando todo para su llegada

-¿Quién es el Cárdeno? –Preguntó Peegen -¿tan importante es como para dejar las celdas desatendidas?

-Sí, es la máxima autoridad entre los Zahrkeks. El decide todo y si sus ordenes se incumplen… Bueno todos los que le incumplieron o contradijeron acabaron muertos.

-Oh, así que si te hubiera cogido estando aquí…

-Estaría más muerto que una piedra –dijo –y ahora tendríamos que irnos o al final se darán cuenta de que nos hemos fugado.

Llegaron al primer tramo de escaleras y lo bajaron. Estaban ya a punto de llegar al último tramo cuando oyeron voces que llegaban desde el otro lado del pasillo, risas y mucha gente hablando a la vez. Venían de la sala de ceremonias. Jesst ordeno parar un momento. Entonces se oyó a alguien gritar “silencio” por encima de la multitud. Una voz que Jesst reconoció, la voz de su hija loca, Arydeen.

-Quiero presentarle, señor Cárdeno –dijo solemnemente la Capitan Arydeen desde el salón–el proyecto que hará cambiar nuestra orden de posición.

-Quédate aquí –dijo Jesst a Peegen  -voy a ir a mirar. Es posible que se trate de alguna cosa importante si hace que toda la sede se encuentre en el salón.

Jesst dejó a Peegen al lado de las escaleras y se dirigió a la sala de ceremonias. Los tres guardias que se encontraban vigilando la puerta no se fijaron en Jesst, estaban demasiado concentrados en lo que se tramaba dentro de la sala. Se acercó a la puerta, que estaba entreabierta. Desde allí podía ver toda la sala. Delante de él se encontraba Arydeen subida en una tarima. Estaba allí reunida una gran masa de Zahrkeks todos alrededor de una gran mesa de madera oscura. Detrás de Arydeen estaba el Cárdeno, un hombre pálido como todos los otros y de edad avanzada. Estaba sentado en una especie de trono y esperaba las palabras de Arydeen ansiosamente. A ambos lados del trono había una pequeña puerta. Cada una vigilada por un guardia.

-Hoy será el día en que al final nos hagamos con todo lo que debería ser nuestro –continuó –hermanos, hermanas… hemos encontrado al fin la cura.

Todos en la sala empezaron a hablar entre ellos, a murmurar cosas. Arydeen sonreía desde arriba de la tarima y el Cárdeno parecía lleno de júbilo. Alguien entre el público se dirigió a la capitán:

-¿Y se puede saber qué es eso? –Arydeen dijo algo en voz baja al cárdeno, Jesst no pudo oírlo desde donde se encontraba, el cárdeno asentía. Arydeen levanto la mirada

-Que la traigan –dijo dirigiéndose a un hombre que se encontraba en una de las dos puertas, el guardia que estaba vigilándola entró por la puerta y regresó al cabo de unos instantes con una mujer agarrada por la muñeca. Estaba esquelética y muy pálida pero no como el resto de los presentes en la sala, estaba pálida porque estaba enferma, era humana. Y tenía el rostro velado por el miedo.

Un hombre que Jesst no alcanzaba a ver traía dos frascos de vidrio, que debían contener un líquido transparente, parecido a agua normal y corriente. “La cura” pensó.

Arrastraron a la mujer hasta que quedó delante del trono y Arydeen hizo una señal para que trajeran los frascos. Se acercó a la mujer, la alzó por el cuello y le vertió el contenido del frasco en la boca.

-La mujer ahogó un gritó y cayó al suelo cuando Arydeen la soltó. En el suelo la mujer humana se retorcía y gritaba a medida que la poción hacía efecto en ella. Jesst no podía ver lo que ocurría en el suelo de la tarima, pero cuando la mujer cesó sus gritos y se alzó del suelo de nuevo la sala quedó en completo silencio.

-Esto –dijo Arydeen –Es la cura.

La mujer ya no parecía en nada lo que una vez había sido, estaba más alta y más delgada, estaba pálida, como un cadáver y sus ojos se habían vuelto rojos. Miraba alrededor, todos la miraban sin decir una palabra, Jesst también, y  temblaba. La mujer se miró las manos, se miro los pies y los brazos. Ya no era mujer  porque ya no era humana. Era uno de ellos.

El Rayo PartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora